Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Subhi Hadidi
Fecha: 26/01/2012
Ahora, cuando el levantamiento sirio entra en su undécimo mes, algunos políticos americanos se ven obligados a hablar de él con más claridad y con más ganas de debatir sobre ello, ya sea entre republicanos y demócratas, ya entre el propio presidente estadounidense y alguno de los más destacados candidatos republicanos a las elecciones presidenciales. Así, Barack Obama fue el primero en anunciar en su discurso anual sobre el estado de la Unión que: “El régimen sirio descubrirá pronto que no puede resistirse a las fuerzas del cambio ni privar al pueblo de su dignidad”, y por tanto, “sus días están contados como sucedió con el régimen de Gadafi”.
En segundo lugar, Mitt Romney ha reprochado al presidente su tardanza en hacer tal declaración, porque la ha hecho hoy “después del ingente derramamiento de sangre en ese país” y lo que se exige es “que EEUU muestre du papel de líder en el escenario internacional y trabaje por llevar a estos países en desarrollo a la modernidad”.
Por su parte, la opinión del senador John Kerry, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales en el Senado de EEUU es que Siria “está al borde de la guerra civil” y por ello, “el incremento de la violencia” fue el tema estrella en sus conversaciones con los políticos de Oriente Medio durante una gira que duró 11 días. A pesar de que Kerry fue uno de los más activos mediadores con Bashar Al-Asad (no sobre las reformas, la democracia y los derechos humanos claro está, sino sobre la rehabilitación de los canales de comunicación entre Siria e Israel exclusivamente), sus consejos a la Administración estadounidense han versado sobre la apertura del diálogo con “un gran número de aliados” y la coordinación con la Liga Árabe y los estados del Consejo de Cooperación del Golfo para “tratar lo que debe hacerse, paso a paso”. Su compañero de partido y en el Senado, Robert B. Case hijo, presidente de la Comisión de Oriente Próximo, ha ido más lejos considerando que “la Liga Árabe no hace todo lo que puede y que EEUU debe hacer más esfuerzos”.
Está también la opinión (a la que el autor de estas líneas se suma) de que a la Casa Blanca le sigue faltando determinación para diseñar una política detallada y palpable, además de aplicable por etapas, para derrocar al régimen sirio, a pesar de la cada vez mayor certeza (de la que hoy nadie parece dudar) de que el derrocamiento del régimen es una reivindicación de la que nadie se abstiene. La diferencia entre “el derrocamiento” y “la caída” es la esencia de una problemática (si así puede llamarse) que ha hecho que Washington se retrase mucho en pronunciar la expresión-látigo (es decir, la necesidad de que Al-Asad dimita). Así, unas veces, el expediente sirio se cocina a fuego lento y otras, en cambio, arde de forma salvaje. Como bien es sabido, hay una serie de importantes razones puramente internas y también en los niveles regional e internacional, de tipo geopolítico, militar, social, económico y religioso, que complican el expediente sirio y obligan a mantener cierta precaución ante los riesgos que conlleva, lo que frena la elaboración de planes rápidos y poco estudiados.
Que la Casa Blanca adopte el concepto de “derrocamiento” significa una participación en los esfuerzos para desestabilizar al régimen, ya sea de forma secreta o públicamente, bien en el terreno de la mera diplomacia o acompañándola de varias medidas de inteligencia, militares y logísticas, entre las que se encuentra el establecimiento de zonas seguras y corredores humanitarios, e incluso, líneas de suministro en caso de decidirse una intervención militar del tipo que sea. Y es en esto en lo que la Administración no es clara aún y, de hecho, puede decirse que se es algo de lo que se abstiene en la práctica (para fortuna del pueblo sirio y su levantamiento que han querido que sea nacional, pacífico y no apoyado en fuerzas extranjeras cuya amargura al confabularse con el régimen ya han tenido ocasión de probar los sirios). Ni que decir tiene, también, que Siria no es Iraq ni Libia porque no es un pastel de intereses que hace babear por una intervención extranjera y su régimen, por otro lado, es el preferido del aliado predilecto de EEUU, Israel. A ello se un el hecho de que es el mejor de los antiimperialistas sin excepción: un régimen de resistencia que no resiste.
Por el contrario, a la Casa Blanca no le da vergüenza, de hecho es su deber, un deber ineludible, apoyar las aspiraciones del pueblo sirio de libertad, dignidad, democracia e igualdad. Por tanto, apoyarse en el concepto de “caída” del régimen supone devolver la misión a los sirios en primera instancia, dueños del derecho y el objetivo, sin una intervención extranjera de ningún tipo (¡para ventura de Siria aquí también!). En este nivel, la variación entre las declaraciones encendidas y las más templadas, así como el incremento de las presiones verbales o su reducción, amenazando unas veces con poner expediente en primera plana y empujándolo otras de nuevo a la sombra, son meras variaciones del ejercicio clásico de la diplomacia a lo largo de las eras: el arte de la ocultación y la amenaza. ¿Es lógico que un responsable estadounidense (o ruso o iraní o europeo)anuncie que está en contra del derecho, del bien y de la justicia? ¿Acaso el propio régimen sirio, que es quien mata, tortura, cerca, destruye y quema, ha anunciado en algún momento que está en contra de tales valores?
Estamos, por tanto, ante un cículo vicioso: a EEUU no se le reprocha cuando considera la caída la mejor opción y la más segura para proteger sus intereses nacionales y salvaguardar la estabilidad de su política exterior al menos en este momento, y, en contra partida, no es de extrañar que la hipocresía domine en el juego que dirige la Casa Blanca cuando se dirige a los sirios y al régimen en el mismo nivel.
Tal vez sea útil volver a la postura más tosca de EEUU, con contenido palpable más allá de los mínimos razonables, frente al régimen sirio: la coalición en el Congreso de EEUU en el verano de 2005 que votó por mayoría absoluta la decisión de condenar con firmeza “al régimen gobernante en Damasco” por las “escandalosas violaciones d los derechos humanos y las libertades civiles de los pueblos sirio y libanés”.
Si la sala fue testigo en su día de la concurrencia de los votos habituales en contra del régimen sirio porque odian a todos los árabes (naturalmente, con Ileana Ros-Lehtinen de Florida y Tom Lantos de California a la cabeza), el mismo púlpito ha presenciado los votos que exigían a la Asamblea General de la ONU adoptar una resolución que “determine las violaciones del régimen sirio de los derechos humanos y exprese el apoyo al pueblo sirio en su lucha por la libertad, el respeto de los derechos humanos, las libertades civiles, el gobierno democrático y el establecimiento de la soberanía de la ley”.
Ese era, por lo menos, un “nuevo lenguaje” en el que no faltaban las connotaciones importantes de la etapa incluso si uno pertenece al sector de los que no se hacen ilusiones con la “integridad” de EEUU en la defensa de los derechos humanos, se violen donde se cometan en Oriente Medio (incluido Iraq en ese momento), y sea cual sea el régimen que los viole. Pero este lenguaje no fue escuchado, y así es como debía ser, porque la postura de facto de la Administración frente al régimen sirio se centraba en otras cuentas a saldar. Dichas cuentas partían del contenido efectivo de la lectura israelí de la situación del régimen y concretamente, de la relajación renovada en lo que respecta a los Altos del Golán ocupado a los que rodean la inmovilidad y el silencio y con cuya calma no da al traste el disparo de una escopeta de caza.
La aproximación de Obama no desvirtúa la esencia de la aproximación formulada por la anterior Secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice, y no hay exageración en una suposición que ve que muchos de sus componentes siguen aún presentes a día de hoy. A ello se une que el restablecimiento de los canales sirio-israelíes ha atraído más a Obama en detrimento del canal israelí-palestino para evitar caer en el absurdo de lo que se llama “las cuestiones de la solución final”, como Jerusalén, el derecho de retorno, el desmantelamiento de los asentamientos de Cisjordania, etc., soluciones todas ellas congeladas o suspendidas. Ese es el consejo que le dieron a la Casa Blanca algunos miembros del grupo de Oriente Medio que trabajó en la Secretaría de Estado estadounidense durante la presidencia de Bill Clinton, entre los que destacan Denis Ross, Robert Malley y Aaron Miller.
El último publicó un artículo titulado simplemente “Empieza por Siria” en el que llamaba a Obama a dejar de lado la paz árabe-israelí o palestino-israelí y comenzar por donde nadie le aconsejaba comenzar. Desde el primer párrafo Miller dice que Obama “se verá bombardeado con consejos sobre cómo aproximarse a la construcción de la paz árabe-israelí, pero solo hay un consejo que debe tener en cuenta, que no es otro que hacer de la paz israelí-palestina una prioridad. La solución no parece cercana, pero existe una oportunidad de acuerdo sirio-israelí que Obama ha de aprovechar”.
En lo que Miller quería apoyarse era, en realidad, en las negociaciones que comenzaron en 1973 cuando Hafez al-Asad dio el visto bueno a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU número 338, le obligó a reconocer que el Estado hebreo es una parte indivisible, de hecho y derecho, de la zona y el sistema de Oriente Medio, tanto político como geográfico. Dichas negociaciones, de forma secreta o no tan sereta, continuaron durante la etapa del Al-Asad padre así como durante la de su heredero y, en el lado israelí, durante los mandatos de Isaac Shamir, Isaac Rabin, Simon Peres, Benyamin Netanyahu, Ehud Barak, Ariel Sharon y Ehud Olmert. El resultado, ya sea el actual o ya el de aquellas negociaciones que comenzaron en mayo de 1974 bajo una tienda de campaña en Sa’sa’ (provincia de Damasco) y que dieron lugar a la aplicación por parte del régimen de una separación de fuerzas que desactivó los cañones pesados e incluso el armamento ligero, fue que la relación de fuerza militar y de seguridad entre el régimen sirio e Israel no se acercara ni de lejos a un “estado de guerra” o “de enemistad”.
Y si embargo, igual que Obama aceptó la caída del régimen de Mubarak y el de Zain El Abidin Ben Ali, y tras ellos, los de Muammar Gadafi y Ali Abdallah Saleh, no tiene otra opción más que hacer lo propio con el régimen de Bashar al-Asad, primero él y su familia y después el régimen y el sistema. No es oportuno naturalmente que el sirio suplique a Washington o a cualquier otra capital para que derroque al régimen en lugar de los sirios, y no es de extrañar, por el contrario, que muchas voces de políticos estadounidenses se eleven para comentar el levantamiento, no porque entre en su undécimo mes y porque el régimen se haya vuelto más sanguinario y salvaje, sino porque la pugna por las elecciones presidenciales está a las puertas.
“Los días del régimen sirio están contados” verdaderamente, como dijo Obama, pero no debido a ningún círculo vicioso en el que se guarece la Casa Blanca o en el que se inspiran los políticos orientalistas que quieren de EEUU que nos conduzca a la modernidad o que le asignan un papel de líder mundial indiscutible e inalterable.
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