Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 07/01/2013
San Juan comenzó su Evangelio con una expresión que resume
todo lo que se diga: “Al principio era el verbo”, que para él es el logos
griego; es decir, una mezcla entre la expresión y la acción. Es una palabra
como acción y no como nombre. Así, el evangelista, mientras contaba la historia
de Jesús el nazareno, al que los árabes llaman Jesús hijo de María, unía la
palabra con el hecho, pues la palabra se convirtió en un ser humano, y el ser
humano en el señor de la historia.
Esta es la relación entre la palabra y la acción, el inicio
y la transformación, y es la cara más importante de la relación entre la
literatura y su autor. Es la aspiración de las palabras que sobrepasa la hoja
blanca para saltar desde entre las líneas y salir por entre las tapas del
libro, para transformarse en una acción cambiante y en una historia que
contribuye a la creación de la historia.
Escribo estas palabras el día de Navidad, no para recuperar
la historia del hijo de la nazarena, su alienación en este mundo y cómo subió a
la cruz de los dolores, como una palabra de la que se han derramado la sangre y
el agua, por no decir que para contar la tortura de las palabras en este tiempo
árabe cubierto de sangre y dudas, y su búsqueda del principio que se convierte
en palabra.
Si las palabras hubieran sido acciones en la historia, nos
habríamos limitado a la sangre de forma simbólica, y al dolor que se nos
presenta en la memoria del dolor, pero las palabras son solo palabras, mientras
la lengua jadea tras el dolor y las palabras se convierten en heridas que
derraman sangre, igual que se derrama la sangre de los sirios y las sirias
sobre la tierra de la historia.
La palabra es una herida, así se plasmó su significado en la
lengua de los árabes. La herida comenzó de camino a Damasco según el Evangelio.
Saulo, que se convertiría en el profeta Pablo, no vio la luz en el camino a
Damasco, sino que vio una herida, y sus ojos se apagaron antes de recuperar la
visión con la palabra. Por ello, los sirios llamaron a Dariya [1] así, pues es
la “casa/lugar de la visión”, como dicen los lingüistas. En la casa de la
visión, que se llamó Dariya, los sirios y las sirias vieron el terror de la
sangre y se perpetró la mayor y más atroz masacre. Las palabras no consolarán a
la gente de la ciudad, del mismo modo que no les acompañarán las flores y las
botellas de agua que repartió Ghiath Mátar a
los soldados al inicio de la revolución, ni tampoco el cadáver de su
hijo que les fue devuelto deformado por la tortura y garabateado como una
palabra cubierta de heridas.
Si las palabras pudieran, se habrían mezclado con la lluvia
para hacerse transparentes como el agua y habrían cubierto nuestros espíritus
de colores sin nombre, y habrían pintado nuestra región de nuevo.
Si pudieran, Siria, las palabras, hoy serías una rosa en la
que se abren los pétalos y una canción al amor que se mezcla con la valentía y
la belleza, que se derrama como los siete mares, y dibujada como el blanco que
cubre Hermón [2] con el candor del invierno.
Si las palabras pudieran, veríamos una nueva tierra y un
nuevo cielo y diríamos al dictador que se marche, y se marcharía tal y como le
dijéramos.
Las palabras han colonizado nuestros cuerpos y sangramos por
ellas. La gente se ha convertido en palabras escritas con la tristeza, la
resistencia, el amor y la muerte.
Aprendemos de ti, Siria, que nuestros cuerpos son palabras y
que lo que tú creas, oh país, con tus hijos es el inicio de la escritura que se
ha convertido en las ramas del árbol de los mártires que nos da sombra con la
luz.
Una luz sobre otra. El ser humano resplandece como una rama
en un olivo palestino, cuya edad es eterna, y cuyo espíritu se ilumina con el
aceite del martirio. Vemos nuestras palabras habiéndose convertido en cuerpos y
vemos la tierra como un libro, en que escribimos con polvo, agua y sangre e
iluminamos en la oscuridad: “Al principio era el Verbo”.
Este inicio que hemos esperado largamente viene lento y
contaminado con el barro de la historia, pero viene, Siria, así que espéranos
con el agua de la vida. No te entristezcas, porque la palabra se ha convertido
en cuerpo y aquí están los cuerpos de la gente escribiéndote y escribiéndose en
ti.
Te veo al alba como una aurora y en la luz una luz, así que
sal sobre nuestros cuerpos que se han convertido en letras que escriben sus
nombres sobre el tuyo.
[1] Dar ru’ya es en árabe “la casa de la visión, el
lugar de la visión”.
[2] En árabe se conoce también como Jabal al-Sheij, el
monte del anciano, porque la nieve lo cubre formando una larga “barba” blanca.
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