Texto original: Al-Quds
al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 11/02/2013
El asesinato del luchador tunecino Chukri Belaid ha venido a
hacer sonar la alarma del peligro, pues las fuerzas emergentes de los Hermanos
y los salafistas han dejado clara su relación con el poder y la sociedad. Todo
el poder es suyo y la sociedad debe inclinarse, dividir su resistencia, y desmembrar
sus fuerzas sociales y políticas. Antes del asesinato de Belaid se habían
lanzado campañas contra todo, incluyendo los santuarios religiosos que los
salafistas odian bajo la influencia del wahabismo saudí-catarí. También este
asesinato vino precedido de la gran explosión egipcia, que anunció el
desligamiento de la nueva autoridad política de las plazas de la revolución que
prepararon el camino hacia la posibilidad de llegar al poder. Que se arrastrase
al ciudadano Hammada Saber, se le desnudase y se le chantajease y amenazase en
el hospital, junto con las vergonzosas agresiones cometidas contra las mujeres,
han venido a indicar el abismo al que se dirige la autoridad de los Hermanos.
Súmense la persistencia del total salvajismo del régimen “que
se cree un león” [1] que está presenciando Siria, y las dudosas señales que
llegan de algunas fuerzas militares en el seno de la revolución, que han
llegado al límite de romper la bandera de la revolución siria en Saraqeb y han
alcanzado un delirio sectario-religioso que ha pasado a conformar la otra cara
del detestable régimen dictatorial.
Los “sabios” de la cultura de la subordinación dirán que nos
advirtieron de eso, y que lo que los medios occidentales han llamado “primavera
árabe” no ha sido más que el aviso de un invierno cruel y sangriento, y algunos
intelectuales, de esos que se han pasado la vida diseñando la esquizofrenia
entre las palabras y los significados, nos recitarán los salmos del arrepentimiento
y el rechazo vestidos de consejos racionales.
Sí, se libran ardientes batallas dentro de la batalla de las
revoluciones árabes contra la dictadura. Tras largas décadas de gobierno mafioso
cubierto de “esloganología” revolucionaria y modernizadora, era natural que las
entrañas de la cultura árabe estallaran y que las sociedades árabes lanzaran
los interrogantes aplazados desde hace cincuenta años.
Los Hermanos han llegado al poder en Egipto y Túnez, no
porque dirigieran la revolución y porque diseñaran su programa político, social
y cultural, sino todo lo contrario: han llegado al poder porque las
revoluciones no han tenido programa ni líderes. Las revoluciones nacieron de lo
más profundo de la desesperación ante todo, rompiendo tabúes y saliendo como el
líquido por las calles. Las revoluciones árabes vinieron a recordar a los
árabes que son pueblos vivos, por lo que fue como un despertar de vida en
nosotros.
Las plazas de las revoluciones se parecían a las plazas del
sueño, a pesar de la represión que ha llegado a su culmen en la represión de
los manifestantes en Daraa, Homs y Hama. Ningún líder que ha podido acceder al
poder, pues las ambiguas etapas de transición en Túnez y Egipto comenzaron
mientras el régimen sangriento en Siria convertía las plazas de la revolución
en campos de asesinato.
Las revoluciones estallaron cuando nadie estaba preparado,
pues las élites intelectuales y políticas árabes habían perdido veinte años sin
extraer ni una sola lección de la caída de la Unión Soviética, ni de los
significados del horizonte democrático, ni de los métodos de enfrentamiento
contra la arrogancia israelí, ni de la construcción del Estado de ciudadanos
libres sobre los escombros del Estado de los súbditos y esclavos.
La mayoría de las élites de Túnez, Egipto y Siria no dudaron
en unirse a la revolución, aunque sabían que entraban con esta experiencia de
nuevo en la escuela de la historia. La revolución, en este sentido, es una
opción clara de cambio radical sin rasgos determinados. Por ello, se hizo imposible
predecir los futuros baches, y se hizo necesario retirarse, con seriedad, a
diseñar una nueva declaración ética de las revoluciones árabes.
Pero el tiempo no espera. Los Hermanos han llegado al poder,
y esto, naturalmente no es definitivo. En vez de comprender las nuevas
lecciones de la revolución, han vuelto para atrás, a lo previo. En Egipto han
vuelto al pre-naserismo, como si se vengaran de un tiempo que no fue justo con
ellos, y en Túnez han vuelto al pre-burguibismo, mientras que en Siria quieren
volver al pre-reinado de Faysal. Ello va acompañado de un deseo de poder
insaciable, pues los Hermanos se han visto afectados por la represión
autoritaria desde que pensaron que los Oficiales Libres les robaron el golpe de
la revolución del 23 de julio. La represión autoritaria los dejó ciegos ante
las nuevas realidades que han producido las revoluciones.
Esperábamos que la lucha no se librara hoy bajo los lemas de
la identidad, porque la revolución estalló por la libertad, el pan y la
democracia, por nada más. Esperábamos y seguimos esperando que se conformara un
equilibrio social en el que los islamistas fueran una parte, pues la guerra de
exterminio que libraron algunos regímenes dictatoriales contra ellos fue vergonzosa,
trivial y criminal, pero por desgracia, hoy la sangre corre en las calles de
Egipto, y la sangre del mártir Chukri Belaid hace llorar a las conciencias.
La lucha se ha vuelto ineludible pues hay un bloque financiador,
nacido del petróleo, el gas y las expectativas occidentales que no quiere ni un
mínimo de consenso social que salvaguarde la libertad y dignidad del ciudadano.
La lucha, y eso es lo que debemos tener bien claro, no es exterminadora,
sino que se trata de una lucha contra el pensamiento y las prácticas de los exterminadores,
cuyo objetivo es asegurarse de que las revoluciones árabes continúan, y de que
continúa la ola que creó el sueño del cambio, obligando a los exterminadores a
retroceder por medio de la construcción de un programa nacional
político-social-cultural que parte de la idea de la justicia. La justicia como
valor que protege los derechos individuales, y la justicia social como un horizonte
par la construcción de las bases de las nuevas sociedades.
Aquí en estos difíciles y peligrosos momentos, cuando los
corazones se vuelven hacia los revolucionarios tunecinos y egipcios que siguen
su camino desacreditado por la sangre de los mártires, no debemos olvidarnos de
Siria, donde se libra una batalla decisiva entre la dictadura y la libertad.
Allí, el dictador sirio cree que ha logrado destruir la revolución vistiéndola
de “terrorismo”, y en ello le ayuda el dictador árabe en otro punto en un
intento de vaciar a la revolución de su contenido democrático y ético. Allí, a
pesar de la explosión criminal en Salamiya, por no decir a causa de ella, los
sirios y las sirias se enfrentan con valentía legendaria a los intentos de
asesinar su presente por parte del dictador que trata al pueblo sirio como si de
un eterno esclavo se tratara en el reino del silencio que fundó Hafez al-Asad.
Lo que hoy parece una batalla que marcará un antes y un
después no es tal. Ha terminado el tiempo de las luchas decisivas internas. La
batalla hoy en Túnez, Egipto y Siria, al margen de las diferentes
circunstancias, es la batalla por la continuación de la revolución. Tal
continuación no la protegerán más que los brazos de los revolucionarios que
creen en la sociedad civil y la separación entre el poder y la religión, y que construyen
horizontes de justicia social. La batalla es larga y tal vez aún esté en sus
albores.
[1] Juego de palabras con Asad (león).
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