Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 28/05/2012
Las grandes cuestiones sobre el futuro de las revoluciones
árabes giran en torno a los centros egipcio y sirio e muestran grosso modo
que el proceso de cambio histórico aún está en los albores de su
materialización. Estas cuestiones también muestran la necesidad de que se
materialice una conciencia política que saque a la revolución de sus dilemas, y
la ponga en el camino de la construcción de su nuevo proyecto político, social
y cultural. En Egipto el primer resultado de las elecciones presidenciales ha
venido a mostrar tres factores:
1.
La victoria de las dos
autoridades tradicionalmente opuestas que representan al régimen anterior; es
decir, el éxito del Ejército y los Hermanos en la primera vuelta de las elecciones,
aunque por poca diferencia. Parece que el régimen egipcio cuya cabeza derrocó
la revolución sigue en el poder. La dictadura del ejército la representa el
equipo de Shafiq frente a la posibilidad de que se produzca una dictadura de
los Hermanos representados por Muhammad al-Mursi. Este éxito indica que hay dos
fuerzas organizadas en Egipto que han logrado utilizar las elecciones presidenciales
para afirmar su poder. Se trata de una afirmación que conlleva muchos riesgos, desde
la posibilidad del estallido de las diferencias hasta la posibilidad de que se
cree una alianza cuyos rasgos aún son extremadamente ambiguos, pero que ambas
partes han intentado por medios poco claros desde que se encendiera la mecha de
la revolución.
2.
La total ausencia de
candidatos liberales serios, porque el señor Amr Musa no ha podido llenar el
vacío que dejó la ausencia de Baradei de la escena electoral ya que su imagen
como candidato no podía ocultar su imagen como parte del régimen anterior. Del
mismo modo, el antiguo régimen ha decidido finalmente entrar en la lucha con un
general de verdad y no con la máscara civil de un general. Baradei, que parecía
al principio de la revolución capaz de crear una alianza revolucionaria amplia
que incluyese a liberales e izquierdistas, escondió su voz y se retiró de una
lucha que le pareció ambigua, salvaje y difícil.
3.
La salida de las fuerzas de
la revolución de la competición en la segunda vuelta. Hamden Sibahi, el
naserista civil, quedó tercero y Abd al-Monem Abu-l-Futuh, el islamista civil,
quedó cuarto. Fracasaron todos los intentos de reunir a los dos en una lista
presidencial única, como para que uno fuera Presidente y el otro
Vicepresidente. Este fracaso no puede atribuírsele al egoísmo y la
personalización solamente, sino que expresa también la opacidad de la postura
política e intelectual de ambos. Sibahi es naserista y populista; Abu-l-Futuh
es un islamista moderado y abierto al liberalismo. Pero parece que las
características de los candidatos no se han materializado en dos proyectos
políticos claros. A Abu-l-Futuh lo malograron los salafistas con su apoyo y
Sibahi parecía un candidato objetor más que
alguien con un proyecto político nuevo.
Sin embargo, el mapa que ha
dibujado el resultado cuasi-oficial de la primera vuelta de las elecciones
presidenciales egipcias, indica por otro lado que Egipto ha entrado en una
nueva era y que el monopolio del poder ya no puede pertenecer a nadie: el
equilibrio salido de las elecciones no es entre dos, sino entre tres partes: el
Ejercito, representado por Shjafiq, los Hermanos con Mursi y las plazas de la
revolución con los votos que se llevaron Abu-l-Futuh y Sibahi. El juego de los
cuarteles del poder intenta borrar este tercer elemento y sacarlo de la
ecuación. Será entonces cuando tenga lugar la verdadera lucha. Pero la
capacidad de las plazas de la revolución de quedarse y resistir depende hoy de
la materialización de un proyecto político diferente de los otros dos. Solo así
podrán imponer la lógica de que la presidencia fue una mera vuelta y que los
nuevos horizontes de Egipto nacen fuera de los dos cuarteles del despotismo.
En Siria, la cuestión parece más
complicada tras teñirse el país con la sangre de las víctimas dado que el
régimen ha seguido su método salvaje de quema de ciudades y pueblos y de
convertir a Siria en un gran cementerio. Por otro lado, tras la salvaje masacre
de Al-Hawla el régimen entro se lleno en el infierno, y proclamó su disposición
a ir a una guerra abierta en la que usaría todas sus armas, comenzando por el
arma sectaria.
Para enfrentarse a este
salvajismo, la escena siria muestra la extraña contradicción entre la escena
popular y la escena política. Mientras el pueblo sigue su revolución convirtiéndola
en una epopeya heroica que abre el siglo XXI hacia la posibilidad de la
libertad, parece que las élites políticas opositoras están tristemente fuera del
marco.
El novelista Jaled Jalifa[1] es
detenido y le rompen las manos antes de soltarlo, el CNS es incapaz de
materializar su proyecto político y se pierde en luchas internas sin sentido,
mientras que el Comité de Coordinación Nacional sigue perdido buscando en Moscú
una salida que el Presidente ruso se niega a aceptar si no es adecuada para su
aliado el dictador sirio.
Esta separación entre la
revolución política en la que entra el pueblo y la política de la revolución
que intentan llevar a cabo las élites de la oposición, indica que la crisis de
las fuerzas revolucionarias en Siria se parece a la crisis revolucionaria en
Egipto, con la enorme diferencia representada por el papel del ejército y los
Hermanos en Egipto, país que ha mantenido la estructura del Estado mientras que
el régimen dictatorial en Siria lo está destruyendo.
El régimen dictatorial sirio no
se ha conformado con destruir Siria, sino que ha intentado e intenta
generalizar la experiencia de destrucción a toda la Siria histórica (el Bilad
al-Sham). Si ha fracasado hasta ahora en hacer estallar sectariamente a
Líbano, no dejará de intentarlo, considerando que aún puede hacer de la destrucción
generalizada tanto su puente a las negociaciones con las fuerzas occidentales
que temen el fundamentalismo, como un medio para tranquilizar a Israel. La
dictadura en los centros sirio y egipcio vive su último dilema, y, a pesar de
lo que pueda parecer, está en su ocaso final. Ni el asesinato criminal en Siria
ni el baile de la lucha entre los dos despotismos en Egipto lo sacará de su
atolladero.
En lo que se refiere a la
revolución, esta está viviendo ahora los dolores del parto y el parto es
difícil y duro, y exige la creación de una nueva conciencia y una visión
política clara, que ya es hora de que comience a materializarse en pensamiento
y organización sobre nuevas bases. Ello es responsabilidad de los activistas e
intelectuales de la revolución.
[1] Conocido por su libro “Elogio
del odio” (Madih al-Karahiyya), en el que cuenta cómo afecta a una
familia la batalla entre los Hermanos Musulmanes y el régimen sirio.
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