Texto original: Al-Hayat
Autora: Fadia Ladhikani
Fecha: 10/02/2013
A los gemelos de lo más hondo “Ora-nge”
Tarjeta:
Vengo de un universo repleto de preguntas sin respuesta. En
él no se cree todo lo que se dice, ni se dice todo lo que se cree. En las
costillas de sus habitantes, se almacena la locura de la pregunta que acompaña
su sueño y su vigilia. La tierra guarda sus secretos. Ni las ramas ni las
aceras contestan. No se llena con
canciones de espera el polvo de los “micrófonos” de la subida de la calle
Shora, y los muros de la plaza de la rama de Sadat no responden al dolor de sus
cuchillos. Pero la espera es amplia, infinita, como las estrellas.
Soy la hija de la pregunta grabada en las losas y escalones
de las calles del barrio del Muhayirin y del parque del Sebki, de los rincones
de la casa de Shora, su balcón y sus paredes.
El silencio es el guardián de la trampa. Los ojos temen encontrar
sus miradas para existir. Hama, Alepo, Damasco, de norte a sur. Nadie pregunta
a nadie dónde ha dejado los secretos de la ausencia. Recogen las partes de su
cuerpo, las enrollan en sus mortajas blancas y con el sonido del silbato… Bum,
bum, bum. Un ejército arrastrado de muertos-vivos que preceden una procesión
por la verdad. Todos llevan su certificado de nacimiento, la fecha y lugar de
su ejecución y su nombre.
La muerte “normal” no se cree, pues ¿qué ayuda al alma a
creer la muerte de quien engendró el mismo vientre que la trajo a ella al
mundo? ¿Cómo sin testigos, sin cadáver y sin ritos de entierro?
La pregunta se pega a la espera. La pregunta es la espera.
Seydanya/ la cárcel:
Esta es la primera visita en la que veo a mi hermano mayor, después
de salir de nueve años en la cárcel de Tadmor (Palmyra). En general se creía
que trasladaban a los más antiguos prisioneros a Seydnaya, una cárcel de “cinco
estrellas”, para que el preso recuperara su compostura humana, antes de su
potencial liberación en aproximadamente un año, o más, o menos. El tiempo de la
visita, mi hermano se lo paso intentando aprovechar un instante en que la
seguridad se despistara para contarme moviendo sus labios la noticia de cómo
habían “despachado” a mi hermano Abd, el segundo de mis hermanos. No le había
preguntado eso, ¿cómo se le ocurrió ser tan cruel conmigo mientras se pasaba la
mano por la rodilla, con la velocidad del rayo, para señalarme que “habían
borrado” a Abd de la existencia? En el camino de vuelta desde Seydnaya mi pecho
se hundió profundamente y murió sobre él esa piedra que acompañaría a la
inspiración de mi marcha y la espiración de mi viaje.
¡Pero no me lo creí!
La casa de mamá:
Tras dos años, en nuestra casa en Shora, en el barrio Muhayirin,
la primera frase que me soltaría mi hermano liberado de Tadmor y Sednaya sería:
“A Abd, lo han despachado”. ¡No me lo creí! ¿No nos habían contado muchos cómo
habían salido sus hijos tras quince años, o veinte, pensando ya sus familias
que estaban entre los muertos? ¿No habían preparado incluso celebrado funerales
por ellos? ¿Por qué no iba a ser mi hermano Abd uno de ellos?
No le digo nada a mi madre. Su alegría escondida se revela
mientras nos cuenta cómo llegaron los miembros de la “seguridad” una vez.
Llamaron a la puerta y preguntaron por su hijo ausente. “Volvieron a venir y
preguntar, y siguen haciéndolo”. El alcalde, algunos vecinos y los dueños de
las tiendas se alegraron por ella. ¿Estoy triste por ella o por mí? ¿Soy menos
miserable que ella? No sé, pues en mi interior también la esperanza baila con
el demonio.
Damasco la amplia/Damasco la estrecha:
El hombre enmascarado con el cual mi hermano me concertó una
cita en el mercado de cardamomo, para que me creyera la historia de que “habían
borrado a mi hermano Abd de la existencia”, me dijo con determinación y dignidad:
“Basta ya de hablar. No me preguntes más. Son las cerraduras de la lengua de
los presos. Sabemos todo”. Lo último que dijo tu hermano, cuando se lo llevaron
a las cuatro de la mañana desde nuestra celda a la cárcel del Mezzeh fue: “Que
no olvide quien salga de entre vosotros informar a mi esposa de que quiero que
mi hijo se llame Muhammad, aunque sea una niña”. En el umbral de la puerta, que
cerró siendo la última vez que se le veía vivo, añadió mirándonos: “Os
encomiendo a mi madre”, instantes antes de que una voz profunda saliera de su
interior: “Perdóname, madre”.
Antes de marcharse el hombre enmascarado me amonestó con
seriedad: “Esta cita no se ha producido nunca, ni os he visto ni me habéis
visto”. ¡El hombre enmascarado no sería el primero al que veríamos!
Un joven con la cara congestionada abrió la puerta. Señaló
la sala de espera y despareció por un tiempo. Nos sentamos mi hermano y yo sin
que nos invitara a ello.
Mi hermano dijo: “Te he traído a mi hermana para que crea.
Sé que, entre los presos que llevaron a la cárcel de Tadmor, tú estuviste con
nuestro hermano Abd durante los últimos seis meses de su vida en Mezzeh.
¿Puedes…?”
El joven no dejó que mi hermano terminara. Se puso de pie
diciendo tremendamente nervioso:
“No sé de qué hablas!”
Ese joven había sido un amigo cercano de mi amigo Abd antes.
Lo habían tenido en la cárcel de Mezzeh tal y como nos contó durante un año.
Después volvió a inaugurar su despacho de ingeniero.
Al tercero ¡ni lo vimos!
Tras un largo camino al municipio M en el fin del mundo, durante
el cual ninguno de los dos abrimos la boca, la mujer que abrió la puerta tras
unos minutos nos dijo: “Aquí no hay nadie con ese nombre”.
En el camino de vuelta, la única frase que pronunció mi
hermano mayor fue, como de costumbre sin mirarme directamente: “Hermana, deja
de buscar y tener ilusiones. Si lo vieras caminando ante nosotros ahora, no
creerías que es él”. No lo creía.
Sede de los servicios secretos/Despacho A.D.
Mi tía llegó tras grandes esfuerzos al despacho de un alto
responsable. Este miró los registros que tenía delante y dijo con gravedad: “El
mayor está en Tadmor. Por el segundo no preguntéis más”.
Kafarsousseh/Despacho del jefe de la sede de “Seguridad”
del Estado:
El jefe sabía que yo sabía que habían detenido a mi hermano
mayor. Ello había sucedido cerca de su despacho. Se trataba de una visita ya
realizada previamente por otra historia. Meses después me llamó el director,
aquella tarde, y me dijo que fuera a su despacho. Al final de la entrevista me
dijo: “Parece que la historia de tus dos hermanos te ha afectado. Siéntate y
quédate”. Me pasé el resto de los tres años, dos meses y diez días que habían
estimado como suficientes como si fuera el tiempo de mi propia detención,
preguntándome por qué “se lió” todo. Me había dicho “tus dos hermanos”, en vez
de “tu hermano” y no se me ocurrió comprender.
Al-Jatib-sede de interrogatorios Sadat:
Despacho del Mayor T. A. D. :
Me volvieron a llevar a la sede que me recibió tres años y
dos meses antes de llevarme a la sede-cárcel de Kafasousseh. Sabría después que
la razón era para volver a interrogarme y llevar a cabo los ritos de
negociación previos a la libertad. Por segunda vez, tercera, décima, debes
hablar de tu familia, tus hermanos y los abuelos de los abuelos que me
precedieron. Todos los huecos: dónde está el chico, y dónde vive y dónde
trabaja. El Mayor cogió mis papeles después de rellenarlos y los ojeó con una
mirada que desprendía ironía. Pero, no olvidaré cómo de detuvo de pronto, ni su
mirada, ni cómo cambiaron los rasgos de su rostro que, en el momento en que le
contesté con total sencillez, cuál era el trabajo de mi hermano Abd.
Recordaría
después muchas veces, su pequeño escalofrío, que pude ver de soslayo, en los
músculos de su cara. Después de mi respuesta, guardó silencio un segundo y me
preguntó: “¿Desde cuándo no te visita tu hermano Abd?”
París-Damasco:
Profesión del hermano y lugar de residencia… Trámites
administrativos que no permiten espacios en blanco.
Mi hermano era un joven apuesto, en la flor de la vida.
Estaba en el último año de la Facultad de Ingeniería Eléctrica. Damasco y su
madre eran sus dos amadas. La fortuna no le acompañó para que se sumara a ellas
la hija que nacería siete meses después de su desaparición. De nuevo estaba en
la oficina de trámites administrativos y huecos que no pueden quedar en blanco. Ayudadme,
creadores de las lenguas del mundo. Sálvame, ¿qué pongo en el espacio de
profesión y lugar? Aquí estoy en la enésima cita con el himno del ruego
desesperado. Tenía un hermano que jugaba y se lo tragó un gran socavón en algún
lugar de Siria un día a finales de diciembre de 1983. ¿Qué pongo en los huecos
administrativos? Mi hermano sigue vivo en el registro.
No habría podido creer si no me hubieran contado lo de las
fotos.
Lo de las fotos:
La esposa de mi hermano lo esperó con paciencia y amor casi
ocho años. “Claramente se ha convencido de que su marido ha muerto de un modo u
otro”. Entonces anunció su separación y comenzó con el divorcio, partiendo del
abandono. Esa fue la primera bala que atravesó el muro escondido de espera de
mi madre.
“No tengo más que a la esposa de mi hijo. Ojalá le hubiera dicho algo
antes de ir a la cruz, para que ella me transmitiera su convencimiento”. Había
pasado menos de un año de su segundo matrimonio.
Dejé mi miedo y el rugido de mi corazón en lo más profundo
de mi interior. Cuánto había temido este
momento y cómo le deseé lo peor. Le pregunté como el fiel en el mihrab,
implorando a su dios.
“Mi corazón, tras ocho años, cree”, dijo fría y
calmadamente. Esa fue toda la respuesta que me dio.
Seguí insistiendo, vi miradas de tristeza en sus ojos. Me
habló del gran sobre amarillo. Volvió su cabeza para que no viera cómo caían
sus lágrimas.
“Tu hermano me dio este sobre una semana antes de desaparecer”.
Sus ojos se congestionaron.
En el sobre había imágenes ampliadas en blanco y negro, como
las que las familias ponen por los mártires. Había seis fotos. Una flecha
atravesó mis costillas y se quedó incrustada en ellas. Vi a nuestro hermano, un
día de la tercera semana de mayo de 1983, yendo al fotógrafo y haciendo seis
copias de una foto. Sin contarle a él, nosotros somos cuatro hermanos. Para su
esposa y su futuro bebé de dos meses la quinta y para mi madre la sexta. Nunca
pensé que sería el número o la mitad del número de copias que más se sacan en
Damasco.
Esta vez, mi hermano “Abd” se apoyó con toda su ternura, con
el violín y el laúd del padre al lado, y recitó inclinándose al ritmo de la
melodía, como otro Abdel Basit (Sarut) una aleya de la azora de La Vaca. Después
me susurró, con suavidad y tristeza, que creyera, y desapareció entre las
nubes. Entonces creí.
Esto sucedió el día veinticinco de julio de 1993.
P.D: Este texto se escribió, exceptuando algunas palabras,
hace años. Lo he vuelto a escribir hace dos meses y medio, después de borrar
algunas palabras y nombres.
Septiembre de 1993-agosto de 2012.
*Escritora siria
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