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miércoles, 30 de noviembre de 2011

La revolución es un proceso por definición


Texto original: Al-Quds al-Arabi 
Autor: Elias Khoury

Fecha: 29/11/2011

Este texto es una reflexión del autor sobre las revoluciones árabes en general en la que nuevamente considera que Egipto y Siria son el corazón del mundo árabe y cuya liberación es conditio sine qua non para que la primavera árabe triunfe.



Un amplio sector de los intelectuales y los que les imitan se ha visto sorprendido por lo que se conoce como la “primavera árabe”, pues el proceso histórico que comenzó en Túnez, se ha adentrado en caminos serpenteantes y se reinventa continuamente.

El régimen dictatorial egipcio aún no ha caído y el despertar de los jóvenes de la plaza de Tahrir en su segunda revolución es un claro indicio de que el camino de la revolución no terminó el 11 de febrero. Más bien, la fecha de la caída de Mubarak y su familia gobernante fue un punto de inflexión en una revolución que continuará durante un largo período de tiempo hasta que construya su nueva sociedad democrática.

El régimen hereditario sirio no ha caído aún tras nueve meses del heroico levantamiento y del derramamiento de sangre que cubre ciudades y aldeas. El camino de la revolución siria no se parece al que han seguido las revoluciones árabes más que en su noble objetivo, ya que es un camino en el que se entrometen distintos aparatos de represión y alianzas regionales e internacionales que solo buscan alargar la vida de un régimen que ya no es posible salvar.

La escena democrática tunecina indica una cierta estabilidad, pero aún es pronto para contestar a los difíciles interrogantes que ha dejado abiertos la revolución, como la relación entre el ejército y el poder civil y el significado del predominio de Al-Nahda en una sociedad civil con un legado laico.

En cuanto a la Libia post dictadura, todo es muy confuso y se plantean interrogantes sobre la relación entre el Estado central y las diferentes regiones o el significado del discurso islámico del que ha hecho gala el consejo Nacional de Transición, por no hablar del la gran duda que plantea el papel de la OTAN y sus agentes en los regímenes del Golfo, que no pueden enseñar a los libios el camino hacia una democracia inexistente en los emiratos y reinos del petróleo. 

No debemos olvidar la poca claridad con la que se ha procedido al acuerdo yemení bajo patrocinio del rey saudí y el aplastamiento de la movilización bahreiní por medio de la Fuerza del Escudo de la Península. Tampoco debemos olvidar lo abstruso de la situación libanesa, que parece al borde de un enfrentamiento sectario en el marco del enfrentamiento regional saudí-iraní ahora que el régimen sirio ha dejado de ser un jugador para convertirse en el campo de juego.

Entre todos los interrogantes planteados, destaca la pregunta de por qué el liderazgo en el caso sirio ha sido delegado a la Liga Árabe, un liderazgo que se le ha otorgado después de que el Consejo de Cooperación del Golfo jugara su papel en Yemen y después de que el Consejo de Seguridad fuera incapaz de evitar el veto ruso.

La cuestión del liderazgo del Golfo es sin duda la más destacada y la que más intriga al observador porque parece un intento de situar a la primavera árabe en la lucha regional contra la influencia iraní, tomando una forma que parece insinuar que Occidente, con EEUU a la cabeza, está detrás de dicha primavera, hasta el punto de que algunos han llegado a decir que se trata de una conspiración americana.

Estas cuestiones son resultado de una situación compleja que tiene dos características fundamentales:
La primera es la erupción espontánea de las revoluciones árabes. Estas revoluciones comenzaron sin ningún plan preestablecido y, en ellas, el pueblo rompió el miedo y fue descubriendo su fuerza de manera gradual. Cuando decimos eso, queremos decir que las revoluciones nacieron sin liderazgo ni vanguardias revolucionarias organizadas. La opinión mayoritaria es que tal cualidad de espontaneidad refleja la crisis de la intelligentsia árabe, que no ha podido materializar su proyecto alternativo tras la derrota de junio de 1967 y ha entrado en múltiples discusiones sin llegar a proponer ningún proyecto político nuevo. De hecho, algunos sectores de este grupo se pusieron de parte del dictador con el pretexto de estar luchando contra los islamistas en el ambiente de represión salvaje al que las oposiciones árabes se han visto expuestas.

Esta ausencia de una vanguardia y un proyecto claros son dos características relacionadas con la erupción espontánea de las revueltas, pero tal espontaneidad, que ha sorprendido a todos, ha comenzado, especialmente con el inicio de la segunda revolución de Tahrir, a adoptar características más maduras y a hacer demandas más claras. Las revueltas han entrado en el campo de la batalla política para limpiarlo del lenguaje vacío y seco que ha dominado el discurso de la Cúpula Militar y sus dos grandes aliados: los Hermanos Musulmanes y el Wafd.

La segunda característica de las revoluciones árabes es la incapacidad de EEUU y sus aliados occidentales de enfrentarse a la oleada popular, algo que quedó claro con las posturas que adoptó ante las revoluciones tunecina y egipcia. Tras perder toda esperanza en la posibilidad de salvar a Hosni Mubarak, los estadounidenses decidieron apoyarse en su alianza con el ejército como solución que parecía dar la victoria a la revolución, pero que, en esencia, suponía que el ejército recuperase el poder por medio de una contra-revolución. 

Partiendo de esas dos características es como debemos interpretar el papel jugado por Catar y Arabia Saudí, sin olvidar, claro está, la ardiente lucha regional, con claros tintes sectarios, en la que Arabia Saudí está enfrascada con Irán en un momento en que EEUU está a punto de retirarse de Iraq.

Este análisis no significa que las revoluciones, especialmente en Egipto y Siria, deban retroceder o detenerse con el pretexto de que la regresión árabe y el colonialismo las utilizan, ya que esta utilización solo es posible en un único caso: el triunfo de la contra-revolución. Pero si las revoluciones árabes en los centros egipcio y sirio logran derrotar a la contra-revolución y comenzar a construir una sociedad civil democrática, ello conformará el inicio de una nueva etapa que supere esta polarización impuesta por la falta de un centro árabe que sirva de contrapeso al centro del Golfo.

Las revueltas árabes nacieron de una necesidad imperiosa de cambio y son revoluciones que construyen sus liderazgos políticos e intelectuales a lo largo del propio proceso revolucionario. Esto es algo insólito en la zona y quizá en el mundo. No hay un modelo que pueda imitarse, sino que han de adentrarse en el fango de la historia porque, quizá, la primera lección que hemos aprendido es que la revolución no algo momentáneo, sino un largo proceso. Es esto último lo que la diferencia de un golpe militar, golpes a los que la memoria política árabe está acostumbrada.

El camino exige fundar una nueva cultura política que se aleje de los aires de grandeza de las vanguardias y se fundamente en la modestia, la solidez y la identificación con las plazas y calles de la revolución. La sangre de Ghiath Matar[1], Mina Daniel[2] y sus compañeros son las señas y la brújula a seguir.

Esta fundación no significa dejar para más adelante las difíciles cuestiones antes mencionadas ni ignorarlas, sino que debemos buscar las respuestas en el campo de batalla con un único objetivo: hacer desaparecer la pesadilla de los regímenes dictatoriales como condición necesaria para la construcción de un nuevo horizonte árabe. 

[1] Joven de Dariya, en las afueras de damasco, que fue un firme defensor de la resistencia pacífica al régimen y fue asesinado.
[2ِ] Activista egipcio asesinado por las fuerzas de seguridad egipcias.

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