Texto original: Damascus Bureau
Autor: Razzan Zaytouna
Fecha: 30/08/2012
"Habéis ensangrentado Siria,
habéis exterminado a Dariya,
habéis destrozado los muros y las casas,
y vuestro silencio solo ha dejado destrucción"
(Jóvenes de Damasco para la construcción del mañana, 28/08/2012)
La tarde del 25 de agosto, estaba chateando con Karim. Karim
es un activista de apenas 20 años que vive en la zona de los jardines de Dariya[1]
en una casa árabe (de un único piso, sin sótano ni refugio).
Casi podía escuchar la voz de su grito mientras escribía: “Ha caído un misiiiiiiiiiiiiiiiiiiil sobre la casa de nuestros vecinos. Dios mío, Dios mío”. Karim se desconectó y tuve que esperar tres días para poder hablar con él de nuevo y que me contara su testimonio, uno más entre muchos otros sobre la masacre que rompió nuestros corazones en la ciudad de la paz, Dariya.
Dariya era una estrella brillante antes de la revolución, una estrella durante la misma. Lo que habían construido los chicos y chicas de la ciudad había exigido un enorme esfuerzo que había dado lugar a un pequeño modelo de la Siria del futuro con la que soñamos. El movimiento en la ciudad no dejó de sorprendernos ni por un instante. En Dariya los manifestantes fueron los primeros en llevar rosas y agua al ejército que se afanaba en matarlos. Solo en Dariya se repartieron regalos a los hijos de los shabbiha igual que a los hijos de las víctimas el día de la fiesta de fin de Ramadán. En Dariya las expresiones de ciudadanía y los lemas de convivencia siguieron levantándose incluso cuando el país entero había caído en las garras de la desesperación tras cada nueva masacre.
Dice Karim: “Con el aumento de la intensidad de los misiles y los proyectiles a nuestro alrededor, huí con los demás y me refugié en el sótano de unos parientes. El Ejército Sirio Libre estaba desplegado en la zona en la que nos refugiamos, a unos 200 metros de los tanques del ejército del régimen. El día terminó con grandes enfrentamientos y bombardeos muy violentos en nuestra posición”.
“Entonces supe que el ejército había irrumpido en la zona en la que estaba y en mi casa, y que se dirigía hacia nosotros. Durante la noche, los francotiradores del régimen disparaban a cualquier cosa que se movía, desplazarse era imposible aun queriendo. Dariya recibía locos bombardeos y yo los sentía en mi corazón, proyectil tras proyectil”.
Solo en Dariya el movimiento femenino se había mantenido fuerte, distinguido y rutilante. En Dariya se levantaban lemas que pedían justicia, no venganza, enjuiciamiento y no crímenes de honor. Allí estaban los más magníficos sirios y sirias, construyendo el más allá de la caída del régimen, la post revolución.
Karim sigue: “La mañana del día siguiente varias familias se desplazaron y volvieron los ruidos del violento bombardeo. La situación continuó así hasta pasado el mediodía y quien tuvo la oportunidad, se llevó lo que pudo y se fue de la zona. Algunos fueron alcanzados frente al edificio en el que estábamos mientras se desplazaban. Me quedé solo”.
“En ese momento, decidí abandonar el lugar, pues en ambos casos estaba muerto, al menos así lo pensé. Me subí al coche en medio del humo y los escombros y me fui hacia el centro de Dariya, donde había una relativa seguridad”.
“Durante mi corto recorrido, vi tres miembros del Ejército Sirio Libre en uno de los barrios intentando esconderse y otros seis que estaban parados en un punto más cercano al centro de la ciudad. Poco después, un proyectil cayó sobre donde estaban los seis últimos. Un amigo me informó de que fue a socorrerlos, pero que el mismo misil los había matado a todos”.
“Los proyectiles comenzaron a acercarse al lugar donde estaba, poco a poco y se quedaron a unos dos edificios de mí. Los destellos volaban e iluminaban como el carbón, de lo calientes que estaban. Me entretenía esperando a que se enfriaran para recogerlos”.
Dariya la del movimiento civil y pacífico, años antes de la revolución resistió la militarización durante largo tiempo hasta que se convirtió en una realidad. Cuando sucedió, fue de las poquísimas zonas en las que la militarización no logró ganar a la actividad de la zona ni al diálogo civil. Dariya, donde el régimen secó los jardines de cactus que había a su alrededor hace semanas y con ellos las memorias y los corazones de los hijos de la zona…
Karim: “Cuando llegó el mediodía, vino un amigo del Ejérctios Sirio Libre. Estaba llorando y había dejado las armas. Me dijo que no podía más, el bombardeo era inimaginable, la mayoría de sus compañeros habían muerto a causa de ello, no se puede resistir más”.
“Esa noche la pasé en el piso de unos amigos de la misma zona. Durante la noche el Ejército Sirio Libre se retiró de la ciudad y emitió un comunicado explicándolo. Las fuerzas del régimen rodearon la ciudad al completo y algunos de sus miembros entraron en algunas zonas. La mañana siguiente, el ejército del régimen estaba apostado en una calle de Dariya y había desplegado por ella a sus francotiradores. Decidí entonces irme de la ciudad con la familia de un amigo porque la irrupción final estaba muy cerca”.
“A las siete y cuarto de la mañana, llegó un coche con otra familia con la que acordamos desplazarnos. Sus rostros estaban enjutos y muy pálidos. Le pregunté a uno de ellos: ¿Qué le pasa? ¿Todo bien? Y me dijo que había visto a una persona muerta sobre en el asfalto, otra en su coche y otra sobre el suelo, y que cualquiera que pasaba por esa zona era blanco de las balas de los francotiradores. Me hizo ver las dos balas que habían alcanzado su coche, una en la puerta trasera y otra cerca del depósito de gasolina. Entonces decidimos que desplazarse era más difícil que quedarse, los francotiradores del régimen impedían a todo el mundo salir de la ciudad y todo el que se moviera se convertía en objetivo”.
Según recibíamos las noticias en nuestra oficina de noticias sobre las víctimas del bombardeo y los cadáveres tirados en las calles, nos manteníamos en estado de shock. Dariya es nuestra niña mimada, y si Ghiath Mátar que ofreció rosas a los soldados, fue asesinado a sangre fría, tal vez la ciudad que ofreció un icono y un ejemplo a la revolución, sería también sacrificada.
“Volvimos sobre nuestros pasos”, dice Karim, “y poco después, un amigo llegó y me dijo que cuatro personas habían sido ejecutadas en público en la zona de Turba”. Otro vino y dijo que el ejército regular había sacado a los hombres de los refugios y los había ejecutado fusilándolos cara a la pared y que debíamos advertir a todo el mundo que no saliera de los refugios. Otro amigo llegó y nos dijo que la mezquita de Abu Suleimán había sido escenario de una masacre. No podía creerlo, no podía creer ninguna noticia, hasta que pasó otra hora y llegaron las fuerzas del régimen al barrio colindante, que sacaron a cinco personas del refugio del edificio y los ejecutaron. Después se dirigieron a la plaza cercana e hicieron una manifestación de apoyo. Vino la televisión siria y grabó, después se calló el ruido de la manifestación y volvió el ruido intenso de las balas”.
“Vino una amiga y me dijo que la familia Nammura, los hermanos, la mujer y los niños, habían sido asesinados. Así pasamos el resto del día, recibiendo noticias de ejecuciones de un barrio a otro, sin saber cuándo llegaría nuestro turno”.
“La mañana del día siguiente, a eso de las siete, vino un amigo y me dijo que iríamos a la mezquita de Abu Suleimán. De camino, la situación era desastrosa: casas enteras a ras del suelo, coches aplastados por los tanques con sus tripulantes a bordo, cuyos restos aún seguían dentro. A unos 300 metros de la mezquita, el olor de la muerte se expandía con fuerza. Llegué, y la mezquita estaba abarrotada de gente, de cadáveres: 123 cadáveres contamos. Había una niña pequeña de unos doce años, un niño pequeño de unos tres años y tres bebes lactantes. Habían sido asesinados de un disparo en la cabeza. Los bebes lactantes no tienen cráneo, sino una mera cobertura fina de piel que las balas habían quemado, ocualtando los rasgos de sus rostros”.
“Por la tarde, el ejército volvió a nuestro barrio y comenzó a destruir los establecimientos comerciales, a robar y a llevarse lo que había en ellos. Hasta ese momento seguíamos recibiendo noticias de veinte cadáveres aquí y treinta allá…”
Veinticuatro horas después de la masacre, hablaba con una de las chicas de Dariya. Aún siento la sorpresa de cuando me dio: “Todo lo que construimos durante un año y siete meses lo han destruido en una hora escasa”.
Más de 500 víctimas, destrucción general y no hay tiempo para lamentaciones: las masacres se trasladan como los malos espíritus de ciudad en ciudad. Volvió a sorprenderme diciendo: “No nos rendiremos a la muerte, nos levantaremos de nuevo. Hola… Aquí está Siria”.
Casi podía escuchar la voz de su grito mientras escribía: “Ha caído un misiiiiiiiiiiiiiiiiiiil sobre la casa de nuestros vecinos. Dios mío, Dios mío”. Karim se desconectó y tuve que esperar tres días para poder hablar con él de nuevo y que me contara su testimonio, uno más entre muchos otros sobre la masacre que rompió nuestros corazones en la ciudad de la paz, Dariya.
Dariya era una estrella brillante antes de la revolución, una estrella durante la misma. Lo que habían construido los chicos y chicas de la ciudad había exigido un enorme esfuerzo que había dado lugar a un pequeño modelo de la Siria del futuro con la que soñamos. El movimiento en la ciudad no dejó de sorprendernos ni por un instante. En Dariya los manifestantes fueron los primeros en llevar rosas y agua al ejército que se afanaba en matarlos. Solo en Dariya se repartieron regalos a los hijos de los shabbiha igual que a los hijos de las víctimas el día de la fiesta de fin de Ramadán. En Dariya las expresiones de ciudadanía y los lemas de convivencia siguieron levantándose incluso cuando el país entero había caído en las garras de la desesperación tras cada nueva masacre.
Dice Karim: “Con el aumento de la intensidad de los misiles y los proyectiles a nuestro alrededor, huí con los demás y me refugié en el sótano de unos parientes. El Ejército Sirio Libre estaba desplegado en la zona en la que nos refugiamos, a unos 200 metros de los tanques del ejército del régimen. El día terminó con grandes enfrentamientos y bombardeos muy violentos en nuestra posición”.
“Entonces supe que el ejército había irrumpido en la zona en la que estaba y en mi casa, y que se dirigía hacia nosotros. Durante la noche, los francotiradores del régimen disparaban a cualquier cosa que se movía, desplazarse era imposible aun queriendo. Dariya recibía locos bombardeos y yo los sentía en mi corazón, proyectil tras proyectil”.
Solo en Dariya el movimiento femenino se había mantenido fuerte, distinguido y rutilante. En Dariya se levantaban lemas que pedían justicia, no venganza, enjuiciamiento y no crímenes de honor. Allí estaban los más magníficos sirios y sirias, construyendo el más allá de la caída del régimen, la post revolución.
Karim sigue: “La mañana del día siguiente varias familias se desplazaron y volvieron los ruidos del violento bombardeo. La situación continuó así hasta pasado el mediodía y quien tuvo la oportunidad, se llevó lo que pudo y se fue de la zona. Algunos fueron alcanzados frente al edificio en el que estábamos mientras se desplazaban. Me quedé solo”.
“En ese momento, decidí abandonar el lugar, pues en ambos casos estaba muerto, al menos así lo pensé. Me subí al coche en medio del humo y los escombros y me fui hacia el centro de Dariya, donde había una relativa seguridad”.
“Durante mi corto recorrido, vi tres miembros del Ejército Sirio Libre en uno de los barrios intentando esconderse y otros seis que estaban parados en un punto más cercano al centro de la ciudad. Poco después, un proyectil cayó sobre donde estaban los seis últimos. Un amigo me informó de que fue a socorrerlos, pero que el mismo misil los había matado a todos”.
“Los proyectiles comenzaron a acercarse al lugar donde estaba, poco a poco y se quedaron a unos dos edificios de mí. Los destellos volaban e iluminaban como el carbón, de lo calientes que estaban. Me entretenía esperando a que se enfriaran para recogerlos”.
Dariya la del movimiento civil y pacífico, años antes de la revolución resistió la militarización durante largo tiempo hasta que se convirtió en una realidad. Cuando sucedió, fue de las poquísimas zonas en las que la militarización no logró ganar a la actividad de la zona ni al diálogo civil. Dariya, donde el régimen secó los jardines de cactus que había a su alrededor hace semanas y con ellos las memorias y los corazones de los hijos de la zona…
Karim: “Cuando llegó el mediodía, vino un amigo del Ejérctios Sirio Libre. Estaba llorando y había dejado las armas. Me dijo que no podía más, el bombardeo era inimaginable, la mayoría de sus compañeros habían muerto a causa de ello, no se puede resistir más”.
“Esa noche la pasé en el piso de unos amigos de la misma zona. Durante la noche el Ejército Sirio Libre se retiró de la ciudad y emitió un comunicado explicándolo. Las fuerzas del régimen rodearon la ciudad al completo y algunos de sus miembros entraron en algunas zonas. La mañana siguiente, el ejército del régimen estaba apostado en una calle de Dariya y había desplegado por ella a sus francotiradores. Decidí entonces irme de la ciudad con la familia de un amigo porque la irrupción final estaba muy cerca”.
“A las siete y cuarto de la mañana, llegó un coche con otra familia con la que acordamos desplazarnos. Sus rostros estaban enjutos y muy pálidos. Le pregunté a uno de ellos: ¿Qué le pasa? ¿Todo bien? Y me dijo que había visto a una persona muerta sobre en el asfalto, otra en su coche y otra sobre el suelo, y que cualquiera que pasaba por esa zona era blanco de las balas de los francotiradores. Me hizo ver las dos balas que habían alcanzado su coche, una en la puerta trasera y otra cerca del depósito de gasolina. Entonces decidimos que desplazarse era más difícil que quedarse, los francotiradores del régimen impedían a todo el mundo salir de la ciudad y todo el que se moviera se convertía en objetivo”.
Según recibíamos las noticias en nuestra oficina de noticias sobre las víctimas del bombardeo y los cadáveres tirados en las calles, nos manteníamos en estado de shock. Dariya es nuestra niña mimada, y si Ghiath Mátar que ofreció rosas a los soldados, fue asesinado a sangre fría, tal vez la ciudad que ofreció un icono y un ejemplo a la revolución, sería también sacrificada.
“Volvimos sobre nuestros pasos”, dice Karim, “y poco después, un amigo llegó y me dijo que cuatro personas habían sido ejecutadas en público en la zona de Turba”. Otro vino y dijo que el ejército regular había sacado a los hombres de los refugios y los había ejecutado fusilándolos cara a la pared y que debíamos advertir a todo el mundo que no saliera de los refugios. Otro amigo llegó y nos dijo que la mezquita de Abu Suleimán había sido escenario de una masacre. No podía creerlo, no podía creer ninguna noticia, hasta que pasó otra hora y llegaron las fuerzas del régimen al barrio colindante, que sacaron a cinco personas del refugio del edificio y los ejecutaron. Después se dirigieron a la plaza cercana e hicieron una manifestación de apoyo. Vino la televisión siria y grabó, después se calló el ruido de la manifestación y volvió el ruido intenso de las balas”.
“Vino una amiga y me dijo que la familia Nammura, los hermanos, la mujer y los niños, habían sido asesinados. Así pasamos el resto del día, recibiendo noticias de ejecuciones de un barrio a otro, sin saber cuándo llegaría nuestro turno”.
“La mañana del día siguiente, a eso de las siete, vino un amigo y me dijo que iríamos a la mezquita de Abu Suleimán. De camino, la situación era desastrosa: casas enteras a ras del suelo, coches aplastados por los tanques con sus tripulantes a bordo, cuyos restos aún seguían dentro. A unos 300 metros de la mezquita, el olor de la muerte se expandía con fuerza. Llegué, y la mezquita estaba abarrotada de gente, de cadáveres: 123 cadáveres contamos. Había una niña pequeña de unos doce años, un niño pequeño de unos tres años y tres bebes lactantes. Habían sido asesinados de un disparo en la cabeza. Los bebes lactantes no tienen cráneo, sino una mera cobertura fina de piel que las balas habían quemado, ocualtando los rasgos de sus rostros”.
“Por la tarde, el ejército volvió a nuestro barrio y comenzó a destruir los establecimientos comerciales, a robar y a llevarse lo que había en ellos. Hasta ese momento seguíamos recibiendo noticias de veinte cadáveres aquí y treinta allá…”
Veinticuatro horas después de la masacre, hablaba con una de las chicas de Dariya. Aún siento la sorpresa de cuando me dio: “Todo lo que construimos durante un año y siete meses lo han destruido en una hora escasa”.
Más de 500 víctimas, destrucción general y no hay tiempo para lamentaciones: las masacres se trasladan como los malos espíritus de ciudad en ciudad. Volvió a sorprenderme diciendo: “No nos rendiremos a la muerte, nos levantaremos de nuevo. Hola… Aquí está Siria”.
[1] También puede encontrarse escrito como Daraya o Dareya.
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