Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 04/03/2012
Damos las gracias al traductor de este texto que se ha ofrecido a colaborar con nosotros.
Debido al trato agresivo que el régimen ha dado a la revolución, Siria ha entrado en una aguda crisis nacional. En el umbral del primer año de la revolución, los indicios sugieren que se está pasando de la crisis siria a la cuestión siria; es decir, convertir el país en un escenario de conflictos regionales e internacionales, crónicos y complejos, y que en ellos se pierda la cuestión clave, la lucha de los sirios por la libertad.
Hablamos de la cuestión siria cuando se superponen las intervenciones externas, regionales e internacionales, con las “externalizaciones internas”, es decir, las formaciones civiles como receptoras de estas intervenciones, y con la violencia desatada en el interior con la continua alimentación externa. De este triple encuentro se forma un complejo interno- externo que se extiende mucho en el tiempo como ya sabemos por sus antecedentes en Líbano e Irak.
La cuestión siria, en resumidas cuentas, es el potencial resultado de la interacción de la internacionalización con las violentas luchas civiles. En su horizonte se perfila la posibilidad de la ruptura o división de la entidad nacional.
En su propia composición, el régimen político sirio ofrece una fuerte disposición a convertir el país en una crónica cuestión regional e internacional, ya que siempre ha sido el ejemplo puro del estado exterior, que cierra el campo político interno y niega la capacidad política de sus súbditos mientras se dedica a jugar con actores regionales e internacionales, de los cuales adquiere una legitimidad externa que viene a suplir la carencia de legitimidad interna. El bienestar y el progreso de los sirios no están incluidos en los cálculos del estado exterior en la forma que Hafez Al-Asad estableció en los años setenta. En esto, Siria no es como Irán, que posee una clase política nacional, ni siquiera es como Hezbollah, quien dedica una importante parte de sus cálculos al bienestar de los libaneses chiíes.
Por otro lado, el régimen siempre ha ocupado una posición hegemónica sobre las interacciones entre los sirios, y ha alimentado sus diferencias religiosas y confesionales, debilitando la confianza entre ellos y presentándose como solución a un conflicto que siempre parecía inminente, y que parecía ser causado por lo que son, no por ordenaciones políticas, institucionales e ideológicas, de garantizada continuación por parte de la élite gobernante. El sectarismo confesional se ha intensificado como instinto básico del régimen desde la conversión del mando en una cuestión hereditaria dentro del clan asadiano. La idea del estado público le es totalmente desconocida.
En tercer lugar, la violencia descontrolada ha sido siempre una herramienta de uso común en manos del régimen, y para ello instauró una jerarquía de cuerpos de seguridad que fueron, durante décadas, fuentes de terror y miedo en la sociedad. También se ha minado a la sociedad y las instituciones del estado con elementos de los cuerpos de seguridad e informadores, de manera que la salida del recorrido trazado por el régimen, sin que estallasen las minas y causaran el daño esperado, era imposible. Hablamos de violencia descontrolada porque nunca tuvo ningún control de carácter legal o de principios nacionales y morales, aparte de ser excesiva cuantitativamente y muy sobrante si tenemos en cuenta los objetivos imaginados al ejercerla. Esta no es violencia de estado, y no es un estado quien la ejerce. Esta violencia terrorista ha alcanzado en algunos momentos, sobre todo durante los años ochenta, cotas enormes, y se ha quedado en la estructura del régimen como una seña dispuesta a repetirse en cualquier momento.
La conjunción de los tres elementos: el estado exterior o la composición internacionalizada del régimen, la ruptura sectario- confesional (y no sectaria) de la sociedad, y la violencia almacenada y siempre preparada para fluir, permite decir que Siria estuvo viviendo una guerra civil fría durante las décadas de gobierno asadiano, y que la cuestión siria es una potencia en la estructura del régimen que se convierte en acto cuando este es retado por sus súbditos. Por otro lado, la apertura democrática nunca ha sido una posibilidad en tal estructura.
Mientras que los esfuerzos de los sirios durante meses de la revolución se han dirigido hacia el cambio del régimen; es decir, la transición hacia el estado interior, la formación del pueblo sirio único, y el cambio desde el régimen de violencia y ocupación externa hacia un régimen de política y Estado nacional, el régimen ha resistido recurriendo a sus herramientas ya probadas: la internacionalización, el apoyo de aliados internacionales (Rusia, Irán y Hezbollah, especialmente), la tensión sectario-confesional, la movilización de sensibilidades sectarias.y, por supuesto la violencia descontrolada que todo el mundo conoce.
Hoy en día, estos preparativos inherentes a la estructura del régimen encuentran un entorno regional e internacional más favorable.
La crisis siria se convirtió pronto en una causa internacional debido a la situación del país, sus vínculos, y las alianzas de su régimen, pero también a causa de la excepcional barbarie con la que el régimen de ocupación se ha enfrentado a la revolución de sus súbditos. Alrededor del país, también, se entrecruzan polarizaciones e interacciones internacionales, en las cuales Rusia y China se enfrentan a las potencias occidentales, y Occidente y los países del Golfo con Irán. La idea que se tenía de que la posición de Israel era más cercana a Rusia y a China vino a confirmarse con las informaciones de que el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, ha exigidoo a la Administración estadounidense que baje el tono y la presión sobre el régimen sirio. De todas formas, los bamboleos de la posición de EEUU y sus titubeos, al igual que sucede con todas las poturas occidentales, indican la existencia de una fuerza oculta que influye en ellos ¿Podría ser otra sino la fuerza israelí?
Por otro lado, la polarización regional entre los países del Golfo e Irán se superpone a otra polarización suní-chií que aumenta la presencia y la sectarización del campo de lucha en Siria, en su entorno, y en la región en general. Es muy probable que esto sea determinante para la descarada posición de apoyo al régimen de Hezbollah. También es posible que este factor haya determinado la abstención de Hamás de apoyar al régimen. Ambas organizaciones forman parte de estructuras regionales que, aunque no sean únicamente formadas por el factor sectario-confesional, sí es parte importante en ambos casos.
De manera creciente, la violencia, o la amenaza de utilizarla, planea sobre el horizonte de la cuestión siria, no necesariamente en forma de intervención militar internacional como la que vimos en Yugoslavia, 1998; Irák, 2003; y Libia, 2011, sino como apoyo de varias maneras tanto al régimen como a la resistencia armada creciente en el país. Rusia apoya al régimen con armas, lo mismo hace Irán, que también lo apoya con tecnología y expertos. Por otro lado, y sobre todo tras el fracaso de la conferencia de Túnez, han aparecido voces árabes que reclaman armar a la oposición siria. Esta propuesta parece poco estudiada, carga con enormes riesgos políticos y supone un salto hacia la completa conversión de Siria en un campo de batalla en cuyo territorio, por delegación, se libren guerras. Esto ofrecerá un pretexto adicional para las fuerzas que apenas esperan a tener excusas para aumentar su apoyo al régimen sirio con material y dinero, y, tal vez, también con hombres, lo que conllevaría la extensión de la crisis siria en lugar de facilitar su fin, y acabar con aquellas promesas revolucionarias positivas con las que no pudo el régimen.
Si la cuestión siria está escrita en la estructura del régimen, y es realmente así, su caída es la antesala de la ruptura con esta posibilidad aterradora. La mejor caída del régimen será la más rápida. Hoy mejor que mañana.
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