Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Yassin Al Haj Saleh
Fecha: 26/11/2018
En un día como hoy hace veintisiete años, saliste de la
cárcel, tras cuatro años, un mes y once días de una ausencia más reducida. Hoy,
se cumplen cuatro años, once meses y diecisiete días de tu ausencia mayor. No
he sabido nada de ti durante todo este tiempo, como tampoco han sabido nada tus
muchos seres queridos.
Ya habías vivido antes, como yo, esa vida suspendida. Tus años de cárcel y los míos fueron un tiempo en suspense que no sabíamos cuándo terminaría. Sin embargo, hoy es un tiempo más duro y oscuro: no puede prácticamente establecerse comparación alguna entre tus dos ausencias, Sammur. Esta ausencia tuya es mucho más larga y dura, y rompe más el corazón.
Ya habías vivido antes, como yo, esa vida suspendida. Tus años de cárcel y los míos fueron un tiempo en suspense que no sabíamos cuándo terminaría. Sin embargo, hoy es un tiempo más duro y oscuro: no puede prácticamente establecerse comparación alguna entre tus dos ausencias, Sammur. Esta ausencia tuya es mucho más larga y dura, y rompe más el corazón.
Cuando desaparecí, me esperaba una mujer, de una edad
similar a la tuya cuando desapareciste. Después esperó a un segundo, y un
tercero y se acabó marchando con el corazón roto, sin que se marchara la
espera. Hoy yo espero a una mujer ausente, que vive en un lugar desconocido
desde hace 1.813 días, una experiencia que había probado ya durante 1.482 días:
ella y yo a ambos lados de un muro o dos muros de lo desconocido.
Entre tus dos ausencias, se encuentra la vida sencilla y
rica de una mujer valiente.
Tras los años de cárcel, decidiste tomar las riendas de tu
vida, buscar por ti misma el amor, el trabajo y la libertad. Dejaste Homs y te
instalaste en Damasco. No diste la espalda a un padre, una madre y unos
hermanos a los que amabas, sino que deseabas hacer tu camino y tener la vida
más independiente posible. Compartiste casa con Nahid, tu amiga, que también
había estado encarcelada y que esperaba a un amado encarcelado. Por cierto,
Sammur, siento mucho decirte que Salameh[1] falleció hace algo menos de
dos meses. La enfermedad pudo con él y se marchó por sorpresa.
Posteriormente, viviste de forma independiente. Trabajabas en la oficina de un periódico del Golfo, editando piezas
periodísticas y libros. A cambio, percibías un salario modesto, pero una vida
digna no está necesariamente ligada a un sueldo alto. Y tú viviste una vida
digna, Sammur.
En esa casa, de una sola habitación, que servía como lugar de
trabajo, descanso y vida en general, comenzaste una relación amorosa con un
hombre que había estado también en la cárcel. Tu vida social a finales de los
noventa se desarrolló entre ex presos y ex presas, o quienes conocían bien ese
mundo. La vida era difícil la mirases por donde la mirases en nuestro país en
aquel momento para una mujer independiente, en la treintena, pero tú no pedías
demasiado: un espacio propio que protegiera tu intimidad, un trabajo del que
vivir y, lo más importante, un hombre que te quisiera. No era demasiado, y aun
así, no lo tenías garantizado: la casa era una habitación alquilada, el trabajo
era temporal y apenas daba para el alquiler y los gastos básicos, y los hombres
a tu alrededor estaban en una situación similar, buscando su propia vida.
Me emociona recordar, Sammur, que en las primeras semanas de
nuestra relación me dijiste que había dos cosas que querías preservar: tu
trabajo y tu relación conmigo. Era la toma de tierra en la vida inestable de
una mujer independiente.
Durante dos años, tuviste dos casas: tu habitación en
Berzeh, detrás del hospital Hamish, y nuestra casa en Al-Mansura, un poco antes
de Qudseya. Unas veces dormías conmigo, especialmente los fines de semana, y
otras veces iba yo a tu habitación, pero generalmente salíamos a una cafetería,
un restaurante o el cine. No podía quedarme contigo en tu casa en la habitación
que una familia alquilaba a una mujer soltera para ayudarles con los gastos.
En mi casa, conociste a mi hermano Khalil, que vivía
conmigo; a Ali, que fue quien nos casó; y a muchos amigos más. Fuiste parte de la
casa desde el principio. La gente de tu amado te quiso: nunca fuiste una
extraña ni ellos lo fueron para ti. La familia era más o menos familia y la
vida era más o menos vida. Lo único malo era que el amado era austero en su
expresión, poco romántico y prácticamente anda poético.
Sin embargo, en aquellos primeros días del amor, solía cocinarte distintos platos.
¿Recuerdas lo rico que estaba el maqluba[2] que te
preparé? Sin almendras, pero muy bueno. Lo intenté hacer una segunda vez porque había encantado, pero el resultado fue más modesto. Sin embargo,
siempre preferiste recordar aquel temprano e inusitado éxito, y yo me seguí
centrando en el fracaso posterior, para que el hecho de que tú cocinaras no
fuera un mero reparto de tareas tradicional. Al principio, todo sea dicho, no
se te daba muy bien la cocina. ¿Recuerdas el mutabbaq[3] que te
estabas preparando un día que te visité por sorpresa? Te distraje con mi
flirteo y me dijiste: ¡Se va a quemar la comida! Y rápidamente, de forma nada
habitual, respondí: ¡No solo se está quemando la comida! Te gustó mi comentario
picarón, y yo me sigo maravillando de esa salida que tuve. Por favor, no digas
que fue un acierto poco habitual, pues no lo fue demasiado, al menos, no tan poco habitual como
mi éxito aquel día en la cocina, ¿cierto?
Lo que me alegra un poco, Sammur, es que te gustaba nuestra
vida juntos. No fue todo lo maravillosa que podría haber sido, pero la viviste
y la vivimos juntos con dignidad. Tú hiciste de una casa alquilada un hogar,
construido a base de amigos y amigas, parejas de jóvenes enamorados, y de
huéspedes a los que a veces no conocíamos bien. Por supuesto, también había
personas con las que habíamos vivido experiencias pasadas de amor y
emparejamiento.
Finalmente, arreglamos, aunque tarde, los lazos familiares
rotos debido a nuestro compromiso. Me hizo feliz porque a ti te hacía feliz.
Del mismo modo que tu vida tras la cárcel fue una
continuación de tu lucha antes y durante ese período, nuestra vida juntos fue
una continuación diferente de nuestras vidas antes, durante y tras la cárcel.
No dejamos nada atrás: nos lo llevamos todo, y no renunciamos a los años de
cárcel a favor del carcelero.
Tus compañeras de cárcel están dispersas por muchos países,
Sammur: Francia, Alemania, Turquía y Emiratos. También están en el exilio
interior. Durante años no se habían reunido en esta velada, como solían hacer
año tras año, contigo. Se han separado como se han separado muchos amigos y
seres queridos, antes y después de tu ausencia. La situación es difícil, pero
la gente sigue luchando, reconstruyendo sus vidas como pueden. Nuestra generación
entrada en años no está en la mejor situación para recuperar su vida, pero
estamos acostumbrados a las dificultades. No creo que necesites más explicación: tú
conoces la dificultad, a la que siempre has vencido.
Tus amigas se reúnen hoy, virtualmente, para recuperar la
tradición interrumpida. Te escriben y recuerdan a la ausente que solía
participar con ellas en las reuniones y la compañera eterna de las veladas
anuales.
Querías que nos quedáramos en Turquía cuando nos
encontráramos de nuevo al salir yo de Siria en dirección al vecino del norte
hace cinco años y un mes y medio. Tenías miedo de alejarte de Siria, y querías
encontrarte en un ambiente sirio en el que hablar árabe. Nos habríamos quedado
ahí seguramente si todo hubiera salido como esperábamos. Salí de allí hace poco
más de un año, pero volví en verano para estar lo más cerca posible de ti, tras
la evacuación forzosa de Duma en la pasada primavera. Fueron meses duros, estresantes
y decepcionantes. Sin embargo, se me hicieron menos duros en Gaziantep, donde
me encontré con Bakr y Tahama, con su generosidad, su deliciosa comida y la
compañía de Bakr para jugar al backgammon, a quien "la joven” Diana apoyaba en
mi contra. Decidí llamarla “la joven” porque insistía en no decir mi nombre y me
llamaba “el hombre”. No me dejaba oír su voz y solo se metía conmigo sin
palabras.
Solo, con tus seis fotos, en el aniversario de tu primera
libertad, mi sueño, Sammur, es que tu segunda libertad se convierta en un día
de celebración pronto, conmigo y con tus seres queridos.
Mientras llega ese feliz día, “la luz de tus ojos” sigue tu camino, porque no
tiene otro.
Hasta que nos encontremos, siempre, aquí, allí o donde sea.
[1] Salameh Kaileh, intelectual marxista palestino, encarcelado en varias ocasiones por el régimen sirio, que falleció recientemente a causa del cáncer que sufría. En este blog, se pueden encontrar algunos textos, como este.
[2] Plato típico de siria que incluye arroz, berenjena,
carne y almendras, que se sirve “del revés”, de ahí su denominación de “volteado”.
[3]Plato que consiste en una lámina de masa rellena o
presentada como base del plato con diferentes ingredientes.
Lo bonita que es Siria con esos monumentos que tenían.Una lástima.Los recordaremos en fotografías,una pena e impotencia.Estamos en el mundo no para quedarnos de brazos cruzados ni acomodarnos ante injusticias.Basta ya la discriminación hacia otras religiones y culturas.todo tiene su parte buena.Basta de manipulaciones,negativas,de todo tipo.Por favor pongamos nuestro grano de arena por un mundo mejor
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