Texto original: Rassef
Fecha: 13/04/2017
Autor: Karim Shahin
Jan Sheijún parece una ciudad sin vida.
Es como si estuviera habitada por fantasmas desde que
fuera bombardeada con gases venenosos la mañana del martes de la semana pasada,
entre los que es probable que se encuentre el gas sarín. Más de ochenta
personas perdieron la vida debido a ese salvaje bombardeo.
El ataque químico, el más atroz desde el inicio de la
guerra en Siria solo por detrás del bombardeo químico de la zona de Al-Ghouta
en 2013, provocó un cambio en la política estadounidense hacia Siria, después
de que la administración de Donald Trump hubiera dicho que no veía la necesidad
de que Bashar al-Asad se marchara.
Visité la ciudad de Jan Sheijún el jueves pasado, 48 horas
después del bombardeo químico. Atravesé 140 kilómetros desde Turquía hasta la ciudad devastada.
Ningún periodista de agencias extranjeras ha visitado
la provincia de Idleb, bajo control de la oposición, desde hace años, debido al
peligro de ser secuestrado, por los bombardeos del régimen de Asad y por la
expansión de Al-Qaeda, que, tras su unión con otras facciones armadas y el
anuncio de la ruptura de sus relaciones con Al-Qaeda, ha pasado a llamarse Hay’at
Tahrir al-Sham.
La vida sigue no sin precaución en las ciudades y
municipios de Idleb, a pesar de la guerra y los bombardeos aleatorios. La zona
rural de la provincia es en primavera una de las zonas más bellas de la tierra:
puro verdor se extiende ante los ojos, y los olivos, cerezos, almendros y
nogales florecen.
No entré en Ariha o Idleb, pero vi rasgos de vida en
otras ciudades, aunque tímidos por el miedo constante a los ataques aéreos. Sin
embargo, los indicios de guerra en Idleb no se pueden equiparar a la belleza de
su naturaleza, que los supera y grita en voz alta para anunciar su presencia. Las
alarmas desde las torres de vigilancia avisan de la entrada de aviones de
guerra en el cielo de la provincia apenas cesan durante la mañana.
Un humo siempre visible se eleva hacia el cielo tras los
ataques, siempre que miras hacia los municipios de la ruta hacia el campo, lo
que invita a pensar en el infierno diario que viven los habitantes de los
municipios alcanzados.
Después, desaparecen los pequeños indicios de vida al
llegar a Jan Sheijún. Es una ciudad prácticamente abandonada tras la huida de numerosas
familias, muchas de las cuales se habían refugiado ahí tras huir de los frentes
de la vecina provincia de Hama, y a cuyas casas decidieron volver para enterrar
a las víctimas del bombardeo químico.
Primero me dirigí al punto donde se produjo el
bombardeo químico, teniendo cuidado de no pasar demasiado tiempo en la ciudad
ante la constante vigilancia aérea, lo que aumentaba las posibilidades de que
la ciudad fuera bombardeada.
Quise cerciorarme de las declaraciones del Ministerio
de Defensa ruso, después de que el régimen sirio afirmase que se había
bombardeado un almacén de armas químicas en la ciudad de Khan Sheikhun, lo que
había provocado la filtración de los gases y la muerte de las víctimas.
El punto donde había caído el proyectil seguía
visible. Era un agujero negro en medio de la calle, en el que había metralla
verde. A uno de los lados había edificios de viviendas y en el otro, un almacén
y varios silos que se habían usado previamente para la elaboración y
almacenamiento de cereales.
Entré al almacén, que seguía estando en pie cuando
fui. No encontré nada en su interior más que escombros, y una red para jugar al
voleibol, que se veía que no se había usado en mucho tiempo. En los silos no
encontré nada más que algo de paja, estiércol y olor a heces de animales.
Uno de los voluntarios de la Defensa Civil (Cascos
Blancos) de la ciudad, y otros testigos me describieron cómo se desarrollaron
las cosas el día del bombardeo: los aviones de guerra lanzaron cuatro ataques
contra la ciudad entre las 6:30 y las 7:00 de la mañana. La Defensa Civil y los
vecinos pensaron al principio que eran ataques comunes.
Sin embargo, cuando llegó el primer equipo de Cascos
Blancos, en la sede se sorprendieron ante las peticiones de auxilio que
recibían por parte de los propios equipos de salvamento, que informaron de que
estaban empezando a desfallecer y perder la consciencia. El resto entendió que
se trataba de gases venenosos.
Un hombre que vive cerca del punto bombardeado, que
dijo llamarse Abu al-Baraa, dijo que cuando salió a la calle se encontró con
escenas terroríficas. Las víctimas yacían en el suelo, con los labios azulados,
respirando con dificultad y con espuma saliendo de su boca.
Los equipos de salvamento describen lo que vieron como
si se tratara del Apocalipsis: niños asfixiados en sus camas, familias que se
desplomaron y perdieron la consciencia sobre las escaleras de las casas, en las
azoteas y en los sótanos.
Los afectados que seguían vivos fueron atendidos en el
hospital de la ciudad, y cuando se llenó y no quedó sitio para recibir a los
cientos de afectados por situaciones de asfixia, los que no cabían fueron
llevados a hospitales de Idleb y Turquía.
Unas pocas horas después, el hospital de Jan Sheijún y
los centros de la Defensa Civil colindantes fueron bombardeados violentamente,
lo que los dejó inutilizados, a pesar de haber sido construidos en el interior
de un monte de piedra.
Cuando llegué al lugar donde se encontraban el
hospital y la Defensa Civil, la entrada no eran más que escombros.
Entré y me encontré un lugar oscuro debido a la falta
de electricidad y la destrucción. No encontré armas dentro del hospital, sino
aparatos médicos destrozados, medicinas esparcidas como resultado de los
bombardeos, un quirófano inutilizable, e inyecciones de atropina para
contrarrestar los efectos del sarín y que los médicos no habían podido utilizar
debido a los bombardeos y la necesidad de evacuar el lugar.
Tras la visita al hospital fui a casa de la familia Al-Yusuf,
que había perdido más de veinte miembros.
Me encontré con Abd al-Hamid al-Yusuf en el umbral del
desconsuelo. Es el padre cuya imagen abrazando a sus gemelos, Ahmad y Aya, se
hizo viral en las redes sociales. Ambos habían muerto asfixiados tras el ataque
químico, con tan solo nueve meses de edad. También su mujer, su hermano, otros
familiares y los hijos de sus hermanos.
Abd al-Hamid y su hermano Jaled intentaron ayudar a
las víctimas, mientras su mujer e hijos se escondían en uno de los refugios. Sin
embargo, el gas venenoso se filtró al sótano, lo que provocó la asfixia de la
familia en un lugar que pensaron que sería más seguro. Tuvo una crisis nerviosa
cuando descubrió lo que había sucedido.
Cuando lo visité, seguía preso del shock. Llevaba un
chándal de color oscuro, que perfilaba su rostro delgado y su barba ligera: en
ocasiones se le perdía la mirada lejos, y después volvía para repetir los
nombres de sus hijos. Los familiares le recordaban que era importante darse
tiempo para asimilar, mientras las lágrimas caían.
Su hermano Jaled sigue enfermo y solo puede llorar
cuando recuerda a sus familiares muertos en el bombardeo.
Su primo Alaa Yusuf, que tomó la famosa imagen del
padre con los hijos, recuerda el shock de Abd al-Hamid, el sufrimiento de la
familia y el momento en que se enterró a los gemelos. Recuerda cómo el padre
insistió en abrazarlos hasta que llegaron a las tumbas. Cuando vio a su primo
retratando la escena le dijo: “Hazme una foto con estos gorriones”.