Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Subhi Hadidi
Fecha: 28/06/2012
Si uno está de acuerdo o en desacuerdo (como yo) con si es
correcto política y éticamente el haber atacado el canal Al-Ijbariyya,
que no deja de ser un objetivo civil, sea cual sea el sucio papel securitario y
mediático que han jugado y seguirán jugando algunos de sus trabajadores, el
hecho ha puesto de manifiesto lo cerca que está el peligro de los círculos
directos del régimen, destacando su “dominio” si se puede decir. Además este
hecho ha probado que la leyenda de la “inactividad de la capital” y que supuestamente
la mayoría de los damascenos se abstenían de participar en el levantamiento (que
era, y sigue siendo, uno de los puntos de énfasis de las llamadas del régimen y
una fuente para las bravuconadas de sus partidarios, sus “teóricos” de sus
ciencias sociales) eran falsos. También es común estos días hablar de “los
enfrentamientos en las inmediaciones de Damasco”, una expresión que ha dejado
de ser tabú para pasar a ser de uso corriente y convertirse en una realidad.
Además se ha dado un hecho importante que ha teñido de una
dinámica especial al paso la entrada de Damasco en las zonas peligrosas para el
régimen: Bashar al-Asad se ha visto obligado a reconocer que su régimen vive
una “situación de guerra en todos los sentidos”, al contrario de lo que solía
decir, refiriéndose siempre a la situación como una “crisis” que había
terminado, que terminaba o que terminaría. Entre los “característicass” de este
reconocimiento está el hecho de que Al-Asad, tras quedar la cuestión de la
seguridad a la cabeza de las prioridades del gobierno en su último discurso, ha
situado la guerra en la primera posición. Así continúa con: “Por tanto, todas
nuestras políticas irán dirigidas a ganar esta guerra”. Se sabía que Damasco
estaba hirviendo y que se había vuelto más peligroso que el fuego bajo las
cenizas, y que los enfrentamientos que tienen lugar en los alrededores de la
ciudad, y en algunos de sus barrios, lanzan ese fuego contra las brigadas de la
Guardia Republicana y la mismísima Cuarta División Armada. Sugerir todo lo que significa
la palabra “guerra” es el resultado de una realidad que se ha convertido en una
verdad sobre el terreno aunque Bashar al-Asad agotó todas las artes demagógicas
de la lengua para encubrirlo.
Por eso, las orientaciones del nuevo gobierno de Riad Hiyab parecen
el anuncio de la alarma general, como si el régimen hasta ahora hubiera estado
negociando con la sociedad por las buenas, y no por medio de los más atroces
medios para atemorizar, detenciones, asesinatos, bloqueo de ciudades y masacres,
valiéndose de todo tipo de armas sin excepción. O como si Deir Ezzor, de donde
es originario el Primer Ministro, no hubiera estado, en el mismo momento, con
total precisión, siendo bombardeada con la más cruel brutalidad, cayendo decenas
de víctimas civiles desarmadas (más de 60 en menos de 24 horas). Para completar
el absurdo de la alarma general, ya desde que se disparara brutalmente contra
los manifestantes en Daraa el 18 de marzo de 2011, Ali Haidar, el ministro de
lo que se llama “reconciliación nacional” se apresuró a anunciar que Al-Asad
insistía en que “la decisión del nuevo gobierno sirio es llevar a cabo una
reconciliación nacional completa” y que “todos los esfuerzos han de ir en pro
del éxito del proyecto de reconciliación”. Ello mientras Qudseya, Duma,
Al-Hama, Homs y Deir Ezzor estaban bajo las bombas de los carros de combate, lo
tanques y los lanzadores.
Pero la entrada de Damasco al corazón de los peligros del
régimen, teniendo en cuenta que son estos peligros los que dibujarán las líneas
de su desplome, no ha comenzado con las operaciones militares efímeras, como
por ejemplo el ataque al edificio de Al-Ijbariyya, sino que estás han sido
limitadas y más cercanas al aventurismo pasajero que hiere débilmente al
régimen sin suponer su muerte. Tampoco se limita esta entrada a las campañas de
la desobediencia civil, representadas por la serie de huelgas valientes de los
mercados de Damasco, en protesta por la masacre de Al-Hula y después al-Qubeir,
aunque es cierto que esto supuso un cambio cualitativo en Damasco, tal vez el
más significativo tras la primera y temprana manifestación que presenció el
mercado de Al-Hariqa el 17 de febrero de 2011, que sacó el famoso lema
vanguardista de “Al pueblo sirio no se le humilla”.
Además de estas consideraciones y otras, existe otra ciencia
social, que es más bien una economía político-social, y que contradice “las
ciencias” sociales que hacen las delicias de muchos “teóricos” del régimen, y
que siempre repiten los que dicen tener gran competencia para explicar los
fenómenos políticos y la historia (como el egipcio Muhammad Hussein Haykal, por
ejemplo) y que generalmente se limitan a una única frase, que es tan huérfana como
lisiada y tan falsa como quebrada: que el levantamiento sirio es rural y no
urbano, y la prueba es que Damasco y Alepo están alejados de las
manifestaciones. Al margen de las simplificaciones
que carecen de miras y lógica, por ejemplo Homs, Hama, Deir Ezzor, Latakia,
Daraa, Qamishle e Idleb no son pueblos, sino municipios. El haber entrado Alepo
en el levantamiento y tras ella, Damasco, manda esta simplificación a los
contenedores de basura de la historia.
Esa economía político-social, en su estado más básico, no solo
no permite una lectura crítica de los últimos cambios en los mercados
damascenos, sea cual sea su importancia, sino que también obliga a uno a
caminar un paso más adelante para notar los cambios en los miembros y las
estructuras, y que afectan a la relación entre el régimen y los sectores más importantes
de los comerciantes, incluso si esos sectores siguen siendo aliados del
régimen, o si lo dudan. Ello es así porque el programa de “cambio” relacionado
con el ascenso y la sucesión hereditaria de Bashar al-Asad, especialmente cambios
como los llamados “liberalización económica”, “modernización de las
instituciones”, “lucha contra el terrorismo” y “avance de los sectores
juveniles” han supuesto, necesariamente, una división en la estructura del
régimen en dos grupos: los ganadores y los perdedores.
Lo polémico en esta primera cuestión es que los candidatos a
perder no se encuentran al margen del poder, sino que están en el corazón del
mismo o tal vez en la cima de su pirámide. El revolucionario “del cambio” no los
apartó, aunque sí les provocó pérdidas. Esa situación es la de los hombres de
negocios como Firas Tlass, que era uno de los gatos gordos a los que se
comieron los lobos como Rami Mahlouf, dejándolo en un segundo plano o tercero (lo
que le permite a uno explicar algunas de las contradicciones de estos días: un
pie en el régimen, corazón con corazón como parece, y un pie con la oposición,
financiando una conferencia aquí y pagando las dietas de algún opositor allá).
La otra cara de esta polémica es que los que eran candidatos a ganar han
ascendido desde la mitad de la pirámide o sus bases, o incluso desde los
márgenes o las filas de atrás, pero los ritmos no han sido, aquí tampoco,
suficientes para llegar rápidamente a las primeras filas (Ayman Yabir, Muhammad
Hamsho, Fares al-Shahabi, Imad Ghriwati, Nadir Qal’i, Suleiman Ma’ruf, Nizar
al-As’ad…).
La segundo cuestión es resultado del hecho de que la
sucesión hereditaria de Al-Asad hijo supuso el establecimiento de un pacto
mucho más sólido entre los miembros de la alianza militar y securitaria y
comerciante-inversora que gobierna Siria; pero supuso también un cambio, más o
menos palpable, en las condiciones del antiguo acuerdo entre los militares y
los distintos sectores de la burguesía siria durante la década de los setenta y
mediados de los ochenta (la familia Al-Shalah, Sa’ib Nahas, Adb al-Rahman
al-Attar…). Esta burguesía, comercial e industrial principalmente, exigió más
liberalismo, apertura y modernización de las leyes que garantizan la protección
del capital y la seguridad de la institución inversora, y la reforma de los
sistemas bancarios. Renovar tales leyes supuso una contradicción total con los
intereses de decenas de oficiales que, “aburguesados”, obtuvieron enormes riquezas, porque la
estructura divisoria de la fuerza dentro del régimen les permitió convertir la
burguesía siria en una vaca lechera, unas veces con consentimiento y otras por
obligación.
La alianza entre ambos grupos ha sido armónica y hasta el
levantamiento, cuando comenzaron a detenerse los negocios, no aparecieron los
efectos de las sanciones europeas y estadounidenses, Fue entonces cuando los
militares tuvieron que almacenar lo que tenían de efectivo y divisas, que iban
disminuyendo necesariamente porque ya no crecían. A los grandes comerciantes e
inversores les tocó pagar los sueldos de los shabbiha y los gastos de la
represión diaria de sus fluido capital que escaseaba día tras día. La sacudida
de la alianza es la puerta a la tercera cuestión porque la división en dos
grupos, ganador y perdedor, llevó en primer lugar a la aparición de una
profunda brecha estructural en la hegemonía de la gran coalición que se había
mantenido como pilar de las ecuaciones del poder desde mediados de los setenta:
la alianza militar-comercial. Que nadie entienda que la segunda parte de esta
alianza es la clase de comerciantes clásicos en exclusiva, sino que incluye
también a decenas de grandes responsables sirios que emprendieron y emprenden
todo tipo de negocios, directamente en casos concretos y por medio de sus hijos
en la mayoría de los casos (muchos son, y conocidos, los ejemplos).
Cabe señalar dos cuestiones esenciales: que esta coalición
era elitista y estaba reducida a sectores muy concretos, ya sea en el interior
del poder, o en el exterior, y que comenzó y aún sigue siendo indiferente a las
categorizaciones sociológicas tradicionales (de clase, profesionales o
sectarias) y gira principalmente en torno al eje de lo que se llama “interés de
grupo” más que intereses de clase, profesionales o sectarios. Si los intereses
se contradicen entre la parte militar y la parte comercial de esta coalición
elitista (como sucede con fuerza actualmente desde el nacimiento del
levantamiento), las líneas que sujetan la antigua alianza se vuelven incapaces
de resistir mucho, y el resultado lógico es descubrir las contradicciones que
afectan a estas líneas, y su paso a la desintegración y la caída previa a la
lucha suicida.
Puede hacerse una pregunta, de colegio pero legítima en su
marco metodológico: ¿era difícil o fácil encontrar formas dinámicas, flexibles
o alejadas de las tres cuestiones anteriores -o acordes con todas ellas, vistiendo
al régimen con ropas de “reformas” y
cortando el camino al levantamiento, o al menos obstaculizando su gran
concentración y estructura compacta para que no llegara a lanzar al lema final:
el pueblo quiere derrocar al régimen? La respuesta es sencilla también y es que
no era complicado ni sencillo, sino que era imposible desde el principio.
Cualquier roce a esta estructura petrificada haría provocado en ella una serie
de fracturas y roturas que no solo cambiaría su estructura, sino que la
desintegraría y la haría explotar. Antes del levantamiento el régimen no puso
atención en hacer reforma alguna, pues consideraba que el país estaba
controlado y que Siria no era más que “el reino del silencio”, según la
expresión del experimentado opositor sirio Riad a-Turk[1]. Nadie se rebelaría
en ella y nadie se atrevería a romper el bastón de la obediencia. En cuanto a
las medidas “reformistas” llevadas a cabo por el régimen tras el inicio del
levantamiento, son como granos de ceniza en los ojos en la práctica, pues quedó
claro rápidamente que no solo eran tinta sobre papel, sino que su aplicación era
algo imposible mientras los aparatos de seguridad siguieran teniendo el poder y
no se eliminasen las prerrogativas absolutas de impedir viajar, detener de
forma arbitraria, torturar o quitarse gente de en medio. Otra pregunta, del
mismo tipo: si la revolución ha llegado a los más altos sectores de comerciantes
y hombres de negocios, o al menos se han ido separando progresivamente del
régimen o, por ponerlo más suave, se han pasado a las filas de la mayoría silenciosa,
¿acelerará esto la desintegración del pacto del régimen desde dentro? Tras
quince meses de lucha de voluntades entre por un lado el pueblo y lo que ha
acumulado y acumula de cultura de resistencia, y por otro el régimen con sus
armas letales, está claro quién es el ganador y quién el perdedor. Y en la “guerra
en todos los sentidos” hay límites de tiempo, y fuertes alineaciones que no
aceptan el retraso. O estás aquí, de parte del pueblo, o allí, de parte del
régimen, y no hay término medio para ningún sirio: tanto el revolucionario como
el comerciante.
[1] Véase aquí una entrevista con el opositor comunista.
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