Texto original: Al-Jazeera
Autor: Salama Kayleh
Fecha: 26/09/2012
Algo que puede decirse es que la
revolución siria sufre de la ausencia de una acción política como resultado de
la ausencia de partidos que tengan conciencia del significado de la política y
la lucha política, que es una necesidad en toda revolución. La oposición siria
estaba al margen de los hechos desde el inicio y todas sus políticas
posteriores la han dejado en el mismo sitio. Ahora mismo, bien sigue apostando
por una marcha atrás hacia la reforma por parte de las autoridades, basándose
en distintas formas de presión (y por ello se prepara para la conferencia de la
oposición siria), o bien sigue viviendo la ilusión de la “intervención exterior”
y se centra en la comunicación con los “países occidentales”, trabajando por la
construcción de un “gobierno de transición”. La revolución, por su parte, sigue
viviendo sus problemas y construye su camino propio.
La oposición siria no esperaba que
se produjera una revolución en Siria, pues sus imagen del pueblo era negativa.
No eran conscientes de una realidad, que es económica y de subsistencia en
primer lugar. Siguieron en cambio trabajando en el “nivel político”; es decir,
en su lucha contra el poder, o hablando del “imperialismo”, y su valoración era
básicamente resultado de la larga represión a la que estuvo expuesta y su
percepción de la gran capacidad de represión de las autoridades, una represión
que la debilitó mucho en décadas anteriores. Es decir, las autoridades son tan
fuertes que no podemos derrotarlas y que el equilibrio de fuerzas está muy
desviado hacia sus intereses.
Así, esta estimación dominó la
percepción que se tenía de la fuerza de las autoridades y la “fuerza de la
oposición”; es decir, sin meter al pueblo en este equilibrio de fuerzas,
partiendo de que es “apolítico”, y por tanto, inútil (y se le daban peores calificativos,
como retrasado, rendido, subyugado). Esto suponía ignorar al pueblo y por consiguiente,
considerar que no está en una situación que pueda conducir a una revolución. En
concreto las transformaciones económicas desde 2000 no se percibían, o bien
había un gran sector de la oposición unida por la tendencia reformista al joven
presidente “que quiere cambiar la estructura del poder”. O sea, se centraban en
lograr una “reforma política” acompañada de la liberalización como
configuración orgánica. Esto es lo que ha hecho a esta oposición obviar la
liberalización económica y aferrarse solo a la exigencia de reformas políticas.
Esta liberación económica es lo que fundamentó el aumento de la congestión
social y preparó la revolución.
Tal vez los jóvenes que se formaron
en la etapa llamada “primavera de Damasco” [1] sean los mismos que pensaron que
Siria podía caminar por la senda de las revoluciones en Túnez, Egipto, Libia,
Bahréin y Yemen, y comenzaron sus intentos de movilizar al pueblo. Eran jóvenes
sin lazos, en su mayoría, con las fuerzas de la oposición o que los cortaron
durante la revolución. Esta situación de la oposición ha hecho que todas sus
actividades, una vez comenzada la revolución, se centraran en las “soluciones”
y “la etapa posterior”, partiendo de que ellos serán los que llegarían al poder
“objetivamente”, por ser “luchadores históricos” o ser los que se han
sacrificado “durante largas décadas”, o incluso porque es algo “natural” que
ellos sean los elegidos, partiendo de una “convicción propia”. Y a esta
oposición se le han unido “pilas” de gente que no luchó ni jugó ningún papel en
el pasado y muchos “reformistas”. Esos están interesados solo en el “nuevo”
poder y su papel en él, no en lo que pasa sobre el terreno.
Por tanto, puede decirse que hay
una brecha entre el pueblo y la oposición, del mismo modo que hay “sueños”
diferentes. Y ello es lo que ha puesto las bases para que la revolución camine
por una senda y la oposición, en su variedad, por otra que no tiene nada que
ver con el curso de la revolución (y de hecho ha sido una carga para ella).
La revolución necesitaba fuerzas políticas
que le dieran ideas y experiencia para materializar sus objetivos de forma
clara (es decir, de forma política), desarrollar la conciencia de los jóvenes
que no conocían la política y se encontraron en el centro de la política tras entrar
por la puerta grande (la puerta de la revolución), y ofrecerles lemas
expresivos de su realidad y políticas que permitiesen un desarrollo real de sus
actividades. Por tanto, se esperaba que la oposición se implicara en la
revolución en el sentido práctico (es decir, en la práctica diaria), pues la
revolución no es “impulsiva” ni espontánea. Su estallido imponía la necesidad
imperiosa de organizarse y unirse. Y ello es parte de la acción de las fuerzas
políticas con conciencia, experiencia, visión y estrategia de cambio, y no las
que solo tienen un “programa de exigencias”.
Pero la “estrategia” de la
oposición tras el estallido de la revolución se ha tomado como un producto
histórico, con su visión de la situación desde su prisma “político” (que, como
indicamos, está relacionado con la visión del nivel político y no la totalidad
de la sociedad), manteniendo su sensación de la “barbarie del poder” y “la
incapacidad” propia de derrocarlo, que es lo que gobierna todas sus políticas y
determina su estrategia. Esto se debe a que su visión del pueblo no ha cambiado
a pesar de la fuerza y apogeo que ven sobre el terreno. Es decir que no
confiaban y aún no confían en que este pueblo puede vencer. Por ello, la revolución
se ha convertido en una oportunidad, una oportunidad en todos los sentidos de
la palabra.
Una oportunidad para que los “hombres
del poder” se despierten y se convenzan del discurso de la oposición que exige
reformas por medio de la “transición a un Estado democrático” y por tanto, que
lleven a cabo un proceso de “traspaso pacífico y seguro de poder”. O una
oportunidad también para que los Estados imperialistas (o lo que antes una
parte de la oposición llamaba Occidente) intervengan para derrocar al régimen,
en su convicción de que este tipo de regímenes “nacionalistas” (como Iraq y
después Libia) no caen más que por medio de una intervención exterior.
Tras tres meses de revolución se
conformó el Comité de Coordinación de las Fuerzas del Cambio Nacional Democrático,
pero los partidos y personas que lo conformaban en vez de ver el gran cambio
que había acontecido y que les debería haber hecho dudar de toda lógica que los
dominaba en lo referente a la mirada hacia el “pueblo”, la idea de que está
fuera de la ecuación de la lucha (ya lo hemos señalado), partieron de la misma
valoración y la misma ecuación: diferencia del equilibrio de fuerzas entre la
oposición y el pueblo y el hecho de que el régimen no caerá.
Por ello, repitieron las reformas
que toda la oposición llevaba pidiendo una década (es decir, desde la primavera
de Damasco). Y puesto que el pueblo había elevado sus objetivos hasta el nivel
del derrocamiento del régimen, toda visión por debajo de ello cae por su propio
peso. Ello impuso la marginación del Comité desde el principio, y la apertura
del horizonte para el traslado del centro de la oposición al exterior, donde
las fuerzas que habitaban en ese exterior se preparaban para el momento del
fracaso de la oposición interior en su intento de recoger “el pulso de la calle”
para “pujar” y vencer.
Ciertamente, el Comité de Coordinación
no recibió la aceptación popular, aunque los cuadros de algunos de sus grupos (Partido
de la Unión Socialista) habían participado desde el principio en la revolución,
y estaban en la base de la movilización de varias zonas (lo que llevó a que
muchos de esos cuadros se desligasen del partido después). Así, pasó a correr jadeante
tras los hechos, e intentar elevar el techo de sus lemas sin cortar con su idea
de solución, lo que la llevó a lanzarse tras la iniciativa de la Liga Árabe, y
después tras el papel ruso que parecía que buscaba una solución, y después tras
la iniciativa de Kofi Annan, y finalmente de Lajdar Ibrahimi.
Y cuando llegó al punto de que tuvo
que negarse a aceptar al gobierno actual y tratar “la etapa post-Bashar”,
siguió basándose en las mediaciones para ello. Después volvió para poner esta
cuestión en el contexto del “diálogo para la transición del poder” o “el
diálogo con miembros del poder”. Es decir, negociar con el poder para organizar
el proceso de transición. Esto hacía dudar de su discurso, pues no cortaba con
el poder, especialmente después de que algunos miembros comenzaran a centrarse
en la “crítica” de la militarización, el Ejército Sirio Libre y “las bandas
armadas”, y después de que comenzara a mostrarse como una tercera parte entre
el pueblo y el poder (con la iniciativa del alto el fuego en la fiesta de fin
de Ramadan, por ejemplo).
Por el contrario, la oposición en
el exterior (los Hermanos Musulmanes, los liberales, que se organizaron
apresuradamente, y otros) se preparaban para ser ellos la oposición. La
cuestión comenzó con la celebración de conferencias (Antakya, Estambul,
Bruselas y otras) que intentaban incluir a distintas partes y contaban con la
participación de los activistas del interior, tanto los que se habían visto
obligados a huir, como los que participaron desde dentro. En aquel momento se
filtraron la idea de crear un “Consejo Nacional de Transición” y la llamada a
la intervención exterior.
Rápidamente, tras cuatro meses, se
creó el “Consejo Nacional Sirio”, cuando las condiciones de la revolución
permitieron que encontrara un eco nada desdeñable en la calle revolucionaria, y
acabó convertido en el representante “único y legal” de la revolución. Pero esto
no duró mucho, pues fue rechazado por el Comité de Coordinación y peor aún, fue
rechazado por los “escándalos” que lo acompañaron, tanto en declaraciones como
en extravagancia, o en la división y luchas internas. Pero fundamentalmente fue
rechazado por no haber sido consciente de los problemas de la revolución y,
cuando el pueblo cayó en la ilusión de que la solución era una intervención
exterior por medio de la imposición de un “bloqueo aéreo”, esto no se produjo,
y quedó claro que no había posibilidad de que se produjera.
También quedó claro que el Consejo
trabaja como un “Ministerio de Exteriores” cuya misión es convencer a “Occidente”
de la necesidad de una intervención exterior (hablando del Capítulo VII de la
Carta de Naciones Unidas o pidiendo el bloqueo aéreo que es en realidad una
guerra militar) y de que él sea el único representante del pueblo sirio. A
pesar de la claridad “cegadora” de la ausencia de toda posibilidad de
intervención exterior, que se ha repetido en las declaraciones de muchos
presidentes y responsables occidentales (Obama y Clinton, Hague, Merkel, y el
Secretario General de la OTAN) la estrategia que ha dirigido los movimientos
del Consejo ha sido esa: la intervención exterior.
Y por eso, la revolución se
convirtió en el discurso del Consejo en una tragedia, en una masacre y en zonas
destrozadas. Y el llanto, la mendicidad y el arrepentimiento se convirtieron en
el “discurso oficial”, sin darse cuenta de que lo que sucede es una revolución
a pesar del salvajismo sanguinario del régimen y de toda la destrucción, pues
el objetivo de de este discurso es mendigar una intervención, ya que es la
única manera de que ellos lleguen al poder o eso creen, pues no confían en el
pueblo ni ven que el devenir de la lucha pueda llevarlos al poder al estilo
egipcio o tunecino.
Así, no solo lo que ha ofrecido
esta oposición no es útil para la revolución, sino que ha ofrecido lo que le ha
supuesto un debilitamiento, pues afirmaba todo lo que decía el régimen en sus
discursos, que se entraron (consciente y planificadamente) en el carácter
fundamentalista de la revolución y el nacionalismo y su papel antiimperialista.
Todo ello mientras el llamamiento a la intervención exterior asustaba a varios sectores
sociales (pero especialmente a los cristianos) como resultado de la conciencia
que tenían los sirios de los peligros de la ocupación estadounidense de Iraq y de
que ello se reflejara en un estallido de las luchas sectarias y los asesinatos
sectarios.
Por ello, el miedo provocado por cada
llamamiento a la intervención exterior era enorme y ello supuso que algunos
sectores sociales no participaran en la revolución o que se unieran tardíamente. Del mismo modo,
el centrarse en la “islamización” y después el dominar los medios de la
revolución y teñirla de su tinte fundamentalista reproduce el pasado (los
sucesos de 1980-1982) para mostrar que lo que sucede llevará a la hegemonía de
los islamistas en el poder, y por tanto, a una reacción concretamente contra
los alauíes. El dominio de los islamistas por medio de las elecciones en Túnez
y Egipto reafirmó ese miedo.
Pero ese miedo se ha extendido a
muchos “nacionalistas”, a laicos y a la izquierda, y es algo que les ha hecho
dudar y no integrarse en la revolución o incluso ponerse de parte del poder, no
por amor a él sino por miedo a la alternativa. Por ello, la oposición ha sido
una carga para la revolución.
[1] Período que comprende algunos meses entre 2000 y 2001 posteriores a la llegada de Bashar al-Asad al poder en el que se abrió levemente la veda de las libertades, para después volver a cerrarse. En ese tiempo, florecieron los clubes sociales y círculos intelectuales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario