Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 16/09/2012
Si el señor Lajdar Ibrahimi quiere servir a “su único señor”, el pueblo
sirio, como dijo en declaraciones hace unos días, debe volver primero a los
orígenes de la cuestión siria. Los sirios salieron en contra de un régimen
dictatorial muy agresivo que lleva gobernando 42 años el único país árabe en el
que se ha implantado la sucesión familiar. La mayoría de las revoluciones
árabes estallaron en países gobernados por déspotas que pretendían dejar en
herencia sus puestos a sus hijos o a quien estaba en su gobierno, y lograron
derrocar esa vergonzosa reincidencia.
Lo que hay en Siria es una revolución contra este despotismo, que se resume
en el lema que escuchaba al principio de la revolución: “Dios, Siria, libertad
y nada más”, contra el lema de los partidarios del régimen: “Dios, Siria,
Bashar y nada más”.
Ello materializa la relación de negación mutua entre Bashar y la libertad:
pues se trata de la libertad, no de Bashar, o de Bashar y no de la libertad
para los sirios. Esta idea se ha reforzado en otro conocido lema que seguro que
Ibrahimi conoce: “Al-Asad o nadie”, es decir que sin Bashar, Siria se
convertirá en una tierra yerma, una tierra quemada como dice otro lema [1]. El
programa intrínseco a este lema es lo que está teniendo lugar ahora mismo. Así
que, si Siria quiere mantenerse como país y Estado, y eso es lo que se supone
que el diplomático argelino quiere, Al-Asad debe marcharse.
Puede parecer que estas inferencias lógicas están en un ámbito en el que la lógica
no sirve: la política. Pero sin disciplina en la lógica, la política no se
sostiene y se convierte en un lugar abierto a las fuerzas desnudas y a la
arbitrariedad, y esa es hoy la realidad en Siria y por tanto, lo que la misión
de Ibrahimi necesita. No se sostiene que quien mata continuamente a los sirios
desde hace un año y medio siga siendo su presidente, ni es correcto que el
régimen bombardee los barrios de sus ciudades y municipios con aviones de
guerra y siga gobernando. Si nos apoyamos en presupuestos y bases firmes, como
no permitir que los aviones y tanques bombardeen ciudades, o criminalizar la
violación de mujeres y niños en los centros de detención (y estos son hechos
probados), nada se sostiene, y en consecuencia, llegaremos a la destrucción
total. No hace falta que uno sea revolucionario para decir tal cosa. Solo es
necesario aceptar que hay una lógica en las cosas, que es que hay cosas que se
sostienen y cosas que no, y que insistir en levantar lo que no se sostiene abre
necesariamente la puerta a la violencia. La república no se convierte en reino
si no es por la fuerza, las leyes de excepción no duran décadas si no es por
medio de la coerción, y el pequeño dictador no se convierte en el grande de su
pueblo y en señor de su patria si no es reprendiendo los cuerpos y las almas.
Al-Asad es el consorte de la violencia o quizá su equivalente, en la medida en
que se erigió sobre situaciones continuas de excepción y por medio de la herencia
en el corazón de una república, y de la elevación del ceceo prosaico por encima
de la condición humana.
El albor político en nuestro país y en el mundo árabe nace de la separación
de la política de la lógica general, y de toda lógica propia asociada a ella (el
carácter público del Estado, la humanidad de los gobernantes y sus
responsables, la igualdad entre los gobernados…), donde se establezca una
conexión entre los resultados y los factores, regulados por los principios de
lo que puede ser y lo que no. Sin ello, el progreso político es imposible.
En Siria hoy hay una amplia revolución geográfica y humanamente. Durante la
misma han caído más de 25 mil sirios que parece que van a continuar con ella
sin que nada los pare. Esto significa que la valentía del pueblo revolucionario
y sus dolores son favorables a la lógica de que el señor Bashar al-Asad ha de
marcharse y cuanto antes mejor.
Lo más probable es que Ibrahimi haya escuchado de los responsables sirios
palabras sobre la conspiración exterior y sobre los terroristas locales y
enviados y de que Siria (= el régimen) es un objetivo debido a sus posturas,
etc. Puras mentiras. Si examina lo escuchado utilizando parámetros de la mera
lógica y de la lógica del Estado moderno, tal vez encontrará que lo único
verdadero en lo que ha escuchado y escuchará es que la voluntad de Bashar
al-Asad y su equipo es mantenerse en el poder hasta la eternidad, sin rendir
cuentas ni que se les pidan explicaciones. Esto es inhumano y no se sostiene.
La política no obstante tiene aún margen: la forma en que saldrá Bashar
al-Asad, el diseño de los mecanismos de cambio político en el país, y la
decisión de quién puede negociar con ellos por la parte del régimen. Pero la
permanencia de Bashar y su grupo de principales responsables de asesinato no
puede ser tema de negociación, si la misión quiere dar frutos y si se pretende salvar
Siria. No se trata de una condición arbitraria ni de una preferencia personal,
sino de una necesidad lógica para librar a Siria de la violencia, el punto
principal de la misión de Ibrahimi. La violencia es Bashar al-Asad como persona
y como nombre del régimen. La paz para Siria y la paz en Siria significa la
marcha de Bashar al-Asad. Si se reconoce este principio, el obstáculo frente a
la política y las iniciativas políticas desaparecerá, e Ibrahimi se convertirá
en una persona en posición de fuerza para poner cualquier condición a los
revolucionarios sirios.
Recordamos al diplomático argelino que su predecesor Kofi Annan reconoció
sin ambages, tras liberarse de las presiones de su posición como enviado árabe
e internacional, que Bashar al-Asad debía dimitir para solucionar la “crisis
siria”. Ibrahimi se hará bien a sí mismo y a su misión si parte de aquí, y los
sirios y la historia lo recordarán como el hombre valiente que dijo lo que
debía decirse, y no mezcló entre la diplomacia como método blando y la lógica
cruel que exige la salida de Bashar para salvar a Siria.
Puede decirse que no hay lógica en la política que esté por encima de los
equilibrios de fuerzas. Es cierto desde el punto de vista de los analistas y
los historiadores y no desde el punto de vista de la política como acción.
Ibrahimi está llevando a cabo una misión política efectiva. Si su política
refleja los equilibrios de fuerzas sin atender a ningún principio o base
política y humana, Bashar al-Asad es quien refleja tal política, y su
mantenimiento en la “deducción” desde hace año y medio es un reflejo de
los equilibrios de fuerza. No es necesaria entonces su misión. El arma que hoy
destruye Siria es el arma de guerra del régimen cuyo precio han pagado los
sirios asesinados, y su caída es lo que puede salvar al país. No hay forma ética
ni política para oponerse al armamento del “Ejército Libre” como ha hecho
Ibrahimi, sin que se detengan los ataques de las fuerzas asadianas.
En Siria hay una revolución contra un régimen asesino apoyado por fuerzas
regionales e internacionales salvajes. Ibrahimi necesita valentía e imaginación
para no ser un mero mediador entre el régimen asesino y la revolución popular.
Las oportunidades de éxito de su misión son más grandes si piensa con la lógica
de la justicia, no con la de la burocracia internacional.
[1] Se refiere a "O Al-Asad o quemamos el país".
Vid: http://www.vecinosvalladolid.org/spip.php?article7750
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