Texto original: Al-Hayat
Autor. Omar Qaddur*
Fecha: 01/06/2012
Zoco que rodea la mezquita de los Omeyas,
en pleno centro histórico de Damasco
Un mes antes del estallido oficial de la revolución siria,
el 17 de febrero de 2011, se produjo una manifestación espontánea en el corazón
de Damasco, en la zona comercial de Al-Hariqa tras ser agredido un joven
comerciante por los agentes de la policía de tráfico. Aquel día, los
manifestantes gritaron un lema que pasó a ser recurrente en lo venidero: “Al
pueblo sirio no se le humilla”.
A modo de recordatorio: el Ministro del Interior en aquel
entonces se apresuró hacia la zona de Al-Hariqa para contener el enfado de los
comerciantes y prometer que los agentes agresores serían sancionados. Los
miembros de la policía recibieron instrucciones de ser muy condescendientes con
los distintos tipos de multas en un mensaje a los ciudadanos que decía: “Haced
lo que queráis pero no os manifestéis”. Está claro que el régimen desde ese día
intentó crear un pacto corrupto con el sector más amplio posible del “público”,
que suponía dejar de aplicar sus responsabilidades en la aplicación de las
leyes generales y, por tanto, dar rienda suelta a la corrupción, los
comerciantes y las crisis a cambio de mantener con fuerza su dominio
securitario y la represión de las libertades políticas. En resumen, el régimen
no se salió de lo habitual comprando protecciones mientras el pago se hiciera
por medio de los componentes del Estado y no por medio de sus cuentas.
Después de esa manifestación huérfana los barrios del centro
comercial tradicionales de Damasco enmudecieron y los intentos de provocarlos
por medio de manifestaciones con un número reducido de manifestantes de otras
zonas que apenas duraban unos minutos no sirvieron. Los comerciantes se
opusieron a esas manifestaciones, y algunos de ellos jugaron un papel muy
negativo, indicando a las fuerzas de seguridad por dónde habían ido los y las
activistas que huían hacia los callejones, o incluso ayudando a los shabbiha y
la seguridad a pegar a los manifestantes e insultarlos. Estaba clarísimo que la
clase comercial no sacrificaría sus logros temporales ligados al poder, y tal
vez esos factores fueran los que llevaron al cese de las llamadas a la huelga
total o lo que se llama “la huelga de la dignidad”, ya que el seguimiento se
limitó a las localidades y barrios revolucionarios, además del avance de la
opción armada y las diferencias que conllevó en los puntos de vista de los
centros de la oposición. Por eso, no se esperaba que los comerciantes del centro
tradicional se sumaran a la huelga anunciada desde el 28 de mayo de 2012, como
tampoco se esperaba el elevado índice de seguimiento. Los manifestantes lo
celebraron al considerarlo un indicador claro del cercano fin del régimen.
"Huelga de la dignidia"
(Campaña de apoyo al pueblo sirio)
En cierto modo, puede mirarse a la huelga de los
comerciantes damascenos como una deserción dramática del régimen, especialmente
tras la mala fama que se habían ganado en los últimos meses, y puede que esta
sea la imagen que tienen el régimen y sus partidarios, que se apresuraron a
apuntar a actores extranjeros como autores, apoyándose en la falta de
cooperación de la Cámara de Comercio de Damasco con el régimen para desconvocar
la huelga, después de que los servicios de seguridad y los shabbiha fracasaran
en su intento de obligar a los comerciantes a abrir sus locales por la fuerza.
Al día siguiente vendría la expulsión de embajadores sirios para sugerir con
esta simultaneidad que se había dado un amplio cambio e incluso que había una
especie de connivencia entre actores del interior y el exterior; es decir, que
el cerco se había estrechado entorno al régimen. Según la lógica de la conspiración
que el régimen repite, también parecería que la huelga de los comerciantes era
un hecho aislado del contexto interior general.
Sin embargo, las noticias que se han ido filtrando en las
semanas pasadas sobre la reunión de los comerciantes y la amenaza del régimen de
quemar Damasco, adopta una cierta credibilidad cuando hay una división entre
ambas partes. No se le escapa a los aparatos de seguridad del régimen que
algunos de los comerciantes han tardado en anunciar que se ponían de parte de
la revolución, pero no se ha retrasado en ofrecer continuamente ayudas a las
familias o las zonas más afectadas en la medida de lo posible. Esto no lo puede
tolerar el régimen. Algunos incluso han llegado, según los rumores, al punto de
participar en la financiación de las armas de las brigadas que trabajan en el
marco de Ejército Sirio Libre, y no hay duda de que la amenaza de quemar
Damasco se fundamentó sobre este tipo de datos.
Durante el período de crisis, el régimen ha pensado que
podía dominar a la élite económica gracias a los intereses compartidos, y por
el fuerte control securitario, siguiendo su costumbre de negar los crueles y
amplios efectos de las sanciones económicas. Es posible que tales efectos no
afectasen directamente a los ricos del poder, pero su efecto sobre la actividad
económica general ha sido demasiado grande como para negarlo, además del ingente
gasto diario no anunciado que supone la guerra del régimen. Es cierto que ha
logrado controlar los precios dentro de una subida aceptable relativamente,
pero ello no indica en ningún caso que la economía siria sea fuerte, ni indica
cuál es la inflación real que se ha extendido a la capacidad adquisitiva de la
población y a la economía en general. En realidad, el estancamiento económico e
incluso la gran escasez de fuentes de energía necesarias para la producción,
llegando a un punto que ya no puede fácilmente sostenerse y que exige una
solución radical, y teniendo en cuenta que el régimen no ha demostrado ninguna
capacidad para solucionarlo, parece indicar que el régimen será sacrificado.
Por otro lado, no puede aislarse la huelga de Damasco de los
efectos recíprocos entre esta y la ciudad de Alepo; es decir, que lo más
probable es que la tardía entrada e implicación de esta última en la revolución
haya servido de aviso a la primera puesto que se trata de las dos ciudades más
grandes y de mayor peso económico. No debe perderse de vista tampoco que las
manifestaciones no han faltado en los barrios de Alepo en los que viven las
clases económicamente influyentes. En lo psicológico, la neutralidad de las dos
ciudades se ha visto alterada, una neutralidad en la que se han centrado mucho
los portavoces del régimen y a la que se habían encomendado. Estas dos ciudades
han dado un paso al frente en un momento en el que los otros focos de la
revolución estaban agotados. No es exagerado decir que el aviso de inicio, que ha
tardado, pero que ha llegado recientemente, empujará a la revolución a un
umbral sin precedentes. No muy lejos de eso, otro efecto potencial se cierne
sobre la situación y no es otro que el provocado por la vuelta del peso
pacífico de la revolución tras una concatenación de factores de frustración y
desesperación. La huelga anuncia, si continúa esta y su cultura, con llegar a
la desobediencia civil total en la que muchos ven el mejor medio y el menos
costoso para derrocar al régimen.
Si superamos las consideraciones nacionales y éticas,
podemos decir que la tregua concedida al régimen por la clase económica está
llegando a su fin y no le servirá de nada recuperar la experiencia de los
ochenta cuando ganó la batalla con los comerciantes. El centro vacío tanto de
shabbiha como de servicios de seguridad avisa de que esta clase tampoco acepta
ya su presencia.
*Escritor sirio
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