Texto original: Al-Hayat
Autor: Bakr Sidqi
Fecha: 29/03/2012
El título hace referencia al acuerdo alcanzado
entre Mark Sykes (Gran Bretaña) y Charles François Georges-Picot (Francia)
en 1916 para repartirse los restos desgajados del Imperio Otomano,
a espaldas de los árabes a los que se les había prometido un Estado Árabe
bajo el reinado del Jerife Hussein.
Desde Turquía a Iraq, Siria, Líbano, Palestina y Jordania se extiende una amplia zona llena de culturas y problemas a un mismo tiempo: variedad cultural, nacional, religiosa y confesional por un lado, y problemas complicados y crónicos que se han acumulado durante más de un siglo por otro. En vez solucionarse con el tiempo, estos problemas han empeorado aún más por culpa de la política. Así, a los problemas árabes, judíos, kurdos, cristianos y armenios, se ha unido un nuevo problema chií, y hoy nos enfrentamos a lo que podría llamarse el problema alauí.
Las últimas declaraciones del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, sobre el miedo que le producía el posible establecimiento de un gobierno suní en Siria en la etapa post-Asad, son un mal presagio que no carece por ello de relevancia. Es como si nos hubiera llevado de nuevo a finales del siglo XIX, cuando la Rusia cesarista quería jugar el papel del protector de los ortodoxos en Oriente Medio en su enfrentamiento con las principales potencias europeas coloniales en aquel entonces. Es como recuperar las “paranoias de las minorías”, que no hay forma de tranquilizar si no es con las garantías de las grandes potencias.
Si Mustafa Kemal Ataturk hubiera recogido lo que quedaba del cuerpo del desvanecido Imperio Otomano en su forma de Estado-comunidad turca, habría terminado de purificar su república de griegos y judíos, después de hacer lo propio con los asirios y los armenios, y habría intentado turquizar a los kurdos y los árabes que quedaran. Sin embargo, las cuestiones kurda y aleví[1] empeoraron a la sombra de su república laico-suní. Así, fracasó en sus intentos de turquizar a los kurdos , de sunificar a los alevíes y de laicizar a los turcos, a pesar de las duras medidas que adoptó.
Iraq, que se dirige imparablemente a un aumento de las luchas intestinas, es testigo hoy de una tensión que tal vez sea la más peligrosa hasta ahora entre la dictadura de Al-Maliki, apoyado por Irán, de un lado y los componentes suní y kurdo de otro. Puede que el problema de Tariq al-Hashimi[2], que se ha refugiado en la región federal del Kurdistán, sea equivalente al asesinato del heredero del Imperio Austríaco, que fue la causa inmediata de la balcanización de la zona de los Balcanes tras la Primera Guerra Mundial. En las últimas declaraciones de Masud Barazani se trasluce un aviso y un desafío a la amplia dominación iraní que caracteriza a Iraq tras Saddam Hussein.
En Líbano, no se vislumbra en el horizonte solución política alguna para el problema de Hezbollah, que ha recuperado de una forma más peligrosa y complicada que antes el aislamiento maronita libanés de los años setenta, porque el partido chií armado hasta los dientes representa una prolongación directa de Irán en la costa mediterránea y la frontera norte del Estado de Israel. Y si la tensión suní-chií ha caracterizado la pasada década en Líbano, ha sido también un reflejo local de la tensión entre el Golfo árabe e Irán desde que tuviera lugar la Revolución Islámica de Irán a finales de los setenta. La pesadilla de las minorías chiíes en los países del Golfo ha ido a peor con las políticas de injerencia de la República Islámica de Irán nacida de tal revolución. Los países revolucionarios con sus recursos petroleros, han visto cómo el problema llegaba a su peurta, después de trabajar para deshacerse de Saddam Hussein: su lugar lo ha ocupado una influencia iraní sin precedentes en Iraq.
La esperada caída del régimen sirio descolocará la alineación actual de las potencias en la zona y la influencia iraní que se extiende hasta Líbano, Palestina y Yemen perderá a su eslabón más importante, quedando el destino de Hezbollah en la incertidumbre. Sin embargo, la crisis siria que ya dura más de un año, avisa hoy del nacimiento de un nuevo problema: “la cuestión alauí”, cuya influencia puede llegar hasta Turquía e incluso el norte de Líbano.
El código de conducta política sirio ha evitado hablar de la minoría alauí por miedo a ser acusados de sectarismo. Así, se suele separar entre el régimen dinástico inaugurado por Hafez al-Asad hace 42 años y entre esta minoría. El régimen de los Asad ha intentado cubrir su adscripción minoritaria con una nebulosa ideológica que habla de la unidad nacional, además de la creación de redes con la más extremista de las corrientes islamistas, por lo que Siria puede incluirse en el paraguas de la zona de Al-Qaeda en un sentido amplio. A diferencia de su homólogo baasista en Iraq, el sumo cuidado del régimen de Al-Asad padre para asentar las relaciones con Arabia Saudí y los países del Golfo, se ha agitado en la época del hijo tras el asesinato de Rafiq al-Hariri.
La cuestión alauí hoy, después de que el régimen haya logrado en gran medida unir el destino de esta minoría confesional al suyo, y a pesar de que muchos activistas alauíes se han implicado de lleno en las actividades de la revolución siria, la sombra del apoyo al régimen que se tambalea se extiende sobre esta minoría. Incluso algunos de ellos han pasado del apoyo a la participación activa en la cruenta represión sangrienta de los civiles en las zonas revolucionarias, formando parte de las milicias de los shabbiha a las que se les ha encomendado las más sucia de las misiones y la más apta para provocar la guerra civil, a la que el régimen ha dedicado todos sus esfuerzos desde la primera semana de la revolución. Dichos esfuerzos han fracasado hasta hoy gracias a la sorprendente conciencia nacional de los revolucionarios, pero nada garantiza que la situación no derive en lo peor debido a que el régimen no ha detenido el derramamiento de sangre.
Estamos hablando de cerca de tres millones de habitantes a los que el régimen ha puesto al otro lado de una profunda grieta nacional. Esa es la cuestión alauí en la que el régimen muy probablemente quiere invertir para usarla como última línea de defensa en un proyecto divisorio que recupere la conformación de la entidad siria de los años veinte[3]. Esta suposición viene reforzada por lo que está sucediendo en Homs tras la caída de Baba Amro y la masacre y purga de Karam al-Zaytoun, además de las medidas individuales que lleva a cabo el PKK en las zonas del norte del país. El régimen lo ha animado a dominar por medio de las armas esas zonas, y a crear sus instituciones para “la autodeterminación”, algo que su líder encarcelado, Abdalá Ocalan, había sugerido en su origen para las zonas kurdas en Turquía. Recientemente, este partido ha amenazado con declarar la guerra contra Turquía si entra militarmente en Siria a raíz de las declaraciones de Ergogan sobre la zona aislada.
El mapa de Oriente Próximo no se completa si no se menciona a la entidad israelí, que ha fracasado en su integración en el tejido de esta zona y que sigue, tras más de medio siglo de su fundación, enfrentándose a su crisis existencial e intentando establecer el “Estado judío”.
La revolución popular en Siria no hará más que sacar a la luz el heterogéneo “mosaico” tan querido para los orientalistas. Es en él, tal vez, donde debamos buscar el secreto de la indiferencia de Occidente ante las atrocidades que comete el régimen de Al-Asad contra los sirios, mientras su portavoz dice: “Dejemos que la manzana siria madure y se pudra para volver a poner los mapas sobre la mesa”[4].
Esto no es el destino, la mesa puede volcarse si el régimen cae rápido.
[1] Es común la confusión entre los alevíes y los alauíes. Sin embargo, son dos comunidades diferentes. En Turquía hay representación de ambas, en gran parte debido a que la zona de Antakya fue concedida a Turquía por Francia y arrancada del territorio sirio.
[2]Vicepresidente iraquí (suní) que ha sido denunciado por corrupción, desencadenando un enfrentamiento suní-chií en el nivel político.
[3] El territorio sirio estuvo dividido durante un tiempo según criterios confesionales según un plan de la potencia mandataria francesa.
[4] Suponemos que el “portavoz” es una metáfora de EEUU.
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