Fecha: 17/07/2011
Autor: Yassin El Haj Saleh
A principios de este siglo, los sirios cometieron un gran error; y a lo largo de los últimos 11 años el régimen ha cometido otro. Siria hoy paga por los dos errores.
Los sirios cometieron el error de permitir el paso de “la herencia del poder” de padre a hijo sin apenas una protesta u objeción. Lo cierto es que no hay constancia de que los sirios tuvieran nada que decir con respecto a la mayor transformación que acontecía en su país desde la llegada del partido Baaz al poder; es decir, la transformación de una república en una monarquía hereditaria. Incluso en los ámbitos de la “oposición”, si bien reinaba una “pesimista desconfianza” en que la era del hijo marcase una diferencia relevante, tampoco se consideró tal transformación como problema ni se generó un debate serio al respecto.
Parecía tratarse de un “acontecer trágico”, más que de “una transformación política”. Todas las críticas, a lo largo de los últimos años, caían en una especie de “burla”, sin ninguna tendencia a criticar los cimientos y “leyes esenciales” orientadas a re-producir las circunstancias que conducían a una nueva sucesión dinástica del poder dentro de la familia Al-Asad.
La lógica que promovía el régimen de Bashar al-Asad, era la de mantener el poder “heredado” del padre, ampliarlo si era posible, y finalmente pasarlo a su hijo. Se trata de un hecho al mismo tiempo psicológico y político-estructural. Bashar “heredó” de su padre un poder basado en aparatos y privilegios (políticos, económicos y de seguridad), que no podían ser modificados sin destruir el privilegio mismo del que se beneficiaba el propio Bashar, y sin verse en peligro de “perder” el gran poder. Sin embargo, habría obtenido legitimidad si se hubiese atrevido a “tocar” la “herencia” de manera seria.
Bashar no solo no pudo “ampliar” el poder que heredó sino que empezó a perderlo cuando en el año 2005 el ejército fue obligado a salir del Líbano. Eso exigía una especie de compensación o indemnización, que se encarnó en la gran transformación económica oficial hecha pública en el verano del mismo año. Se consiguió más control de la economía a través de un proceso de “liberación económica” deformada, autodenominada “economía social del mercado”. Fue el lema que satisfizo el instinto profundo del régimen que había perdido el paraíso libanés. Poco después Rim Allaf pudo hablar de “beirutear Damasco”, el proceso que transformaba el centro de Damasco en algo parecido a los barrios comerciales de Beirut: restaurantes elegantes y caros, sucursales de grandes bancos y coches muy modernos. Esta expresión demuestra la relación entre la liberalización económica y la pérdida de Beirut, la joya del reino asadí.
Rami Makhluf, el primo de Bashar, fue el símbolo de la transformación, el hombre que controla directa o indirectamente el 60% de la economía siria (sobre todo los nuevos sectores y los sectores más rentables). Y a pesar de que la declaración que hizo el día 17 de junio, cuando anunció su propósito de reconvertirse al “trabajo solidario”, fue un “chiste”, no olvidemos el mensaje oculto tras su renuncia: fue una señal de que el régimen quiere “reformar”. Pero también fue un indicio de la envergadura de la vinculación entre dinero y familia en la estructura del régimen. Fueron necesarias decenas de manifestaciones en contra de Makhluf personalmente, y probablemente consejos locales, nacionales e internacionales, para que el régimen reconociera que Rami no es “un simple ciudadano cualquiera”, como afirmaban siempre fuentes cercanas a él. Pero también sirvió para que los medios de comunicación emitieran horas y horas sobre la “heroica solidaridad” de este “ciudadano cualquiera”.
La articulación orgánica del poder económico y político, junto a la agresividad de una ideología de modernización* vacía de cualquier dimensión emancipatoria o humana, bajo la bandera de una “laicidad deformada”, fueron los factores determinantes en el estallido de las manifestaciones populares.
Durante 11 años de la era de Bashar no se logró ningún progreso, en ningún sector: Los Altos del Golán siguieron ocupados por Israel; la educación general se degradaba mientras se estableció una educación elitista para ricos; se extendía la pobreza y disminuía el papel social del Estado; los niveles de población seguían subiendo rápidamente; no subía la media del salario bruto en comparación con los precios verdaderos; los ricos se hacían más ricos y los pobres más pobres; bajó el nivel de integración en la sociedad siria; y siguió la libertad de expresión en la posición más baja entre los países árabes y a nivel mundial. En conclusión: no se resolvió ningún problema nacional.
Pero he aquí precisamente el error del régimen: no hizo ninguna concesión política a cambio de “heredar” el poder. Obtuvo un enorme poder sin dar nada a cambio, sin introducir ningún cambio político que pudiera legitimar la situación, pues parecía que no se podía tocar ni lo más mínimo sin modificar la mayoría de los privilegios heredados. Hubiera sido, sin embargo, la única solución para ganar una “legitimidad propia”.
Lo que pasó fue que el régimen se mostró muy intolerante respecto a toda actividad independiente de los sirios, e inmediatamente asestó un golpe mortal a la “primavera de Damasco”, la iniciativa intelectual y política que nació junto a él. Este movimiento consideró el régimen como un factor incuestionable e intentó las reformas bajo su autoridad. Al aniquilar la “primavera de Damasco”, el régimen aniquiló también su “propia legitimidad”, porque si hubiera reconocido y convivido con este “movimiento” habría inaugurado una nueva “realidad política” legítima por si misma, y no por la “legitimidad heredada”. El precio a pagar no era muy grande: reconocer el derecho de los sirios a organizarse, el derecho a la libre expresión, y una reconciliación nacional respecto a los sucesos de los 80. Tal comportamiento habría roto con la familia, el pasado, y la violencia (la “naturaleza”), a favor de la “ciudadanía”, el Estado, el presente, y la política (la “civilización”).
Sin una legitimidad propia construida en el presente, el régimen tuvo que mantener una legitimidad heredada del pasado. De ese pasado, el régimen no solo heredó una legitimidad dudosa, sino también “los problemas” irresueltos e inacabados que seguían siempre ahí como si volvieran a nacer todos los días.
En conclusión, el régimen del hijo fue una continuación de las décadas 80 y 90 (la década loca y la década perdida) y en vez de tener ahora 11 años relativamente constitucionales, el régimen tiene 41 años de poder absoluto, que muy pronto va a terminar.
Es la venganza de la primavera de Damasco.
En cuanto a los sirios, están hoy pagando con su sangre el precio por salir de la monarquía hereditaria hacia una nueva forma de gobierno en la que puedan decidir libremente sobre su futuro.
* “Modernización” muy banal, por oposición a “viejo” o a “anticuado”, cuyo ídolo es la tecnología (televisión de plasma, móviles de última generación, etc.) así como los nuevos inventos de “Occidente” y el capitalismo, todo ello utilizado para enmascarar la realidad tras una fachada repintada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario