Texto original: Al-Hayat
Autor: Yassin al-Hajj Saleh
Fecha: 28/10/2012
En la revolución siria se entrecruzan tres grandes cuestiones que tienen que
ver con el mundo árabe al completo: la cuestión de la autoridad o la cuestión
política, la cuestión religiosa y la cuestión occidental. La primera excede las
relaciones políticas con las fuerzas occidentales para encaminarse hacia una
organización equitativa de las interacciones políticas, culturales,
securitarias y económicas con Occidente sobre unas bases cambiantes que mezclan
la enemistad y la actual dependencia complaciente.
La cuestión política en Siria es más cruel que en cualquier otro país que ha
presenciado revueltas para desestabilizar al estado, como entidad y como
institución de gobierno, y lo que ello conlleva de reconstrucción del Estado y
la identidad nacional, además de una vida política más justa e inclusiva. El
derrocamiento del régimen asadiano, el objetivo inmediato de la revolución, no
soluciona por sí solo el problema político, pero tal vez elimine las trabas que
dificultan su tratamiento. Bajo este régimen, Siria no ha logrado progresar en
el tratamiento de sus problemas nacionales o sociales, sino que todo se ha ido
desmoronando y la sociedad siria ha sido minada securitaria, política y
psicológicamente, y hoy nos enfrentamos a sus explosiones resultantes.
Se esperaba que si todas estas peligrosas trabas se retiraban, los sirios
caminarían, aunque fuera a través de caminos tortuosos, en dirección a un
régimen político reformable en cuyas instituciones muchos más pudieran oír sus
voces y se les diera la oportunidad de encontrarse, colaborar y organizarse
para tratar los problemas que se les plantearan. Pero tras todos estos
crímenes, sangre, dolor, ira y odio, la oportunidad es cada vez más débil
incluso para este difícil desarrollo. Queda una única dirección para tomar en
Siria que es la salida del yugo asadiano y el respirar un aire menos corrupto.
Al contrario que en Egipto y Túnez, países que han comenzado a enfrentar sus
problemas religiosos y políticos tras el triunfo de los islamistas, Siria se
enfrenta a estos problemas desde ahora, a sabiendas de que la sociedad siria es
más complicada en este nivel. Al problema político y religioso en Siria se une
otra complicación, que son las exigencias del enfrentamiento con un régimen
agresor que apunta hacia la radicalización religiosa, o sea, hacia las formas
de religiosidad y pensamiento religioso menos convenientes para una vida
política más libre y justa. Esto se mezcla, de forma difícilmente evitable, con
una intransigencia sectaria generalizada que el régimen no ha escatimado en
alimentar desde el estallido de la revolución, además de haber alimentado los
miedos de todos frente a todos y la falta de confianza de todos en todos.
Pero es el problema religioso el que supera en realidad todas las tendencias
y tensiones relacionadas con la situación actual hacia cuestiones que se asoman
a la situación del islam en el mundo contemporáneo y su relación con los
valores de la libertad y la igualdad, y con la organización de la relación
entre la religión y la política, la Ley, la ética, el conocimiento y la
identidad, de forma que no ahogue a la sociedad y los individuos. Tenemos mucho
trabajo por delante en este sentido, un trabajo que incluye la reestructuración
del cuerpo del islam político en medio de las diversas luchas sociales y
políticas, sabiendo que la cuestión religiosa excede las fronteras de cualquier
país de manera individual para incluir a todo el espectro geo-cultural
islámico.
En tercer lugar, tenemos la cuestión occidental. Los revolucionarios sirios
llamaron al penúltimo viernes “EEUU, ¿tu rencor no está satisfecho ya con
nuestra sangre?” Al margen del melodrama deprimente que contiene este nombre y
de las leyendas políticas que se acercan a la conspiración contra uno mismo,
este nombre refleja que la focalización de nuestro pensamiento en torno a EEUU
y Occidente que tiene el mismo carácter provincial que la petición de una
exclusión aérea y zonas aisladas a EEUU y a las mismas potencias europeas hace
más de un año. Entonces, de forma muy realista, Occidente fue el primero al que
muchos sirios pidieron ayuda para enfrentarse al ataque de su régimen y su
sentimiento de desamparo. Esto incluso antes de pasar progresivamente a pedir
la ayuda celestial.
Mientras no podemos reprochar a Occidente esta vez más que el hecho de no
ayudarnos, y no que nos agreda o que ayude a nuestro enemigo, el lema del
viernes antes mencionado ha sido producto de una herencia más cercana a la
justificación de la postura del régimen y no de los revolucionarios contra él.
No hay duda de que el contexto realista, que es el contexto de un
sentimiento de desamparo y de pérdida de la estabilidad ante la agresión
criminal descontrolada, es lo que explica el cambio actual en las posturas.
Pero la disposición a la volubilidad es antigua entre los árabes. Nosotros
pasamos de ser buscar el apoyo de Occidente y su ayuda en nuestras causas a
condenarlo y considerarlo enemigo. No solo porque Occidente era el más fuerte
de quien podía esperarse la ayuda, sino que también pretendimos comprometerlo
con sus supuestos valores en el ámbito de la libertad y los Derechos Humanos.
Vemos que Occidente pocas veces es fiel a esos principios fuera de su
territorio, pero es la parte política y cultural que posee los valores
generales dominantes mundialmente, que es en la que se apoyan EEUU y las
organizaciones internacionales, mientras que el resto de partes internacionales
no tienen una política de dimensiones morales de ningún tipo.
La revolución siria es adecuada para mostrar esta contradicción o duplicidad
en los parámetros en la mirada a Occidente, igual que lo es para mostrar las
cuestiones política y religiosa.
La indomable situación de la revolución hoy está estrechamente ligada con
estas tres cuestiones. Parece que el derrocamiento del régimen no llevará por
un camino directo hacia una vida política más justa y libre. Incluso si no decimos
nada de que la libertad en sí misma es mucho más difícil que la esclavitud, la
unión entre la cuestión política y la religiosa abre la puerta a miedos
adicionales en un país en el que parece que la autoridad absoluta es una
religión para algunos, y que la religión absoluta es política para los otros, y
que la autoridad como religión despoja a los sirios de sus supuestas libertades
políticas, mientras es probable que la religión como política los despoje de
sus libertades sociales sin garantizar de veras sus libertades políticas.
Occidente, con el que oscilamos entre pedirle ayuda o reprenderle por su rencor
que no se sacia con nuestra sangre, tal vez vea que la postura correcta es no
implicarse en la lucha si ganan en ella los que piden su ayuda, por si se
vuelven contra él con una mezcla de enemistad política y cultural. Será mejor
para él que ambas partes sean derrotadas. Parece que el resultado efectivo de
las políticas occidentales no está lejos de ese objetivo.
Esto no es para justificar las dudas internas y externas hacia la revolución
siria u otras. Al margen de su ser, de la afirmación de la grandeza de la
liberación y de su vitalidad social, la revolución ha iniciado unas dinámicas
sociales, políticas e intelectuales no unilaterales y que son difíciles de gobernar
para todos.
Y mientras ante la revolución siria aún se perfila el objetivo de liberarse
del asesino delirante al que se enfrentan, no es descabellado decir que para
liberarse de él deba liberar las dinámicas sociales, intelectuales y políticas
contrarias, para que se dirijan más a la justicia, la moderación y la
inclusión.
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