Texto original: Facebook
Autor: Iyad Kallas
Fecha: 22/11/2012
“Qasim”, el pequeño
desplazado a una de las escuelas de Gaza, estaba tumbado sobre el borde de una
plataforma, mirando la árida tierra sobre la que apoyaba su tripita en este día
gris y frío.
Uno, dos, tres… Contaba las huellas de las sillas de estudio
que cubrían el suelo de la clase antes de que lo cubrieran las “pisadas” de
decenas de desplazados…
Comenzó a arrastrarse para contar los restos negros y
oscuros que pudo, y después comenzó a preguntarse mientras se arrastraba si el
número de sillas en la clase antes de que la gente se trasladara era mayor que
el número de refugiados de cara pálida o no.
Las preguntas de Qasim y su incapacidad para superar una
cuenta que implicara un número mayor que el de los dedos de una mano llevó a su
pequeña imaginación a volar lejos, a un mundo que no comprenden más que los
niños. El sueño rosado al despertar no se había borrado en sus ojos aún cuando esos
ojos color aceituna encontraron una tiza azul del color que tiene el cielo
cuando su pureza no la empañan los misiles.
Qasim agarró la tiza con amor mientras sus ojos brillaban.
Se levantó como los luchadores y caminó hacia la pizarra verde, se subió a la
plataforma y se puso a grabar con la tiza la frase: “Palestina libre” sobre el mural,
gigante comparado con su manita. Esa frase que conocen los niños de Palestina,
incluso los que tienen siete años como Qasem.
“F”[1], como en Fadwa, el nombre de la hermana de Jaled, que
murió en 2009 tras el bombardeo de Gaza. Aún recuerda su imagen con su vestido
de flores lleno de sangre.
“L”, como en “no” [2], la palabra más repetida por Abu
Qasim, acostumbrado a mirar a Qasem
mientras habla a la televisión cada día y dice: “No nos rendiremos”, “no
nos arrodillaremos”, “no nos engañarán”, “no dejaremos nuestra tierra”.
“S” como en la palabra “Siria”. “El vecino antes que la
casa”[3], dijo para sí mismo.
“T”, como en “tambor” [4], el único juguete que Qasim
recibió en la fiesta del Sacrifico este año, junto a sus deportivas blancas
que, según dice, convierten a quien las lleva en el ser más rápido de toda
Palestina.
“I” como en “Por favor, Señor” [5], el himno de esperanza
que Umm Qasim suspira cada mañana antes de ponerse a amasar el pan con su
mantilla morada que lleva en verano e invierno.
“N”… Qasim pensó por un instante, pero no encontró ninguna
letra en su diccionario que empezara por “n”, así que decidió empezar por el
final de las palabras para no rendirse, como le decía su padre: “No digas no
sé”. Y entonces: “Ya sé: “N” como en “olivo” [6].
La tiza tenía un bulto que no dejaba escribir esa palabra sagrada,
pero en cuanto dividió la palabra Palestina en dos, la tiza comenzó a bailar
rápidamente con la melodía de la palabra “libre” cuyo color parecía brillar
más.
En el momento en que Qasim terminó de escribir la expresión,
la tiza se rompió y abrió un agujero en la pizarra, un agujero muy atractivo
para la curiosidad de Qasim, de siete años y cubierto del polvo del suelo del
aula y el pijama de Bob Esponja que habría traído a la escuela.
Qasim miró por la pequeña abertura para ver muchos niños en
otra clase jugando y cantando “Soy sirio, qué suerte. Siria libre, libre.
Bashar fuera, fuera”.
Qasim respiró hondo y uno de los niños al otro lado, lo oyó.
“¿Quién eres?”, dijo el niño.
“Soy Qasim, ¿y tú?” dijo Qasim.
“Me llamo Hamza” -dijo- “y tengo todos estos años”. Extendió
su mano en la cara de Qasim.
“Tengo envidia. No tengo amigos con los que jugar y no voy
al colegio”, se quejó Qasim con una voz tan triste que acongojaba.
“Yo tampoco voy ya al colegio, sino que vivo en él con toda
mi familia y mis vecinos”.
“¿Por qué vivís en el colegio?”, preguntó Qasem olvidando y
haciendo que olvidaba que él también vivía en un colegio.
“Porque tenemos una revolución y hay muchos misiles fuera”.
“No podemos salir”.
“¿En serio? Nosotros también”. Qasim sonrió por su similar
situación durante un instante a pesar de la tristeza de la realidad que acababa
de verbalizar.
En esos momentos, la madre de Qasim comenzó a hablar de
pactos, alto el fuego y otras cosas que Qasim no comprendió, para terminar con:
“Venga, vamos a casa”.
“Pero, mamá, hay misiles en la calle”.
“No cariño, ya no”.
En ese momento se oyó
el sonido aterrador de un misil, que sonaba como si hubiera devorado el
cielo durante el vuelo, pero Qasim se dio cuenta de que el ruido llegaba a
través de la pared, a través del pequeño
agujero que lo separaba de sus amigos sirios.
Qasim hizo acopio de todas sus fuerzas e ideas y tejió una
cuerda mágica con los colores del arco iris, todos los colores que habían visto
sus ojos desde el momento en que nació y lo extendió a través del agujero.
“Hamza, trae a tus amigos, agarraos a la cuerda y venid
conmigo. Aquí ya no hay guerra…”
Pero la madre de Qasim no prestó atención alguna a Qasim, ni
al agujero, ni a la cuerda mágica, ni a Hamza, ni a los misiles al otro lado, y
agarró a Qasim y se lo llevó a casa sin vacilar.
Las palabras se ahogaron en la garganta de Qasim y no supo
qué decir más que la canción que había aprendido de su amigo sirio: “Siria
libre, libre; Siria libre, libre”…
[1]Palestina, en árabe, se dice “Falastin”, pero las vocales
cortas (las dos “aes”) no se escriben en árabe.
[2] En árabe, “la”
[3] Refrán árabe que enfatiza la importancia de rodearse
bien de gente por encima del lugar donde se viva.
[4] Así se ha llamado a uno de los “voceros” del régimen
sirio: Taleb Ibrahim, que ha pasado a ser “Tabl (Tambor) Ibrahim”.
[5] En árabe “Ia rabb”
[6] En árabe “Zaytun”.
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