Autor: Elias Khoury
Fecha: 22/11/2011
Tras desplomarse por completo del discurso sobre los emiratos salafistas y las bandas armadas, el régimen sirio ha recurrido al discurso de la conspiración colonialista, especialmente tras la decisión tomada por la Liga Árabe. Se trata de un discurso que cuenta con el afecto de algunas fuerzas políticas porque tapa su discurso clasista con la cuestión fundamental del enfrentamiento con las avariciosas fuerzas coloniales, que buscan sacar provecho de las revueltas árabes. Además, encuentra cierta difusión entre los círculos de los intelectuales de corriente nacionalista o izquierdista porque les libra de la necesidad de enfrentarse a su vaguería intelectual ante los grandes cambios, que no aparecen en sus antiguos diccionarios.
Para dar forma al discurso de la conspiración es necesario perder la memoria, y ello implica borrar de ella las realidades que dieron origen a la revolución popular siria.
La primera realidad es que los primeros intentos de movilización en Damasco los llevaron a cabo pequeños grupos de izquierda laicista, intentos que se vieron enfrentados a una fuerte violencia que les impidió convertirse en un fenómeno que trascendiera los círculos intelectuales.
La segunda realidad es la desgracia de los niños de Daraa que escribieron en las paredes el lema de “El pueblo quiere derrocar al régimen” influidos por el ambiente general a raíz de las revueltas de Túnez y Egipto. Este pequeño acto que los niños llevaron a cabo se convirtió en la expresión a gritos de una realidad de doble connotación: por un lado, expresaba la valentía de los niños que hablaban cuando los mayores se mantenían callados por miedo o por precaución, y por otro, descubrió la naturaleza salvaje de un régimen basado en los servicios de seguridad que ha gobernado Siria durante cuatro décadas. En vez de pedir disculpas por haber torturado a los niños y castigar a los que habían realizado tan reprobable acto, el régimen los mantuvo detenidos y humilló a sus familias, familias que pidieran la intercesión en su favor. Ello hizo que prendiera la chispa de la revolución en Horan, cuyo fuego se extendió por toda Siria hasta que el niño Hamza al-Jatib, cuyo cuerpo fue destrozado, se convirtió en un símbolo y un icono.
La tercera verdad es que se ha restado toda importancia a las peticiones del pueblo y que la cabeza visible del régimen ha cambiado el calificativo “ratas” usado por Gaddafi, por la palabra “gérmenes” para calificar a los manifestantes, demostrando así su obstinación, fanfarronería y prepotencia. Son adjetivos que ha hecho de la represión que no perdona el único medio para enfrentarse al movimiento popular, convirtiendo las manifestaciones en campos de muerte y crimen.
Estas verdades preliminares han de ser la base de todo discurso sobre la situación actual en Siria. Antes de que el régimen hable de una conspiración americano-saudí-catarí para derrocarle y antes de que sus opositores hablen del hecho de que Israel se aferra a su mantenimiento, el análisis ha de partir de estas tres verdades para buscar un modo de comprender la revolución siria. Esta revolución, totalmente espontánea, la ha iniciado un pueblo que no podía ya soportar más al régimen para proteger su dignidad humana, pisoteada por las botas militares, sin esperar a una oposición que la represión ha aplastado y marginado.
Es difícil convencernos de la hipótesis de la conspiración espontánea, porque este tipo de discurso insignificante pertenece al pasado y ya no sirve. ¿Cómo se convence a los sirios, que han visto cómo el aparato de represión los pulveriza y cómo el aparato de la mentira tiene por objetivo destrozar la imagen de la heroicidad y nobleza de su lucha?
Este levantamiento popular espontáneo no sorprendió solo al régimen dictatorial, sino también a la oposición democrática y al mundo entero. La indecisión internacional de la que presenciamos una parte durante los primeros días de las revoluciones en Túnez y Egipto, se ha repetido en Siria durante ocho meses. Esto no significa que no exista la posibilidad de una conspiración contra la zona, pues la conspiración la vimos cuando el régimen egipcio comenzó a flaquear y se instauró una dictadura enmascarada para abortar la revolución. La conspiración en el caso libio no habría sido posible de no ser por la testarudez del estúpido dictador que provocó la intervención extranjera y a quien la fascinación por sí mismo le llevó a tomar la decisión de destruir el país como precio por su caída de su trono imaginado.
Solo la revolución por sí misma puede proteger a Siria de la desintegración que amenaza al país debido a la estúpida política seguida por el régimen que se basa en el apoyo exterior y no se guarda de destruirlo todo.
Con esto, la revolución siria, en su noveno mes, se enfrenta a cuatro peligros:
El primero es el verse arrastrada hacia prácticas sectarias, que es la mayor trampa capaz de destruir todos los valores que miles de personas han muerto defendiendo. Decimos “no” a la venganza sectaria sean cuales sean los motivos y es responsabilidad del Consejo Nacional Sirio y todas las fuerzas de la oposición condenar este comportamiento. Si no, la revolución caerá en el racismo y comenzará a cavar su tumba con sus propias manos.
El segundo es el uso de las armas: hay deserciones en el ejército y varias formaciones militares que dicen pertenecer al Ejército Sirio Libre. El ejército ha de someterse a una estrategia que diseñe el liderazgo político para que no se convierta en un instrumento usado por el exterior. Los militares, por su parte, deben comprender que la revolución siria es una revolución popular pacífica y no un golpe.
El tercero es la promoción de la intervención exterior, una intervención que supone la muerte de la revolución porque incita a la soberanía de la ilusión de que los países occidentales colonialistas vendrán a salvar al pueblo del asalto de un régimen experto en arrodillarse y conceder servicios al exterior a cambio de su apoyo a su detentación del poder. La intervención militar extranjera no vendrá, si es que viene, más que en el instante en que el régimen se tambalee justo antes de caer. De esta forma, carecerá de todo sentido y expondrá a Siria a la trampa de la conspiración.
El cuarto y último es el no dar suficientemente importancia al trabajo político: el régimen amenaza y trata de engañar, pero ello no significa que no deba continuar la presión política en su contra. Sin embargo, la presión árabe e internacional, que son muy importantes, no solucionarán el problema, eso solo lo hará el pueblo sirio que, cuando entra en su difícil lucha por la democracia, no lo hace dentro de la lógica de los ejes árabes ni para tapar la dictadura petrolera, sino por la libertad de Siria y los árabes.
La responsabilidad de salvar a Siria de la conspiración a la que la conducen la locura del régimen y su proyecto suicida es de la oposición y de los luchadores de los comités locales. El camino es largo y costoso, pero es el camino de la libertad que ha dibujado la dignidad de la gente mientras se enfrentaba a la humillación y la represión.
…
Plaza de Tahrir:
La plaza ha vuelto a sus dueños y los revolucionarios de Egipto han vuelto a su plaza. La dictadura enmascarada unas veces y descubierta otras no puede mantenerse. La Cúpula Militar ha dado un golpe contra la revolución antes de que lograra alguno de sus objetivos y ha vuelto a los métodos de represión.
Los jóvenes han vuelto a la plaza para escribir otra página en su revolución. La revolución no puede detenerse a mitad de camino. La mitad del camino abre la puerta de para en par a una contra-revolución y permite ganar a la conspiración que pretende vaciar a la revolución de su contenido.
Eso es lo que ven los jóvenes de Egipto cuando se enfrentan a las mismas balas en la misma plaza de Tahrir. Llevan a su patria en sus roncas gargantas de gritar “Libertad” y en sus puños levantados hacia el cielo.
A ellos saludo con todo mi amor y solidaridad.
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