Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elias Khoury
Fecha: 07/02/2012
El veto ruso ha llegado en el momento justo al Consejo de Seguridad; es decir, coincidiendo con el trigésimo-décimo aniversario de la terrible masacre de Hama para servir de escolta a la masacre del barrio de Al-Khalidiyya de Homs. Es el veto de la masacre, así lo recordaremos con dolor dentro de poco, es decir, cuando el régimen de la mafia militar, familiar y económica en Siria se desplome.
El veto ruso contra el pueblo sirio no se diferencia del veto estadounidense contra el pueblo palestino, pues ambos son la pura expresión de los intereses coloniales y del apoyo a los asesinos. Ambos nos muestran la debilidad a la que los regímenes golpistas han llevado a los árabes, habiéndose convertido la tierra de los árabes en un terreno de juego para las grandes potencias.
Pero ni el veto estadounidense detendrá la lucha nacional palestina ni el veto ruso podrá cambiar el resultado al que da lugar la lucha del pueblo sirio en su gran intifada. El régimen ha caído, incluso cuando dirigía sus cañones hacia Homs, Idleb y Zabadani. Sí, el régimen ha caído y no hay más que hablar. El juego de la mafia siria no podrá volver a salvar al régimen que se está desplomando, por eso su objetivo es ahora derrocar a toda Siria y destruirla.
¿Es esto lo que quiere la Rusia de Putin cuando lanza un chaleco salvavidas al régimen que bien sabemos que no podrá salvar a Bashar al-Asad del diluvio sirio? Todos saben que la oposición siria ya ha extendido más de una mano a Rusia porque no es beneficioso para Siria sacar a Rusia de la zona ni interesa a la revolución siria que EEUU se erija en solitario junto a sus agentes en los estados petroleros en la región. Sin embargo, la diplomacia rusa se ha comportado con la mentalidad de los países coloniales del siglo pasado: en vez de escuchar bien la postura de la oposición siria, ha esperado un pacto con EEUU. Es decir los diplomáticos del señor Putin siguen pensando que pueden hacer tratos pasando por alto la voluntad de los pueblos para demostrar que sigue siendo una gran potencia.
Quien más pierde en el veto ruso es la propia Rusia. Es cierto que la incapacidad del Consejo de Seguridad para adoptar una resolución de condena a la salvaje violencia ejercida por el régimen sirio significa darle al régimen más tiempo para ejercer su excesiva soberanía, pero esto no salvará a un régimen al que ya no se puede salvar. El veto ruso es la otra cara de la masacre, causando un tremendo dolor al pueblo sirio y aumentando la violencia de los enfrentamientos para hacer de toda Siria un terreno de juego para la muerte.
Tal vez este veto ha sido útil para despertar a todos los grupos de la oposición siria de dos ilusiones: la primera es la intervención militar exterior. No habrá ninguna intervención que sobrepase las injerencias que estamos viendo hoy en día: apoyo ruso con armas, apoyo iraní con dinero al régimen asadiano y migajas de apoyo, mayormente verbal, a la oposición y el pueblo sirios de algunos árabes y algunos países occidentales. Al régimen solo logrará derrocarlo el pueblo, no hay nadie más en quien apoyarse que merezca la pena. Ello exige que las posiciones de la oposición sean sólidas y que se creen redes de apoyo a la revolución de forma seria y efectiva.
La segunda ilusión es que el régimen lucha por mantenerse en el poder. Tal vez algunos de los dirigentes del régimen piensan que pueden convertir toda Siria en una Hama que les conceda otros treinta años de permanencia en el poder. Pero la realidad dice lo contrario y dibuja un escenario oscuro del verdadero proyecto que tiene en mente la máquina de represión y terror: destruir Siria.
Tal es la lógica de los regímenes dictatoriales árabes, desde Saddam hasta Gaddafi y por supuesto, los Asad. Si ya no es posible gobernar el país, que se vaya al infierno. Quieren destruir hoy siria y su tejido social, convirtiéndola en despojos de pueblo y restos de patria. Ante la caída de esas dos ilusiones, la misión de la revolución siria está más clara a pesar de las dificultades, y lo que es obvio es que solo pueden contar consigo mismos, ocupando calles y ciudades, con una perseverancia inagotable.
Por otra parte, la misión de la revolución siria es proteger a Siria del aparato desintegrador del régimen, y ello exige la elaboración de un discurso claro sobre dos cuestiones clave: la primera es el rechazo a que el país se vea arrastrado a una guerra sectaria, cueste lo que cueste, elaborando un discurso y una práctica nacionales democráticos dirigidos a las tres minorías sectarias cuyo miedo el régimen cree poder explotar. Se trata de un discurso y una práctica dirigidos a las conciencias de los alauíes, los cristianos y los drusos que dibuje los horizontes de una nación en la que no cabe el sectarismo ni la persecución de las minorías y en la que se prohíba el hacer pagar a las personas el precio de los crímenes del régimen. Siria ha de ser una nación para todos los árabes y los kurdos en la que el ciudadano goza de todos sus derechos sin tener en cuenta la raza, la nación o la adscripción religiosa.
La segunda cuestión es la conformación de un proyecto político social para la Siria del futuro, que asegure la libertad, la justicia social y la desintegración del aparato de seguridad y económico de la mafia, un aparato que ha destruido la economía siria y la ha convertido en un marco para el pillaje.
Durante las complicadas negociaciones en el Consejo de Seguridad, parecía como si Rusia intentara no quedarse totalmente aislada internacionalmente y eso infundió la esperanza de que el proyecto de resolución árabe sería aprobado tras los cambios sufridos. Pero parece que Putin y su régimen oligárquico ha preferido establecer una alianza entre las mafias siria y rusa con la esperanza de encontrar para sí misma un lugar en el cambio árabe. Esta decisión es patética porque el interés nacional sirio y árabe exige la presencia de un equilibrio en la zona en el que Rusia podía haber jugado un papel central, pero el veto le ha hecho perder esa oportunidad y ha empujado a Siria a la masacre.
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