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martes, 29 de octubre de 2019

Cartas a Samira (14)

Texto original: Al-Jumhuriya

Autor: Yassin Al Haj Saleh

Fecha: 19/10/2019


Viví tu secuestro y desaparición hace ya casi seis años como lo peor que podía pasarle a nadie, y lo más inusitado, a pesar de los múltiples crímenes y hechos atroces que suceden en nuestro mundo. Tú y yo, en concreto, estamos lejos de la cara más cruel e inusitada de la vida en nuestro país, que muestra algunos de los aspectos más duros e inusitados de la vida en el mundo entero; sin embargo, Sammur, a mí no podía sucederme nada peor que tu ausencia.

Cuando nos detuvieron en nuestros años de juventud, tanto tú como yo conocíamos a personas que habían vivido experiencias similares y estábamos bastante bien preparados para ello. Sabíamos que era muy posible que nos detuvieran y que ese era un precio muy factible a pagar por aquello que creíamos que era nuestro deber. Existía toda una literatura y una producción artística sobre los presos políticos y su imagen era muy positiva.

A día de hoy, no he consultado nada de literatura ni producciones artísticas sobre la desaparición y, en concreto, sobre quienes han visto desaparecer a su pareja o persona querida. La realidad es que, incluso en situaciones de cárcel, no se encuentra casi nada relacionado con cómo lo viven las familias o los seres queridos de los presos. Sin embargo, la prevalencia de la situación de cárcel nos ha familiarizado a quienes ya estábamos metidos en el “ambiente” con las familias de los detenidos durante los años de cárcel. Nuestras propias familias pasaron por ello y también muchos de nuestros amigos. La cárcel en sí misma se convirtió en una experiencia razonablemente conocida gracias a lo que escribieron antiguos presos, empezando por tu marido y algunos otros que conoces personalmente.

De la desaparición forzosa en nuestra generación muy pocos regresaron, si es que alguno lo hizo. No sé si existen testimonios en ese sentido y es poco probable que estos testimonios traten la experiencia de las familias de los desaparecidos, especialmente las madres y las mujeres. Digo mujeres porque en la historia de nuestro país han sido tradicionalmente los hombres quienes han desaparecido y las mujeres, las que sufrían la pérdida y el duelo. Mi madre fue una de ellas, y también la tuya. Mi madre falleció en los años de mi corta ausencia y la tuya, en tus largos años de ausencia.

La experiencia de la pérdida es fundamentalmente una experiencia femenina, en la medida en que la mayor parte de los desparecidos eran hombres. Esa era la situación en Siria en la anterior generación y sigue siendo la tónica general. De lo poco que sé de otros países, un colectivo de mujeres turcas se concentran una vez al mes para exigir conocer el paradero de sus hijos, desaparecidos desde los años ochenta del siglo veinte, y en Argentina se reúnen las madres de los desaparecidos de esa misma década en una plaza de la capital llamada Plaza de Mayo. Se las conoce como las madres de la Plaza de Mayo. En Marruecos, había un movimiento a principios de este siglo por los desaparecidos durante los “años de plomo” (entre los sesenta y los ochenta del siglo pasado), pero parece que las familias estaban menos organizadas y las autoridades se esforzaron en cerrar el expediente desde arriba. Nuestra situación es más complicada, Sammur. En nuestra generación, solo había un responsable de las desapariciones: el régimen. Sin embargo, hoy se han multiplicado los responsables que ya no abarcan solo al régimen y sus milicias, sino también a Daesh, el Ejército del islam y otros. Se habla de 98.000 desaparecidos, cuyas familias en el interior de Siria no pueden organizar ninguna acción contra los responsables, mientras que, en el exterior, está todo muy disperso.

Debido a los pocos escritos, testimonios, novelas, relatos o poemas de los que disponemos no se puede hablar de literatura de la desaparición de la forma en que se habla de la literatura de cárcel. Debido a lo poco habitual que es, no encuentro a qué recurrir para que me ayude a lidiar con esta experiencia. Sin fuentes escritas, lo más cercano como fuente real a la que recurrir es mi madre, durante el tiempo que vivió mi pequeña ausencia, y posteriormente la de dos de mis hermanos. Digo que fue una pequeña ausencia porque sabía dónde estábamos y nos visitaba de vez en cuando. En tu ausencia me identifico con mi madre, y con las madres cuyos hijos están desaparecidos. Me he transformado en una madre de mi esposa desaparecida, en una madre para ti, Sammur.




Tu ausencia me ha feminizado debido a esta experiencia femenina que se me ha presentado. En esta experiencia, durante algo más de setenta meses, me abruma la crudeza y el horror que soportan las mujeres, sobre todo porque solo unas pocas de ellas pueden implicarse en alguna acción positiva por el preso o desaparecido y muy pocas veces pueden transformar su angustia por los seres queridos desaparecidos en una causa general. Cuando son ellas las presas y, en no pocas ocasiones violadas, son aún menos las que han podido retratar su experiencia y algunas han sido repudiadas por sus familias, o incluso asesinadas para limpiar el honor. La limpieza del honor es en sí misma una deshonra que no se puede limpiar.

No hay nada que pueda equipararse en las experiencias de los hombres.

He podido seguir tu causa con la ayuda de amigas y amigos, y sin embargo, no siento que tenga la fuerza, la firmeza y valentía de mi madre. ¿Cómo pudo ella y muchas otras madres soportar tanto dolor durante tantos años? No deja de sorprenderme, sobre todo porque un gran porcentaje de ellas no tenían instrumentos, ni palabras escritas o pronunciadas en alto, ni fotos, ni líneas ni melodías que sirvieran para representar sus dolorosas experiencias y presentarlas en el espacio público, a fin de granjearse una cierta solidaridad y apoyo. A falta de esos instrumentos, la ausencia es doble o total, y se agrava por la falta de una organización que acerque a las familias y fortalezca sus vínculos.

Tal vez las lágrimas ayuden. Ayudan más a las mujeres que a los hombres, porque ellas utilizan sus ojos para algo que los hombres han aprendido a ocultar desde la más tierna infancia. Yo era uno de ellos. Cuando mi madre falleció apenas me brotaron lágrimas de los ojos y me enojé conmigo mismo por ello. Necesitaba llorar, pero no podía. Tras tu ausencia, cambié. ¡Cuánto he cambiado!

He evitado romperme de muchas maneras, Sammur, entre ellas, a través de las lágrimas. No reconozco en mi experiencia lo que dice mi amiga Souad Labbize de que las lágrimas tienen “una función poética”, la función “de revivir un rostro destrozado”. Creo que las lágrimas compensan la ausencia de palabras o su incapacidad. Ponen de manifiesto la falta de palabras o la palian cuando son incapaces de representar la experiencia, como si fueran palabras alternativas o complementarias. Tal vez las mujeres lloren más porque están privadas en mayor medida de las palabras, mientras que los hombres lloran menos porque son más dueños de las palabras.

Una de las dimensiones que ejemplifican esta transformación mía es que prácticamente todos mis héroes son mujeres, a diferencia de lo que sucedía hace apenas unos años.

Desde hace años, el lema feminista “lo personal es político” resume mi experiencia, y eso antes de saber que una de mis heroínas de pensamiento, Hannah Arendt, ve en ello una condición definitoria de los refugiados. En nuestra calidad de refugiados, lo personal y lo político se intensifican mutuamente. No veo ningún problema en la palabra refugiado, Sammur, a diferencia de la intelectual judía alemana, que fue refugiada en Francia durante años, antes de asentarse definitivamente en EEUU. La palabra en la que no me reconocía era “exilio” y sus derivados. Hoy intento encontrar un lugar para mí entre las palabras, y lo encuentro y no lo encuentro.

Tampoco encuentro palabras para describir tu lugar, totalmente ausente desde hace años. Supongo que precisamos de la teología y su lenguaje para representar tu larga ausencia silenciada. Lo personal aquí es religioso y político, y lo religioso y político es personal. Esto sirve de inauguración de un gran debate que espero que se mantenga. En las experiencias históricas de religión no hay mucho que se sostenga al compararlo con nuestra experiencia general en los años de la revolución ni en nuestra experiencia personal desde tu ausencia. A partir de ello, podemos construir cosas importantes, nuevos comienzos liberadores.

La experiencia me ha cambiado, Sammur, y sabes que hacía mucho que quería cambiar. Y aunque siga siendo una de las peores cosas que le pueden pasar a un hombre, no es por consideraciones viriles de proteger a mi mujer o perseguir a mis enemigos hasta el final, sino porque sé que la experiencia totalmente inesperada ha sido nociva para ti y que lo que te ayudó a soportar cinco meses en Duma después de que yo me marchara fue la perspectiva de que terminaría pronto y viviríamos juntos, finalmente, “una vida como la vida”. Tu dolor ante lo inesperado, y por encima de todo, lo horrible de ese dolor, es lo que me angustia y siembra el desconsuelo en mi corazón y aquello por lo que me esfuerzo para ser su hogar y familia, y también su narrador.

De lo que no fui consciente antes es del hecho de que el cambio es una experiencia trágica en general. No bastaron solo los largos años de cárcel para mi primera trasformación, sino que también tuvo que morir mi madre. El precio de mi transformación hoy es vivir como un refugiado, y casi inmediatamente después, tu ausencia. Una mujer me dio su vida y otra, su presencia y su libertad, para que cambiara dos veces. En ocasiones, pienso, Sammur, que pago un precio terrible por mi avaricia, por mi profundo deseo interior de cambiar de nuevo, por vivir una tercera vida. Dos vidas no me han bastado. Lo trágico ha venido de lo que me parecía que era lo más profundo de mi libertad y renovación, de un destino que he llevado conmigo con celo, un destino “escrito en la frente” de alguna manera.

En lo que respecta al hecho de tu ausencia, me esfuerzo para que la transformación cuyo precio estás pagando, sin que yo pueda ayudarte, sea una transformación transformadora, que contribuya a un significado y una libertad que se generalicen y constituyan una vida para otros. No tuvimos hijos: quizá nuestra contribución al cambio general sea convertirnos en la semilla que dejemos a quien venga después.

Digo “nuestra contribución” porque tú estás presente en ella en todo momento, eres su protagonista y su estímulo, porque mi compromiso como transformador, como madre tuya, es lograr que tu ausencia sea una fuerza transformadora general, que viva y tenga significado, y permanezca.

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