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viernes, 28 de abril de 2017

Sobre mi viaje a la ciudad de la que huyó la vida: Jan Sheijún



Texto original: Rassef 

Fecha: 13/04/2017

Autor: Karim Shahin


Jan Sheijún parece una ciudad sin vida.

Es como si estuviera habitada por fantasmas desde que fuera bombardeada con gases venenosos la mañana del martes de la semana pasada, entre los que es probable que se encuentre el gas sarín. Más de ochenta personas perdieron la vida debido a ese salvaje bombardeo.

El ataque químico, el más atroz desde el inicio de la guerra en Siria solo por detrás del bombardeo químico de la zona de Al-Ghouta en 2013, provocó un cambio en la política estadounidense hacia Siria, después de que la administración de Donald Trump hubiera dicho que no veía la necesidad de que Bashar al-Asad se marchara.

Visité la ciudad de Jan Sheijún el jueves pasado, 48 horas después del bombardeo químico. Atravesé 140 kilómetros desde Turquía  hasta la ciudad devastada.

Ningún periodista de agencias extranjeras ha visitado la provincia de Idleb, bajo control de la oposición, desde hace años, debido al peligro de ser secuestrado, por los bombardeos del régimen de Asad y por la expansión de Al-Qaeda, que, tras su unión con otras facciones armadas y el anuncio de la ruptura de sus relaciones con Al-Qaeda, ha pasado a llamarse Hay’at Tahrir al-Sham.

La vida sigue no sin precaución en las ciudades y municipios de Idleb, a pesar de la guerra y los bombardeos aleatorios. La zona rural de la provincia es en primavera una de las zonas más bellas de la tierra: puro verdor se extiende ante los ojos, y los olivos, cerezos, almendros y nogales florecen.

No entré en Ariha o Idleb, pero vi rasgos de vida en otras ciudades, aunque tímidos por el miedo constante a los ataques aéreos. Sin embargo, los indicios de guerra en Idleb no se pueden equiparar a la belleza de su naturaleza, que los supera y grita en voz alta para anunciar su presencia. Las alarmas desde las torres de vigilancia avisan de la entrada de aviones de guerra en el cielo de la provincia apenas cesan durante la mañana.

Un humo siempre visible se eleva hacia el cielo tras los ataques, siempre que miras hacia los municipios de la ruta hacia el campo, lo que invita a pensar en el infierno diario que viven los habitantes de los municipios alcanzados.

Después, desaparecen los pequeños indicios de vida al llegar a Jan Sheijún. Es una ciudad prácticamente abandonada tras la huida de numerosas familias, muchas de las cuales se habían refugiado ahí tras huir de los frentes de la vecina provincia de Hama, y a cuyas casas decidieron volver para enterrar a las víctimas del bombardeo químico.

Primero me dirigí al punto donde se produjo el bombardeo químico, teniendo cuidado de no pasar demasiado tiempo en la ciudad ante la constante vigilancia aérea, lo que aumentaba las posibilidades de que la ciudad fuera bombardeada.

Quise cerciorarme de las declaraciones del Ministerio de Defensa ruso, después de que el régimen sirio afirmase que se había bombardeado un almacén de armas químicas en la ciudad de Khan Sheikhun, lo que había provocado la filtración de los gases y la muerte de las víctimas.

El punto donde había caído el proyectil seguía visible. Era un agujero negro en medio de la calle, en el que había metralla verde. A uno de los lados había edificios de viviendas y en el otro, un almacén y varios silos que se habían usado previamente para la elaboración y almacenamiento de cereales.

Entré al almacén, que seguía estando en pie cuando fui. No encontré nada en su interior más que escombros, y una red para jugar al voleibol, que se veía que no se había usado en mucho tiempo. En los silos no encontré nada más que algo de paja, estiércol y olor a heces de animales.
Uno de los voluntarios de la Defensa Civil (Cascos Blancos) de la ciudad, y otros testigos me describieron cómo se desarrollaron las cosas el día del bombardeo: los aviones de guerra lanzaron cuatro ataques contra la ciudad entre las 6:30 y las 7:00 de la mañana. La Defensa Civil y los vecinos pensaron al principio que eran ataques comunes.

Sin embargo, cuando llegó el primer equipo de Cascos Blancos, en la sede se sorprendieron ante las peticiones de auxilio que recibían por parte de los propios equipos de salvamento, que informaron de que estaban empezando a desfallecer y perder la consciencia. El resto entendió que se trataba de gases venenosos.

Un hombre que vive cerca del punto bombardeado, que dijo llamarse Abu al-Baraa, dijo que cuando salió a la calle se encontró con escenas terroríficas. Las víctimas yacían en el suelo, con los labios azulados, respirando con dificultad y con espuma saliendo de su boca.

Los equipos de salvamento describen lo que vieron como si se tratara del Apocalipsis: niños asfixiados en sus camas, familias que se desplomaron y perdieron la consciencia sobre las escaleras de las casas, en las azoteas y en los sótanos.

Los afectados que seguían vivos fueron atendidos en el hospital de la ciudad, y cuando se llenó y no quedó sitio para recibir a los cientos de afectados por situaciones de asfixia, los que no cabían fueron llevados a hospitales de Idleb y Turquía.

Unas pocas horas después, el hospital de Jan Sheijún y los centros de la Defensa Civil colindantes fueron bombardeados violentamente, lo que los dejó inutilizados, a pesar de haber sido construidos en el interior de un monte de piedra.

Cuando llegué al lugar donde se encontraban el hospital y la Defensa Civil, la entrada no eran más que escombros.

Entré y me encontré un lugar oscuro debido a la falta de electricidad y la destrucción. No encontré armas dentro del hospital, sino aparatos médicos destrozados, medicinas esparcidas como resultado de los bombardeos, un quirófano inutilizable, e inyecciones de atropina para contrarrestar los efectos del sarín y que los médicos no habían podido utilizar debido a los bombardeos y la necesidad de evacuar el lugar.

Tras la visita al hospital fui a casa de la familia Al-Yusuf, que había perdido más de veinte miembros.
Me encontré con Abd al-Hamid al-Yusuf en el umbral del desconsuelo. Es el padre cuya imagen abrazando a sus gemelos, Ahmad y Aya, se hizo viral en las redes sociales. Ambos habían muerto asfixiados tras el ataque químico, con tan solo nueve meses de edad. También su mujer, su hermano, otros familiares y los hijos de sus hermanos.

Abd al-Hamid y su hermano Jaled intentaron ayudar a las víctimas, mientras su mujer e hijos se escondían en uno de los refugios. Sin embargo, el gas venenoso se filtró al sótano, lo que provocó la asfixia de la familia en un lugar que pensaron que sería más seguro. Tuvo una crisis nerviosa cuando descubrió lo que había sucedido.

Cuando lo visité, seguía preso del shock. Llevaba un chándal de color oscuro, que perfilaba su rostro delgado y su barba ligera: en ocasiones se le perdía la mirada lejos, y después volvía para repetir los nombres de sus hijos. Los familiares le recordaban que era importante darse tiempo para asimilar, mientras las lágrimas caían.

Su hermano Jaled sigue enfermo y solo puede llorar cuando recuerda a sus familiares muertos en el bombardeo.

Su primo Alaa Yusuf, que tomó la famosa imagen del padre con los hijos, recuerda el shock de Abd al-Hamid, el sufrimiento de la familia y el momento en que se enterró a los gemelos. Recuerda cómo el padre insistió en abrazarlos hasta que llegaron a las tumbas. Cuando vio a su primo retratando la escena le dijo: “Hazme una foto con estos gorriones”.

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