Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 11/03/2012
La revolución siria es imposible. Estalló hace un año, ha continuado, pero es imposible. Ahí es donde radica su magnificencia, pero ello también es la fuente de su desgracia. Luchar contra lo imposible es muy caro. Pero, ¿por qué es imposible?
Durante cuarenta años se ha organizado a la sociedad siria para que implosionara en caso de salirse de su organización centralizada en torno a sus altezas los gobernadores en el plano político y humano. Se trata de un modelo de “sociedad bomba”, con un mecanismo de explosión doble: securitario, a través de un gran número de aparatos e informadores “dormidos” que “gritan” cuando es necesario; y en segundo lugar, por medio de una profunda crisis de confianza nacional que ha costado muchos esfuerzos y que separa a los sirios según criterios civiles, amenazando con convertir la “revolución” contra el régimen en una “escisión” social. Un ejemplo de esta crisis de confianza es la división crónica de la oposición siria, que no se comprende si no es haciendo una introspección política, psicológico y moral del régimen. Tal división parece contener los mismos niveles de terquedad que las propias divisiones sociales.
Incluso una revolución popular, de amplia base humana y de valores, como la revolución siria, es casi incapaz de abortar esa explosión doble, una explosión reforzada con una violencia sin límites que ha convertido a la sociedad siria durante medio siglo en un ideal de la sociedad violentada y triste.
Además, Siria es un mundo reducido que lleva en sí todas las contradicciones del mundo en su conjunto y cuya deficiencia en su conformación política aumenta por el hecho de haberse ganado la calificación de modelo reducido del gran mundo. El país es de reciente creación, apenas tiene 94 años, y es débil en su conformación nacional. Es un mundo reducido en el ámbito religioso, en el que hay un número de sectas islámicas que no se encuentra en otros países árabes y cuenta también con una antigua e importante comunidad cristiana. Además, aunque a día de hoy no cuente con judíos, estaban aquí hace nada. Y sin embargo aún parece que están aquí, pues Siria es vecina del Estado judío en Palestina y mantiene con él una relación que mezcla la sincera enemistad con la extraña seguridad. Es bien sabido que Israel prefiere la estabilidad de un régimen con el que no ha firmado la paz por lo que ello conlleva de seguridad en los Altos del Golán, algo que supera lo que obtuvo con la firma de la paz con Egipto y Jordania en lo que se refiere a zonas fronterizas. Israel prefiere esta estabilidad a un cambio político en un país que puede traer demonios desconocidos. El resto de posibilidades son malas israelímente, ya se trate de un gobierno nacional más sensible a las presiones de los sirios y sus exigencias, de un gobierno islamista o de una situación de caos e inestabilidad. Esta es una extraña coordinación entre dos países de los cuales uno ocupa la tierra del otro.
El entorno israelí posee dos influencias que complican todo en Siria. La primera es que se trata de un régimen de excepción internacional al que se le permite y se le perdona todo. Ha actuado como un matón regional gozando de inmunidad e impunidad a lo largo de su historia, lo que refuta el discurso occidental sobre el gobierno de la ley, la justicia y la democracia. Por otro lado, Israel está establecido sobre una base religiosa aplastante que pertenece al pasado, lo que supone una excepción mundial también, excepción difícil de comprender para árabes y sirios que tantas veces han sido aconsejados sobre las virtudes de dejar el pasado atrás y alejar la religión de la vida pública. Esta doble excepción refuerza la tendencia a dudar de Occidente y sus objetivos, como también dificulta la posibilidad de aprender de él y mucho más de identificarse con él. Del mismo modo, refuerza las posturas de las fuerzas y corrientes menos liberales en nuestras sociedades y las que más tienden a la hegemonía, sobre todo los nacionalistas y los islamistas.
Por ello, un número no desdeñable de opositores al régimen sirio, nacionalistas y socialistas especialmente, se han creído sus engaños y sienten una cierta culpa si rompen con él, como si fueran hijos de un padre cruel. Ello los ha convertido hoy en una carga para la revolución, son prácticamente soportes del régimen. Y junto a la maldición de Israel, Siria está en el epicentro de la principal cuenca de energía mundial de Iraq, la península Arábiga e Irán sin poseer ella misma más que lo que no se dice. Esta situación ha dado a la región una importancia internacional sin parangón, y ha elevado el valor de la estabilidad en ella en detrimento de la justicia y la libertad. De hecho, la zona ha conocido una estabilidad muerta durante cuatro décadas, una estabilidad esta, la de los fuertes, que nunca ha estado en contradicción con mucha de la violencia y la muerte que se han vivido en ella, cuyas víctimas han sido los débiles.
Siria era un modelo de esta estabilidad, hasta el punto de que la República Árabe de Siria era la vanguardia de los países árabes en el cambio hacia un gobierno hereditario de la familia asadiana, con un beneplácito árabe e internacional indudable.
En los años de presidencia del heredero, se conformó un ente político con dimensiones regionales que sobrepasan lo que eran meras alianzas en los días del padre fundador entre el régimen (en su núcleo político-securitario) e Irán y Hezbollah, hasta el punto de parecer un único régimen compartido. En este compuesto se entremezclan “el corazón latente de la arabidad”, con un estado no árabe y una organización sectaria armada en un país árabe. Es decir, elementos geográficos, políticos y estratégicos, con elementos religiosos y sectarios, sin olvidar los elementos económicos y financieros, todo ello con una dosis de terquedad e irracionalidad. Tenemos la firme sospecha de que en este compuesto se esconde el secreto de la lógica de la “lucha determinante” que parece que el régimen está llevando a cabo contra sus gobernados y de su disposición a asesinarlos y torturarlos, como si los ecos de la historia y sus fantasmas se extendieran por la antigua tierra de Siria.
En este sentido, se entrecruzan la estructura interna y las complicadas condiciones internacionales y las formaciones regionales clánicas, para hacer de Siria un mundo reducido, que lo tiene difícil para cambiar por sí mismo. Puede que haya un cambio en Siria, más bien, es algo seguro, pero un cambio liberador es un derecho que exige un cambio más amplio en los ambientes regional e internacional.
Esto no se aplica a Túnez y Egipto, que son dos países mucho mejor conformados y que no contienen potenciales explosivos internos además de que no están enredados en las formaciones regionales de la misma manera. Tampoco se aplica a la débilmente estructurada Libia, cuyos cambios apenas afectan a otros ni a Yemen y Bahrein.
La revolución imposible, a pesar de todo, ha ocurrido, pero el imposible enfrentamiento es tan desgraciado como la lucha contra el destino en las tragedias griegas. Lo que vemos no es más que una tragedia confluyente ante la que el mundo se detiene paralizado entre los factores que lo mandan avanzar y los que lo mandan abstenerse. Las divisiones internacionales y árabes, además de las divisiones de la oposición siria, se organizan de forma que no solo influye en la tragedia, sino que también se introduce en ella y conforma una parte de su escenario.
¿Acaso el mundo ha estado observando la tragedia siria durante un año porque en ella alcanza a ver sus luchas, contradicciones y demonios? ¿Tal vez teme una pequeña guerra mundial en torno a este mundo pequeño, salvaje?
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