Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 10/06/2012
Sorprendentemente, pero tampoco tanto, Bashar al-Asad
reconoció que las actividades armadas contra su régimen habían comenzado en el pasado
mes de Ramadán; es decir, cuatro meses y medio después del inicio de la
revolución siria. Está equivocado: la realidad es que los albores de la
resistencia armada aparecieron antes, pero no se convirtieron en una dimensión
principal de la lucha siria hasta aproximadamente dos meses después de Ramadán
(agosto de 2011).
Pero Ramadán, de hecho, fue el inicio de una nueva etapa en
la revolución, que se distinguió por la ocupación militar del país, después de
que manifestaciones de cientos de miles de personas salieran en Hama y Deir
Ezzor. A principios de febrero de este año, tras el veto ruso y chino, el
régimen inauguró en Baba Amro (Homs) la tercera etapa, la etapa del terrorismo
y las masacres colectivas. Al mismo tiempo, esta etapa es la de la expansión de
la resistencia armada en distintos puntos del país, incluidas la mayoría de
ciudades de la periferia de Damasco y sus barrios.
Sin embargo, estas tres etapas entran en un marco principal que
va tomando el cariz de una “cuestión siria”: el marco de la revolución. A pesar
de las múltiples injerencias exteriores, la lucha en Siria se ha mantenido
hasta hoy básicamente siria. En ella, los sirios que aspiran a un cambio del
régimen político en su país para lograr una mayor libertad y justicia, se
enfrentan con un régimen despótico conocido por su violencia, corrupción y la
decadencia de su “élite” dirigente. Hoy, tras quince meses de revolución,
aparecen los signos de una nueva etapa: la etapa de la lucha siria.
En Siria hay una guerra desde que estalló la revolución, que
es además una guerra civil. El régimen decidió desde el primer momento
enfrentarse a la revolución por medio a guerra y no haciendo uso de la política.
La guerra no tardó mucho en producir su otro bando, que es la variopinta resistencia
armada cuyos integrantes se calcula hoy que rondan los 50.000. El régimen
también fue el primero en beneficiarse de la ayuda material exterior –militar,
técnica y de inteligencia, y puede que hasta humana- de Rusia, Irán y otros.
Durante meses, en contrapartida, la resistencia armada se basaba en armas
individuales sencillas, cuya fuente de aprovisionamiento eran los arsenales del
ejército sirio. Lo que es seguro es que quien luchó y empujó a la guerra, y
quien se comportó según la lógica del clan privado y no del Estado público fue “el
régimen”. Esto no sorprende en absoluto: la revolución simplemente salió a la
luz.
Pero la revolución siria no es esta lucha armada entre los
sirios en su propio país, sino una situación que se trasluce en el horizonte
cercano y en el que se entremezcla con un enfrentamiento sectario abierto y con
formas claras de intervención exterior, al estilo de lo que sucedió en la
guerra libanesa poco después de su inicio. Las masacres que han tenido lugar
desde Karam al-Zaytoun no son hechos aislados, sino una línea que es muy
probable que continúe. Y no hay nada que impida que la creciente internacionalización
política del conflicto sirio se convierta en una internacionalización militar,
aunque sea de forma indirecta.
Como Líbano durante la guerra civil, Siria va en el camino de
ser un país sin un interior propio, o con varios interiores enfrentados entre
sí. La élite maronita que dominaba el país (Líbano) llamó a diversas
intervenciones exteriores, entre ellas la intervención siria, para salvarse.
Pero ello fue a costa de que hiciera que unas partes libanesas y otras se
enfrentaran, por lo que la fuerza del liderazgo dejó de estar en la entidad
libanesa. En esta misma línea va la junta dirigente asadiana, apoyada en Rusia e
Irán, que ha perpetrado una serie de masacres sectarias que parecen imparables
y que alejan la esperanza de que no se produzcan reacciones semejantes.
Tal vez durante las próximas semanas, la junta dirigente
criminal parezca ir convirtiéndose poco a poco y aparentemente en el liderazgo
de una milicia armada, que solo busca salvarse, aun a costa de su desaparición
como régimen y como fuerza dirigente. Sabe que recuperar el control es
imposible y que los días del “régimen” se van agotando. Sus opciones hoy solo
son bien ser erradicado totalmente, o bien volverse hacia un bando social
concreto, que en su corazón no estaba lejos de él.
Esto haría realidad un objetivo de la revolución: deshacerse
del régimen; es decir, del conjunto de organizaciones políticas, ideológicas e
institucionales que permitían a esta junta liderar el país. Pero ello no supone
deshacerse de esa junta como tal. Esta lo que hará será recomponerse en forma
de liderazgos sectarios ligados al entorno familiar, y tal vez siguiendo una
doctrina de protección de las minorías de la que hablan los portavoces
occidentales de vez en cuando.
Lo que puede cortarle este camino depende directamente de la
política de la revolución y el comportamiento de las fuerzas y corrientes
implicadas en la misma, que han de guiarse por el nacionalismo sirio
unificador, en vez de la religiosidad y el sectarismo. El régimen ha intentado
pintar la revolución como una revolución suní (salafistas, ‘ar’ures[1],
Al-Qaeda…) con el objetivo de desviar la atención de su nacionalismo y
sentimiento de liberación, así como de la pluralidad de su base social. El
asesinato selectivo y las masacres han llevado a una cierta crispación del
nervio suní, hecho en el que algunos grupos opositores han encontrado algo que
les interesa, porque si la revolución parece una revolución suní ello les
facilitará a estas fuerzas y grupos el ocupar posiciones dirigentes tras la
caída del régimen. Pero esto, también puede proporcionar al régimen sirio, que
está convencido de que no puede volver a gobernar el país, una salida política si
se transforma en un liderazgo sectario, como hizo un homólogo suyo en Líbano.
Esta forma de pasar por alto la revolución supone un mero intercambio de un
grupo gobernante por otro.
El hecho de que los árabes musulmanes suníes sean la mayoría
absoluta en el país no es lo que impedirá este desarrollo. De hecho, no existe
una secta suní en Siria, sino que hay suníes sectarios, que son los que quieren
hacer parecer a la revolución una revolución suní, y quienes trabajan por la
sectarización de los suníes sirios; es decir, que pretenden agruparlos
políticamente bajo su liderazgo. No lo lograrán, pero tal vez logren sectarizar
el régimen político como en Líbano e Iraq. Esa será la oportunidad de la junta
asadiana para salir a flote, aunque pierda el control general.
Probablemente esta es la salida que desean las potencias
internacionales que cada vez tienen más influencia, sean árabes o no. Sus visiones
centradas de forma espontánea en torno a grupos religiosos y sectarios también les
ofrecen centros donde influir e intervenir. Mientras los discursos occidentales
preocupados por los derechos de las minorías no hacen más que incidir en la
posibilidad de conformación de ese régimen de riesgo sectario, las potencias
árabes no tienen una visión alternativa, aunque intenten aumentar el peso del
componente suní: no pueden hacer nada contra estos potenciales desarrollos de
la situación si no termina la guerra del régimen contra la sociedad
revolucionaria. Deben detenerse la violencia y el sectarismo en primer lugar.
[1] En referencia a Adnan al-‘Ar’ur, un clérigo suní cuyos
comentarios tienen un marcado carácter sectario.
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