Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 16/07/2012
El estallido de la revolución siria ha ido acompañado de la
amplia expansión de un sector de comentaristas/intelectuales sirios en el
exterior que salen en los canales árabes por satélite. Este fenómeno al
principio era la expresión del deseo de romper los muros del silencio con los
que la sociedad siria se había rodeado; por tanto, parecía algo positivo. Con
el desarrollo de la revolución y la conformación de marcos políticos como el
Consejo Nacional Sirio, el Comité de Coordinación Nacional y el Alto
Comisionado de la Revolución entre otros, aquellos de los que se esperaba que
fueran líderes políticos se convirtieron en comentaristas en los canales árabes
por satélite.
Independientemente de las razones que llevaron los dos grandes
canales árabes por satélite -Aljazeera (Cátar) y Al-Arabiyya (Arabia Saudí)- a
adoptar a la revolución siria, se trate de una cuestión profesional o de una
cuestión política relacionada con los intereses de ambos países, o incluso una
mezcla de ambas, lo que me importa ahora es saber cómo el fenómeno de los
comentaristas/intelectuales sirios en el exterior se ha convertido en algo
negativo y en una especie de pérdida del norte político. Esto se debe en mi
opinión a que se ha perdido la distancia entre la posición que se supone que el
líder político debe expresar y el análisis que un periodista suele hacer, o la
opinión que un intelectual debe dar.
Esta sorprendente mezcla de misiones refleja la estructura
de la oposición siria en el exterior y su larga ausencia de la escena política
por un lado, mientras que por el otro, refleja la insaciabilidad de los canales
por satélite que buscan cargar el directo con polémicas. Así, seguir las
posturas contrarias se ha convertido en una carga para las mentes y almas de
los telespectadores, pues las posturas declaradas en vez de reflejar el deseo
de cambio, se han convertido en una carga para el cambio y en una ocasión para poner
al descubierto una estructura frágil y unos deseos oportunistas que buscan
ascender por la cascada de la sangre siria.
Un poco de modestia, señoras y señores, y que cada uno
trabaje con mucho silencio y pocas palabras para apoyar a los que resisten en
el interior. Esa es la misión de los intelectuales fuera, nada más. En cuanto a
los que lidian con el liderazgo, han de ser económicos con el lenguaje, porque
el líder no es un periodista de canales por satélite y, cuando aparece en la
pantalla, su aparición ha de contener una orientación política determinada y
una postura clara resultado de los desarrollos políticos concretos.
La claridad de las misiones, sean cuales sean las
diferencias y las coincidencias en proyectos tangibles, garantiza la disolución
de una gran parte de las diferencias políticas que gobiernan muchas de las
fuerzas políticas que tienen su origen en su mayoría en la etapa pre-revolucionaria.
El público no puede abarcar toda esta mezcla insana: cada
uno declara como le viene en gana y adopta posturas en directo sin volver al marco
de referencia, por lo que se mezclan los roles y empeoran las ambigüedades. En
consecuencia, el ciudadano ya no es capaz de distinguir entre las posturas de
las fuerzas políticas y el humor de los grupos que ellas pertenecen.
Puede que el papel que jugó Azme Bechara al inicio de la
revolución , cuando pasó de ser un líder político y un pensador a ser un
comentarista de televisión diario en Aljazeera iniciase esta etapa de
ambigüedades. A pesar de que Bechara ha reconocido su error y se ha retirado relativamente,
el hambre de medios llama a muchos políticos e intelectuales y ha perjudicado a
la revolución en vez de ponerse a su servicio.
Volvamos a las prioridades: la función del periodista es
transmitir la noticia y analizarla, y la labor del político es hacer públicas
las posturas cuando estas están maduras y cuando su anuncio es necesario. Por
su parte, el papel del intelectual es defender los valores y desmontar el
discurso del poder, metiéndose en la revolución sin perder su sentido crítico y
criticando los errores de la revolución para corregirlos. En cuanto al papel de
los luchadores sobre el terreno, con sus coordinadoras, es ser la referencia
primera y última de los otros tres.
Es así como las cosas se encauzan y eso es lo que hoy nos
falta con este fenómeno de las estrellas del “talk show” y similares, que no
brillan más que durante instantes y después se apagan. Debe detenerse el flujo
de declaraciones con o sin sentido porque los canales por satélite no son Facebook,
donde todo se entremezcla muchas veces.
No sé cómo esos tienen la valentía de hablar en cantidades
tan terribles, cómo no son un poco más modestos ante la gran epopeya que vive
un pueblo que lucha solo defendiendo la vida y los valores morales contra el aparato
ciego de la muerte. ¿Cómo no se sienten pequeños ante la prepotencia de la
muerte que llena las ciudades de Siria y como no respetan la palabra, que es
nuestra única arma contra la cruenta inmoralidad del régimen dictatorial?
Desde el estallido de las revoluciones árabes hasta la
epopeya siria que es la más grande y noble que están escribiendo hoy los árabes,
la misión de los intelectuales y las élites era la devolución del significado a
las palabras para liberar a la lengua de la vulgaridad y recuperar los valores
morales sin los cuales no hay ninguna perspectiva social. Ésa era y seguirá
siendo la gran misión.
En vez de divertirse en discusiones políticas absurdas y
estériles, es obligación de los intelectuales construir un contrato moral nuevo
sobre el que se asiente la estructura social que han destruido la corrupción y
la dictadura. Las piedras que conformen dicha estructura han de ser nuevas y compactas
moralmente para que la revolución sea el comienzo de una nueva era, la era de
los ciudadanos y no la de los súbditos, la era de las personas libres y no de
los rebaños que son conducidos al sacrificio, la era de la justicia en todas
sus dimensiones sociales y políticas. Mis palabras no pretenden ignorar el
trabajo de muchos y muchas intelectuales y luchadores y luchadoras, que han
preservado el honor de la palabra y el honor de la sangre, sin caer en la
trampa del vil estrellato, sino que suponen un mero aviso que nos dice que
venimos de estrellas que solo brillan en la televisión.
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