Texto original: Facebook
Autor: Ahmad Aba Zayd
Fecha: 04/06/2012
En Siria...
Puede que nos carcoma los huesos una tristeza que de la que
no han oído hablar los rayos X, que haya un calor en el lecho del muerto que la
física no explica, un calor al que se acoge la madre desde la frialdad de las
pantallas. Solo la madre lo siente y solo ella ha tocado el hilo de lo
invisible. Solo a ella la ausencia la llena.
Tal vez nos erosione la fragilidad de estar ante la víctima
que busca su última canción entre las manos de los ángeles. ¿Le pongo como
mortaja un manto de lágrimas o de gritos que no entenderán los vendedores en el
camino? Tal vez sea mejor que cante con él, puede que se enfade si me quedo
aquí para saludar firme como hacen ante el águila que ordena la muerte.
Ocultamos nuestros rostros al final de la noche, llenos de
grietas que no ven los espejos, la sangre nos roza: No me sorprendí lo
suficiente ante la masacre.
Apresuramos la resurrección antes del alba, antes de dormir
nos vuelven los pecados que quien observa desde el Más Allá no ha registrado: te
reíste más de lo necesario, te distrajiste con una cintura que pasó ante tus
ojos y olvidaste a las víctimas que caen a diario, no escribiste en la
felicitación por la boda de tu amiga sobre la manifestación de Duma, no
sollozaste en el mercado cuando te llegó el mensaje -“Al menos 53 víctimas”-,
tenías miedo de perder la compostura, escuchaste a Umm Kulthum más que a Sarut[1].
Todos ellos murieron con ropas sin planchar, pero a diferencia de ti vivieron
con caras que no sabían de máscaras, sus caras estaban rasgadas y hendidas detrás
del presentador mientras bebías un té sin gusto salado.
Cada día -y nos lo ocultamos incluso a nosotros mismos- nos atraen deseos en los que el ardor no ha calado, que se hunden en lo profundo
de los gemidos y el cuerpo extendido ante ti enciende movimientos histéricos en
las manos que no puedes comprender y te destrozan. Te muerdes los labios y gritas:
¿Por qué no me llevaste a mí en su lugar, oh bala del destino?
El dolor tiene el deseo de que seas un número en las
noticias por quien gente que no conoces llore. El deseo de quién ha muerto es
que no se hubiera producido el primer grito y así habría descansado de la carga
de sus estadísticas cada tarde, el deseo del duelo es que se conforme un
cinturón de explosivos alrededor de la cintura del gobierno y de muchas otras
cinturas que carga sobre los montones de cadáveres. El deseo del olvido es que
fuera posible que el sabor del agua vaciase el sangrado. El deseo de la patria
es que no te olvides de celebrar a los eternos.
Sintió una inmensa alegría que el cine aún no ha captado
cuando pasó la última barrera con su bolsa de pan antes de llegar al cruce de
la familia. Entonces se escuchó un ruido al que se había acostumbrado ya. La
bolsa de pan aún sigue caliente y sabrosa debido a la carrera, el ruido no la
ha cambiado, pero en el bolsillo del pecho de la amplia camisa en el que había
guardado el cambio hay un nuevo agujero que se ha convertido en fuente. No han
comido pan hoy, pero la patria se muere de un hambre que no conocen los que se beben
la falta de honor.
Era un mensaje que no había escrito la sangre, se había
secado como se habían secado capas sobre las que la medicina no habla en la
mano que habían aplastado- antes del coma- las sillas y botas militares cuyo
enfado no ha probado la tierra de los enemigos. Mientras sucedía, no buscó una
puerta de salvación, ni siquiera en el momento final –allí todo momento es
eterno- y se había desesperado esperando al Ángel de la Muerte desde la primera
descarga eléctrica en su órgano reproductor… Buscaba una pregunta…
Escribir en las paredes de la celda de aislamiento es algo
innecesario, pero escribir allí significa que eres lo último que queda del
concepto de humano, es tu último recurso para aferrarte al paso del tiempo, lo
que te queda antes del último clavo.
Había muchas heridas en el oscuro ataúd y reinaba un
silencio absoluto. Sus ojos no han conocido el placer de contemplarlo. Filosofará
sobre ello en su delirio, que es la única realidad que le queda y dirá que lo
que ve no es real. Los rasgos de su rostro no los conoce nadie, en la celda no solo
las paredes sirven de soporte de escritura…
Era un estudiante de física que no pudo hacer los exámenes
del último curso, estaba pasando otro examen en el que demostró a dos
activistas en sus largos diálogos que el tiempo es como una bala, como un
agujero, como una mente como la patria: nunca se detiene.
Era un niño que no conoció la escuela y que tenía todo lo
que el resto de niños: risas tontas, su pequeño miembro, su búsqueda del juego
entre las manos que lo atrapaban, su llanto cuando su madre lo metía a bañarse,
su absurda afición a los interruptores de la luz… Todos lloraban mientras el
silencio lo llenaba todo. Entre el filo y las venas estaba el estertor final,
entre los cuchillos y la garganta una distancia de esperanza destrozada por el
monstruo, entre el ojo y el destello de la cuchilla se dispersan las hojas del
otoño con semblante funerario. La luz del mundo…
Era un niño pequeño, que guardó silencio largamente frente al
ruido, los gritos y los brotes de sangre de los que no entendía nada. Entonces una
mano lo agarró y lo puso a trabajar como
ayudante de degüello, un trabajo que debía dominar. Su pequeño miembro no
olvido ejecutar su gran misión: se meó encima de todos nosotros.
Estamos acostumbrados a resucitar, no es nada. Estamos
acostumbrados a no destrozar lo que el Infierno ha falseado y lo que el Paraíso
ha cubierto con vestiduras de miedo. Nos levantamos entre los silenciosos y
bebimos de los lemas, caminamos por el camino de sangre como solía hacer él.
Simplemente…
Llegaremos a las puertas enteros con todo lo que hayamos perdido a lo largo del camino.
[1] Umm Kulthum era una cantante egipcia famosa en todo el
mundo árabe. Abd al-Basit Sarut, portero de la selección nacional de fútbol
siria, se ha convertido en uno de los cantantes de la revolución en Homs.
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