Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 15/07/2012
Recientemente el general Manaf Tlass, oficial de la Guardia
Republicana e hijo del coronel retirado Mustafa Tlass, ministro de Defensa de
Hafez al-Asad durante prácticamente todo su gobierno, y después de su hijo y
heredero Bashar al-Asad durante cuatro años, “desertó” del régimen sirio. El
general Tlass es de la generación de Bashar al-Asad, “la tercera generación
baasista”, cuyos miembros nacieron recubiertos de gracia y se repartieron entre
los cargos del poder y las finanzas (la primera generación es la del
proselitismo y la segunda la del poder). En la imagen que se ha difundido tras
su deserción se le muestra como una estrella estadounidense de cine, con el
rostro bronceado, el pelo descuidado con mucho cuidado y un grueso puro en
la boca.
El general Tlass no ocupa el cargo más alto que ha desertado
hasta ahora del ejército sirio, pues otros oficiales en el puesto de general de
brigada le han precedido, pero no hay duda de que él es el más poderoso y más
cercano al núcleo interno del régimen. En la Siria de Al-Asad el general de
brigada no siempre está por encima del general, ni un ayudante primero está por
debajo de un dirigente necesariamente, sino que se normalmente un puesto medio
tiene la influencia que no tienen un general o un general de brigada. Esto tiene
que ver con los puestos ocultos del poder, que tapan e invisibilizan los
puestos públicamente conocidos y los dominan. Estas posiciones ocultas
pertenecen al mundo de la auténtica magia, así por ejemplo un día un oficial,
que llegó a ser comandante en apenas seis años sin haber luchado en una sola
batalla, fue promocionado a teniente general, el más alto cargo en el ejército
sirio[1].
Pocos días después del General hijo del Coronel, el
embajador del régimen sirio en Bagdad desertó también, un hombre que se había
formado en funciones securitarias y gubernamentales en el régimen sirio antes
de ser nombrado embajador: el cinturón diplomático sirio es igual de perverso
que los aparatos de seguridad.
Si el embajador anunciaba que se sumaba a “la revolución del
pueblo sirio”, el general de la Guardia Republicana se mantiene callado una
semana después de su supuesta deserción, y al parecer está en París, la ciudad
francesa sumergida en la que su anciano padre vive también. “Kafaranbel ocupada”[2],
que representa el sentir de la revolución siria, dijo que “la brigada Charles
de Gaulle”, que dirige el general Tlass había tomado el control de la avenida
de los Campos Elíseos.
Estas deserciones son candidatas a aumentar: un número cada
vez mayor de personas dentro del régimen sienten que su lucha está perdida, y
prefieren saltar de un barco que parece abocado a ahogarse. Esto es bueno desde
el punto de vista de la revolución. Todo lo que debilite a un régimen tan
sanguinario y carente de conciencia es bienvenido, aunque el motivo de las
deserciones sea salvar el propio pellejo. Pero ello supone también un desafío
para la revolución, puesto que los concernidos, en la medida de la importancia
de sus cargos en el régimen, no han sido históricamente honrados, por no decir
que han sido de lo más repugnante. Si es cierto que los más corruptos y más
criminales siguen con el régimen, y es cierto, ello no otorga a los que se han
separado de él la inocencia y la purificación. Si existe una magia capaz de
convertir a un comandante en teniente general y la república en una monarquía
hereditaria, no hay magia que invierta la naturaleza corrupta de un hombre para
hacerlo íntegro o la de uno vacío y arrogante para hacerlo modesto y honrado. Quien
humilla a la mayoría de la gente es uno de ellos, y no especialmente sobre la
espalda de una revolución que aspira a invertir los cargos del poder
establecido, y devolver la moral a la vida pública.
Esto obliga a la revolución a proponer una política clara en
este sentido, especialmente porque parece que va a extenderse la situación para
conformar en un momento no ser muy lejano un fenómeno general. ¿Cómo se puede
dar la bienvenida a los desertores e incitar a que más responsables del régimen
deserten, y salvaguardar al mismo tiempo la dignidad de la revolución y sus
valores de integridad, justicia y libertad? Las primeras deserciones, que eran
mayoritariamente de militares y algunos periodistas, no han planteado problemas
porque los protagonistas no conformaban la “espina dorsal” del régimen, y
porque la mayoría se unieron a la revolución como luchadores o como líderes
militares, y en el caso de los periodistas a los púlpitos y aparatos mediáticos
afines a la revolución. Pero las deserciones actuales y las potenciales
plantean un problema político y ético: ¿basta con que un alto oficial, un
diplomático, o un ministro abandonen al régimen para considerarse exculpados de
los crímenes del régimen y ser considerados participantes en la revolución?
Al menos debería pensarse en que los concernidos se
disculpen por su pasado con el régimen ante el pueblo, y que participen positivamente
para beneficiar a la revolución.
Pero en todo caso, lo importante es abrir el debate general
sobre esto, porque se trata de un tema polémico y la conjunción entre la
petición de que se incite a las deserciones y la protección de los valores de
la revolución no es algo obvio ni fácil. El pragmatismo desencadenado que da la
bienvenida a las deserciones y que no se preocupa por los principios no es una
política adecuada a la revolución, ni tampoco se ha comprometido con cómo
criminalizar a los hombres del régimen en sus distintas posiciones y
responsabilidades, metiéndoles miedo con las deserciones..
La realidad es que la deserción, y la palabra no era de uso común entre los
sirios antes de la revolución, no es una mera separación del régimen, sino que
incluye una dimensión de pensamiento y de valores que supone una humillación
moral y una lucha contra su método de dictadura, corrupción y locura sectaria.
Esta dimensión es la candidata a ser sacrificada en este marco de la revolución
siria, pero no debe la víctima del sacrificio de forma que así se salvaguarde
la dignidad de la revolución y sus mártires. En este sentido, tenemos un
precedente conocido: hace años Abd al-Halim Khaddam, uno de los pilares del
régimen de Hafez al-Asad y el vicepresidente formal de su heredero durante
cinco años, desertó del régimen. Pero el hombre no se disculpó ni una sola vez
ante los sirios, ni revisó su historia con el régimen, mostrando una especie de
purificación mediática con la arrogancia típica del poder.
El tema del sectarismo es importante en este contexto, porque ello hace más
probable que los que descienden de ambientes suníes deserten más que otros,
dejando la discusión y la política sobre las deserciones el campo abierto para
los desertores según las afinidades sectarias y debilitando así su dimensión
ética. Tal vez ello envíe el mensaje erróneo a quienes estén pensando en
desertar entre los no suníes o incluso a los revolucionarios y participantes en
la revolución que tampoco sean suníes.
Puede que haya algo que invite a pensar en las formas de unión entre la
política sobre las deserciones hoy y los principios del interés nacional tras
la caída del régimen. ¿Cómo puede meterse la incitación a las deserciones en la
visión del interés nacional en Siria post-Asad? ¿Cómo puede conjugarse la
justicia con los individuos y el principio de no excederse en el castigo, como
se pueden evitar las prácticas vengativas, y cómo lograr el interés nacional
que tal vez exija formas de amnistía? ¿Cuáles son los límites del pacto? ¿Hay
criminales totales que no puedan ser perdonados? ¿Cómo pueden identificarse?
Son estas cuestiones por las que hemos de preocuparnos desde hoy.
[1]Se refiere a Bashar al-Asad.
[2] Así es como firman los carteles y pancartas en Kafaranbel (provincia de
Idleb).
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