Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 18/02/2012
En el único encuentro que tuve con el monje sirio, el padre
Paolo, en Beirut, y después de que nos contara los trágicos rasgos adoptados
por la represión que se sale de toda lógica en Siria, hablamos sobre la siria
post-Asad.
Ello fue el año pasado, cuando la destrucción de Homs no se
había generalizado a todo el país. Dije que iríamos a Damasco y lo celebraríamos
en sus plazas, y le conté la promesa que había hecho una amiga de bailar
descalza en la plaza del Merje. Le dije que todos deberíamos celebrarlo
bailando descalzos.
El noble monje sirio me miró con ojos tristes y dijo “No,
antes de bailar, hemos de ir a visitar Homs y llorar y borrar la sangre de las
calles”. Aquel día sentí vergüenza, la idea de la caída del régimen me había
hecho olvidar la ingente tragedia humana que vivían y viven los sirios. Le
confesé mi vergüenza al padre Paolo, y nos rodeó el silencio.
Hoy, después de que el régimen sirio que se cree un león
haya logrado convertir a toda Siria en un Homs, nos invade la tristeza, y nos
acecha el fantasma de los muertos cuyo número concreto nadie conoce. La
tristeza siria es la materialización de la tragedia de la relación de los árabes
modernizadores con su historia: una historia de tristeza que finalmente acabó
en explosión trágica, después de que la dictadura lograra convertir el Estado
en una banda y las fuerzas armadas en un ejército de ocupación. El estallido
era inevitable llegó en forma de sorpresa, sorpresa que rápidamente el aparato
de represión salvaje convirtió en una serie trágica.
Los sirios y las sirias no pueden retroceder hoy, pues solo
están la victoria o la victoria, nada más. Hablar de otra cosa es perder tiempo
y esfuerzos, a no ser que los rusos logren convencer a su aliado dictador de
que el tiempo de su marcha apremia y que deben apoyar la posibilidad de una
solución política cuya base sea la salida de Asad y sus esbirros de la imagen.
Pero, al margen de los resultados de las negociaciones
ruso-estadounidenses (de las que no sabemos nada y que exigen precaución de
cara a las intenciones reales de sus partes), no es seguro que los rusos logren
convencer a su cliente sirio de algo así, porque Asad se ha convertido en una
especie de rehén de Irán, y puesto que los mollahs de Irán no pueden digerir la
derrota de Asad, tras tanta apuesta militar y económica, y después de que sus prácticas
hayan ayudado a encender el fuego sectario en Siria y en la zona. Pero pase lo
que pase, se prolongue lo que se prolongue, el régimen caerá, no aguantará
mucho, y pasará la horrible pesadilla que ha matado las vidas política y
cultural sirias durante cuatro décadas o más.
Si cayera mañana, ¿qué pasaría?
La próxima batalla será en Damasco, y las expectativas
indican que será la más sangrienta, porque el régimen y las fuerzas aliadas con
él destrozarán la más bella de las ciudades como expresión de su rencor hacia
la gente y su odio hacia el pueblo sirio.
Hacia las puertas de Damasco se dirigen nuestros ojos y
corazones, con miedo por la gente de la más antigua ciudad habitada de la
historia. La leyenda cuenta que el nombre de la ciudad está derivado de dos
palabras: sangre (damm) e incisión (shaqq) [1], de cuando la sangre de Abel
incidió la tierra tras el primer crimen de la historia.
A las puertas de Damasco, se levantan las palabras con Nizar
Qabbani:
“Di a los que están en tierra de Damasco, que han llevado a
vuestro muerto al abismo, y que permanece asesinado.
Me gustaría que me plantaran en ti como un alminar o que me
colgaran en la puerta como un candil.
Oh, ciudad de los siete ríos, oh mi país, oh camisa teñida
del rojo de la ciruela,
Oh caballo que se desprendió de su montura y salió a conquistar
lo conocido y lo desconocido.
Tu brisa, río Barada, es como el sable que me invade y no
tengo más alternativa que amarte”.
Damasco, la ciudad en la que cantó Fairuz y se convirtió con
la poesía de Mahmud Darwish en el collar de la paloma damasceno, donde el
enamorado se envuelve del Barada. Ese Damasco amenazado hoy con que la muerte
lo borre poco antes de la caída del régimen, que caerá. A las puertas de
Damasco, todos deben gritar que la masacre ha de detenerse. El silencio se ha
prolongado demasiado, Siria, y no sé cómo ha de levantarse hoy una voz que
impida al régimen de los asesinos asesinar a Damasco. ¿Es esta muerte
inevitable? Y no contesta.
¿No hemos encontrado en lo que queda de Estado y ejército en
Siria a quien escuche a la voz de la conciencia, y ponga fin a esta tragedia
que se perfila en el horizonte?
Sea como sea, nuestra cita damascena está en camino y
entonces no bastarán todas las lágrimas de la tierra para borrar los restos de
este crimen. Entonces habrá llegado la cita para trabajar, para construir una
nación que se parezca a las otras y sea para todos sus hijos e hijas. Ese día comenzará
el verdadero trabajo para enfrentarnos a las cuestiones aplazadas y construir
una autoridad extraída de un nuevo pacto social. Esa es la misión que la
oposición política ha de materializar hoy, antes de que la realidad nos tome
por sorpresa y Siria se encuentre a sí misma en un ciclo de odio, extremismo y
estúpido sectarismo.
Un último apunte:
El preso palestino Samer Issawi ofrece hoy un modelo de
sacrificio y heroicidad, con su huelga de hambre continua. Samer Issawi, que se
seca hoy ante nuestras miradas y cuyos ojos no pierden el brillo de Jerusalén,
está en huelga de hambre acercándose a la muerte y anunciando el nacimiento del
nuevo palestino. Este nuevo palestino se une hoy al nuevo sirio que muere en
los sótanos de la tortura de las cárceles sirias. Samer Issawi es la otra cara
de Omar al-Aziz, el intelectual luchador sirio que ha muerto en una de las
cárceles sirias.
A ambos, a la heroicidad de Samer y el martirio de Omar, la
gloria.
[1] Damasco en árabe es Dimashq.
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