Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Haj Saleh
Fecha: 19/08/2012
De vez en cuando, los sirios interesados en los asuntos generales sacan el
tema de los “errores de la revolución”. La discusión se ha endurecido con la
ejecución de un shabbiha de la familia Berri hace unas semanas, y
después cuando se emitió el vídeo que mostraba cómo se lanzaba a personas, que
se decía que eran francotiradores, desde la azotea de un edificio de varias
plantas en Baldat al-Bab en Alepo.
Esta discusión no es solo necesaria, sino que es un signo de la vitalidad de
la revolución y la pluralidad de sus dimensiones. Esto no lo cambia el hecho de
que muchos de ellos parezcan estar más ocupados en monitorear sus lapsus que en
corregir sus prácticas y da la impresión de que buscan una excusa para ponerse
en su contra (de la revolución). Sin embargo, con la prolongación de la
revolución, la expansión de sus focos, y la consabida intensa descentralización
política, militar e ideológica, es imperioso pasar en la discusión de la
“crítica de los errores” a la introducción de un mecanismo de auto-corrección o
de institucionalización de la crítica por medio de actividades políticas,
mediáticas y legales que tengan por objetivo proteger los valores de la
revolución y expandir su base ética. Lo cierto es que hay prácticas correctivas
que han puesto de manifiesto algunos excesos y han sido recibidos con oleadas
de protesta contra dichos excesos, pero, aun así, las prácticas se han
mantenido, como se ha mantenido la crítica de los errores en sí misma: hechos
circunstanciales que nada tienen que ver con organizaciones concretas ni están
insertos en mecanismos claros de trabajo. Eso es lo que hoy debe superarse teniendo
en cuenta que se dan las condiciones para ello. Ya no es difícil publicar un
pequeño periódico y distribuirlo en papel y difundirlo en la red, que esté relacionado
con esta cuestión (hoy hay muchos periódicos sirios nuevos). Tampoco es
complicado conformar un grupo de revolucionarios civiles, activistas por los
derechos o periodistas que participen en la revolución para que se encarguen de
recopilar los excesos de los revolucionarios. La base social para trabajar
es hoy muy amplia en Siria, y puede y debe destacar la satisfacción de las
necesidades y las nuevas funciones.
Lo que solíamos criticar al régimen era su carencia de mecanismos de
auto-reforma (prensa libre, poder judicial independiente, oposición política…),
y de desarrollo en vez de tener mecanismos para otorgar la perfección a su
política e impedir que sea criticada o que alguien se oponga a ella. Esto ha
llevado a lo largo de décadas a una ley de desarrollo especial del régimen sirio
y sus semejantes, que se trata de mantener a los peores, lo más corruptos, los
que están dispuestos a hacer la pelota y destrozar las capacidades y las conciencias,
mientras que se dejaba y deja al margen o fuera del país a los más preparados y
más dignos sirios.
La decadencia nacional que ha conocido siria durante el gobierno baasista y
asadiano ha provocado principalmente su carencia de mecanismos de reforma y la
abundancia de diversos mecanismos de corrupción, la base de lo cual es el poder
absoluto. La fuente del mal del régimen está ahí precisamente y de ella nacen
los mayores males como los hermanos Asad, Ali Mamluk [1], Yamil Hasan [2] y
otros. Que aparezca gente como ellos es perfectamente posible sean cuales sean
las creencias de los gobernantes, sus orígenes o grupos sociales, y ello es
algo que ha de considerar desde hoy la revolución.
El objetivo de proteger los valores de la revolución no es evitar los
errores y los pecados, porque eso es hoy difícil, por no decir imposible. El
objetivo es crear una conciencia grupal o un instinto ético que arraigue en el
cuerpo de la revolución, que camine con ella, se desarrolle con ella y no deje
de hacerla rendir cuentas. Es decir, se trata precisamente de crear los
mecanismos de corrección y reforma esperados. Lo que hoy se conserva se cimenta
mañana, y las formaciones que hoy intentamos componer puede que mañana se
conviertan en agrupaciones asentadas en el futuro.
No se sostiene el hablar de la protección de los valores de la revolución si
no es sobre una base de total apoyo a la evolución que fundamente su justicia
esencial. Quien se opone a la revolución no precisa acabar con sus errores. Si queremos
expresarlo con claridad: quien no condena al régimen y no pide su derrocamiento
inmediato, ha perdido la capacidad ética de criticar a la revolución o de tener
sus reservas hacia sus peores acciones. Esto, de todos modos, es una mera
definición de lo que significa estar con la revolución.
Pero la justicia esencial de la revolución no garantiza en sí misma una
verdadera justicia espontánea a lo largo del camino (algo muy necesario) o en
sus actividades sociales, militares y políticas, o en todo lo que hacemos o
dejamos de hacer. El creer que lo garantiza es una forma de sacralizar la
revolución y que puede ser muy peligrosa tras su victoria, más de lo que es
hoy, algo que hoy oculta el hecho de que las zonas de la revolución son atacadas
por el régimen famoso por su mezquindad, corrupción y miedo.
Pero no hay nada que obligue a que la visión ética esté ciega políticamente.
Quien considera la mera aparición de un elemento militar en la revolución un
error, se pone a sí mismo en la práctica por encima de la realidad y critica
las acciones en nombre de valores
abstractos, sin importarle los procesos sociales, intelectuales, psicológicos y
políticos que han tenido lugar en el país durante casi año y medio. Aquí los
valores están separados del ámbito de la práctica, al que son dirigidos desde
el exterior (del mismo modo que se traslada la conciencia revolucionaria a la clase
obrera en el modelo del régimen leninista). La revolución o lo abraza o los
dueños de este dogma la reprueban y salen de ella. Esos precisamente son
los que ocupan una posición secundaria en comparación con quienes consideran
que la revolución se vale por sí misma éticamente o que en sí misma es un
parámetro ético que no necesita desarrollar una conciencia propia.
La guerra se ha impuesto a la revolución, pero nada impide esencialmente que
la guerra se enmarque en bases y raíces justas en armonía con sus valores y
estaremos en la posición óptima para influir en esta dirección participando
activamente en las actividades de la revolución. Mientras no se haga uso de la
justicia para oponerse a la expansión de la religiosidad en los centros de los
revolucionarios, algo que se está dando, ponerse a uno mismo a la altura de la
revolución y participar en sus actividades es lo que permite también ocupar la
mejor posición posible para oponerse a las formas de religiosidad extremista y
discriminatoria.
La “política” ética que defendemos aquí es interactiva, ve que la revolución
es un proceso vivo y que su desarrollo exige una diferenciación de funciones,
actividades y nuevas instituciones, éticas, intelectuales y políticas, que respondan
de la mejor forma a este desarrollo. Lo que rechazamos es trasladar una ética
preparada (y una conciencia preparada) a una revolución que exige estar
despojada de ambas y no reconocer, al mismo tiempo, la capacidad intelectual y ética
de la revolución. Ambas posturas están más cerca entre sí de lo que parece.
Lenin es quien inventó la teoría del traslado de la conciencia (la revolución
al servicio de una conciencia que la precede), y quien hizo de la revolución un
parámetro para medir la ética (la ética al servicio de la revolución). El
resultado fue malo ética e intelectualmente.
La revolución siria, que ha ganado en la verdadera lucha por medio de la
cobertura de sus actividades, la documentación de sus hechos y víctimas y el
registro de amplios niveles de solidaridad por medio de las redes de socorro
organizadas, puede también ganar la lucha de la justicia corrigiendo sus
errores y haciéndose rendir cuentas a sí misma.
[1] Ex director de la Inteligencia General, hoy (tras el atentado de Damasco
en julio) es presidente de la Oficina de Seguridad Nacional en calidad de
Ministro.
[2] Director del departamento de Inteligencia Aérea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario