Autor: Elías Khoury
Fecha: 10/12/2012
Este texto parece una continuación de este otro.
No habrá más miedo a partir de hoy: el muro del miedo ha
caído en la plaza de Tahrir en la calle Habib Burguiba y en las plazas y calles
de Siria. ¿De qué tenemos miedo y qué tememos?
¿Acaso nos dan miedo las palabras del Guía Supremo (de los
Hermanos Musulmanes) y su segundo a bordo, Al-Shater, sobre la conspiración? ¿Nos
dan miedo los grupos de Al-Nahda que atacan a los trabajadores de Túnez? ¿O
quizá las alucinaciones criminales de Asad? ¿El qué? Tras tanto sacrificio ya
no hay lugar para el miedo.
Los islamistas deben saber que la revolución no permitirá a
nadie que la robe en un segundo, y lo que queda del partido Baaz debe saber que
ha llegado con creces el momento de irse, que la era de la eternidad asadiana
no la salvarán los barriles de explosivos y que el meter miedo a los revolucionarios
con que el régimen puede destruir el país no tendrá efecto.
Lo que sucede en el triángulo de las revoluciones árabes, en
Egipto, Túnez y Siria no es un golpe autoritario, sino una revolución que
estalló en los pueblos antes de que los pueblos la hicieran estallar.
Por ello, ya no tendremos miedo.
Muhammad Mursi y la Oficina de Dirección de los Hermanos en
Egipto han de entender que la revolución no se rinde por miedo o por temor, y
que el jugar con las constituciones que deben ser un punto de consenso nacional
que conformen las fuerzas revolucionarias no les llevará más que a la
destrucción. Egipto no se toma así.
Si los Hermanos y sus semejantes en Al-Nahda quieren
participar en el devenir democrático, bienvenidos, pues es su derecho y su
deber. Pero si lo que piensan es que la democracia es un juego para cazar el
poder y que basta con llegar a un acuerdo con los estadounidenses para ello,
entonces es una estupidez que solo conducirá al precipicio.
El miedo a los islamistas era el espantajo del dictador que el
pueblo ha destruido en su revolución. ¿Por qué y en nombre de qué los Hermanos
Musulmanes y sus homólogos en Al-Nahda adoptan la imagen que dibujó el
dictador, pensando que pueden ocupar su lugar y comportarse como él?
El señor Mursi se va pareciendo más parece,mientras se va
dictatorizando, a un guiñol movido por el Guía Supremo y su segundo a bordo,
Al-Shater: amenaza y promete, se crece insinuando que retrocederá pero no lo
hace. Se muestra como un cordero para acercarse a su presa y después se
convierte en lobo para cazarla.
El juego no engañará a nadie.
Mursi posee una milicia, pues vale. ¿Qué puede hacer la
milicia? La gente ya no teme a nada. Quien derrocó a Mubarak, su séquito, su
policía y sus camellos no temerá a una nueva milicia que amenaza y promete,
pero que no tiene capacidad real. A su alrededor hay un puñado de hombres de
negocios barbudos que quieren heredar la influencia de Ahmad Izz[1] con un
discurso que utiliza la religión para justificar el dominio sobre el mundo.
La revolución se está renovando hoy. ¿Quien dijo que la
revolución había terminado con la simple celebración de elecciones y que la
democracia se había realizado en el momento de la huida de los dictadores de la
ira del pueblo?
La revolución y la democracia son dos procesos complejos y
largos y hoy vemos un nuevo capítulo de la misma que no será el último
naturalmente. Las plazas que la gente ha ocupado anunciando su ira no deben pasar
a ser un recuerdo. Son instrumentos del continuo proceso revolucionario hasta
que lleguemos a la libertad, la democracia y la justicia social.
En las plazas nace la relación entre el pueblo y la política,
y entre la política y la cultura, y los que pensaron en el momento de su
alianza oportunista con los militares, que podían cazar Egipto, descubren hoy que
las plazas de la revolución pueden renacer, que no hay vuelta atrás y que la
voluntad de los revolucionarios la forjan las dificultades y todo a lo que han
de enfrentarse.
En Siria, la testarudez del dictador y su salvajismo han
hecho de la revolución siria una escuela de heroísmo y desafío. Aquí en las
ciudades sirias y sus aldeas el régimen cuasi-mongol ha impuesto formas de
lucha diversas, que comenzaron con manifestaciones pacíficas y adoptaron después
formas militares variadas. No temeremos la realidad de que los líderes
políticos no están al nivel de la revolución, ni nos asustarán los regímenes
del despotismo petrolero que pretenden utilizar la revolución para saldar
cuentas regionales con Irán. La cuestión es mucho más grande, es el inicio de
una nueva etapa que construye el Estado nacional y establece una distinción
entre el Estado y el poder político cuya labor política se reduce a la
administración del Estado y no puede dominarlo o secuestrarlo.
En Siria se intensifica sangrientamente lo que sucede en
Túnez y Egipto, salvando las grandes diferencias en la estructura política de
los tres países. Pero a pesar de las diferencias en los detalles de los
mecanismos, el objetivo es uno: construir un Estado sobre bases democráticas
sólidas y hacer del pueblo de Egipto fuente de todos los poderes y que sea él
quien los supervise.
Si el régimen familiar mafioso en Siria convierte el país en
escombros, los sirios deben reconstruirlo de nuevo. Así, las misiones en Egipto
y Túnez concuerdan con la siria en la reconstrucción del Estado como régimen de
instituciones y poderes independientes, que colaboran entre sí y fundamenten el
Estado de la Ley.
El triángulo de las revoluciones árabes en Egipto, Túnez y
Siria es el triángulo de la esperanza real de la salida de los árabes de la
decadencia que provocó la dictadura.
Y es un triángulo que se enfrenta hoy a grandes puntos de
inflexión, anunciando con toda claridad que la revolución es un esforzado
proceso político, social e intelectual y que a lo que se enfrenta estos días es
a las dificultades de liberarse de las huellas de la dictadura y de construir
un horizonte con el cual llenar el horizonte.
[1] Conocido hombre de negocios muy próximo a Gamal Mubarak,
hijo del depuesto Hosni Mubarak.
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