Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Mustafa Abu Shams
Fecha: 25/11/2018
Un día en Alepo a comienzos de 2012,
antes de que un creciente número de trincheras acabaran enfrentadas unas a
otras, las pancartas de Kafranbel y sus autores se convirtieron en el eje de una
conversación. La mayoría de los presentes comentaron el “ingenio” y la ironía
mordaz de los que hacían gala, y el hecho de que se salían de lo común. Uno de
los participantes en la conversación dijo en tono satírico que las escribían
los agentes de tráfico, en referencia a la profesión que ejercían la mayoría de
habitantes de Kafranbel. Otro mencionó "el número de estudiantes de Medicina” fracasados y su papel en el diseño de las pancartas. El resto se
mantuvieron en silencio y regresaron a Alepo oriental, reflexionando sobre
dichos carteles, haciéndoles un guiño y adoptándolos.
En aquel momento era complicado determinar quiénes eran los “diseñadores”
de dichas pancartas, pero poco tiempo después, el nombre de Raed Fares se hizo
presente como uno de los más importantes activistas de la revolución siria, y
como diseñador de las pancartas de Kafranbel junto a un grupo de amigos.
Juntos, trasladaron el alegre espíritu de la ciudad y su gente en forma de
pancartas, imágenes y canciones, que transmitían mensajes que traspasaban las
fronteras de Siria para llegar al mundo entero, con la esperanza de que su voz
llegara antes de morir.
Raed Fares nació en 1972. No completó sus estudios de
medicina, sino que viajó a Líbano para trabajar allí. Quienes lo conocieron
dicen que presenció el asesinato de Rafik Hariri y que siempre culpó por ello
al régimen de Asad. Poco después, regresó a Kafranbel para trabajar en el sector inmobiliario. Al inicio de la revolución, fue de los primeros en
sumarse a sus filas, lo que lo situó rápidamente en la lista de buscados por
los servicios de seguridad. Por ello, junto a Hamoud Jnaid y otros activistas,
abandonó Kafranbel para refugiarse en un campamento a las afueras y formar la Coordinadora de Kafranbel.
Por medio de dicha coordinadora, convocaban a la población
de Kafranbel a manifestarse y se encargaban de redactar las pancartas y lemas,
además de participar en las manifestaciones que en aquel momento quitaban el
sueño al régimen. Rápidamente, esas pancartas y lemas se convirtieron en tema
recurrente en la calle y colmaron las redes sociales, como señal de la “continuidad de la revolución, sus principios y su carácter
pacífico”. La exposición de imitaciones y copias de sus pancartas durante las
manifestaciones se convirtió en un “deber revolucionario”.
Hamoud Jnaid era “de naturaleza afable y de espíritu alegre y
afectuoso”, lo que le permitió ser el punto de unión entre la gente de la
ciudad y la coordinadora. Con la cámara de su móvil, comenzó a registrar las
violaciones que las fuerzas del régimen perpetraban en Kafranbel, a la que se
acercaba en secreto para realizar alguna misión, entregar un mensaje o preparar
una manifestación.
Tras la liberación de la ciudad de las fuerzas del régimen a
mediados de 2012, Raed Fares, Hamoud Jnaid y otros activistas de la ciudad
fundaron lo que hoy se conoce como “Unión de Oficinas Revolucionarias”. Raed
asumió la dirección de la oficina de prensa y comenzó a contar al mundo lo que
sucedía en la revolución por medio de vídeos que grababa él mismo,
intervenciones en canales de televisión, su presencia en conferencias
internacionales y las pancartas que redactaba en inglés y que portaban mensajes
políticos dirigidos al mundo entero.
Impulsado por su conocida “valentía”,
según sus amigos, Hamoud Jnaid colaboró con la brigada “Caballeros de la Verdad”
(Fursán al-Haqq) desde su fundación, “cubriendo las batallas y los
bombardeos de los aviones”, pues creía firmemente en la importancia del papel
de los medios y la necesidad de dejar constancia con su cámara de las
manifestaciones de la ciudad y sus actividades revolucionarias. También grabó
cientos de ataques contra la zona.
Pocas veces se perdía algún suceso. Su cámara siempre era la primera: un hombre cubierto de polvo
salía de entre los escombros, portando la herida de su gente, los auxiliaba si
seguían vivos y los revivía en el recuerdo con su lente si habían muerto. Fue el más
importante testigo de los crímenes y los asesinatos perpetrados en la ciudad cuya gente lo
amaba, y a quienes él amaba también. Sus amigos, que muchas veces le reprendían por su impusividad, cuentan que siempre respondía riendo: “No puedo evitarlo.
Siento que ese es mi rol, que esos son mis hijos y tengo que ayudarlos”. Solía
acompañar a los heridos a la sala de urgencias, preocupándose por ellos. “Tal
vez esa fuera su misión más sublime: salvar a quien se pudiera”, olvidándose de
grabar muchas cosas, poseído por su papel “humano”, sin quedarse en lo
meramente mediático.
Pocas veces podía salir uno de
Kafranbel sin sonreír. La gente allí se ríe de todo, hasta de la muerte. Si los
rasgos de Raed por sí solos no bastaban para conocer “su geografía” sin
revelarla, no tenías más que esperar unas palabras de Hamoud para “saber que
estabas al ante un revolucionario de Kafranbel”. Ese “tono afectuoso”,
sencillo, plagado de expresiones de sorna y groserías, expresiones soeces acompañadas de una sonrisa (como referirse a uno como “maricón”) eran la forma habitual de iniciar un comentario fugaz, una conversación o una
mención a una muerte inminente y cercana.
Hamoud era un sencillo obrero de la
construcción, nacido en 1980. Fue uno de los pioneros de los
grafittis en las paredes al inicio de la revolución, y de los primeros
activistas, manifestantes y periodistas también; sin embargo, su rasgo más
destacado era que fue “el primero en entrar en los corazones de la gente y el
que logró dominarlos”. Se reía como un niño, se mofaba de la muerte que se
había llevado a muchos de sus amigos, hasta el punto de que algunos decían que “daba
mala suerte”. La mayoría de aquellos con los que trabajó en su labor de certificación de
hechos y cobertura mediática habían sido asesinados, pero ese hombre delgado
seguía resurgiendo entre el polvo, farfullando insultos y riendo.
Con la ayuda de Hamoud, Raed
fundó Radio Fresh[1] a mediados de 2013, como primera emisora que utilizaba en
sus programas la lengua oral. Ahí comenzó a conformarse un aura de cohesión en
la ciudad: al cmainar por sus calles o sus mercados, la voz del locutor cantaba
los precios de los productos a través del altavoz. No hacías caso a los
precios, sino que el dialecto te arrancaba una sonrisa con cada palabra, pues se alejaba de las voces roncas “con traje y corbata” que uno estaba acostumbrado
a escuchar. Sin darte cuenta, te veías “liberado” con una “chilaba” o un “pantalón
vaquero”. La emisión se interrumpía unos segundos, el emisor te informaba de
que “un avión o un helicóptero viene hacia ti”, la gente se dispersaba, pasaban
unos minutos, y se escuchaba una explosión, seguida de un breve silencio,
interrumpido por “la vuelta de la emisión”.
Hamoud no era un “empleado” de la
radio, sino que él era “Radio Fresh al completo”, como dice su amigo Mahmud
al-Sweid (redactor y presentador de programas en la radio). No percibía ningún
salario, ni buscaba fama, sino que dedicaba su tiempo a la revolución y la
gente de su ciudad. “Cuando los corresponsales de la radio llegaban al
lugar donde se había producido el bombardeo o al punto donde se precisaba ayuda
humanitaria u otro tipo de servicio, la sonrisa de Hamoud, que había completado
la misión, los sorprendía”.
Los aviones no lograron “callar
la voz de Radio Fresh”, así que se ayudaron metafóricamente de sus compañeros
en la opresión y la injusticia. Daesh emitió una fatua (edicto religioso) en la
que declaraba la radio ilícita y sus integrantes confiscaron el equipo a finales de 2013, además de detener a Raed y Jnaid durante dos días. En
la trayectoria de ambos, no había nada por lo que acusarlos o castigarlos.
No es que Daesh necesitara alegar una
acusación firme, evidentemente, pero lo que está claro es que la organización
en aquel momento no podía permitirse enfrentarse a una ciudad, por lo que
intentó matar a Raed lejos de sus cárceles. La intentona fracasó. Tras la
marcha de Daesh en 2014, aumentó la hegemonía del Frente de Al-Nusra en la
ciudad y sus alrededores, para ñadir su “huella”, que en nada se diferencia ni
en pensamiento ni en actuación, de su gemela daesh. Nuevamente, confiscaron el
equipo de la radio e intentaron impedir que siguieran con sus trabajo.
Volvieron a detener a Raed en la cárcel de castigo y, tras su liberación, se
expuso a varios intentos de asesinarlo.
Con su habitual ironía, Raed y
sus compañeros añadieron a la emisión sonidos de pájaros, animales, aficiones
de fútbol y explosiones en susteitución de la “música pecaminosa”, y modificaron
las voces de las mujeres para que parecieran más masculinas. Siempre vencían,
gracias a su “ironía y sarcasmo”, a sus ejecutores, con la compañía inestimable
de la “lengua hablada y el espíritu del chiste y el ingenio”. La radio y la
oficina de medios se convirtieron en una colmena, un lugar de trabajo y un
espacio donde pasar veladas al calor del laúd, contar chistes e intercambiar esas
sonrisas en las que la revolución se mantenía más fuertemente presente. Esos
lugares eran el refugio de todo aquel que pasaba por Kafranbel, de paso, para
quedarse o para buscar trabajo y una vida.
Esta vez, la bala fue más rápida
que Hamoud, y por primera vez, no pudo grabar lo que sucedió la mañana de ese
viernes 23 de noviembre de 2018. En compañía de Raed y Ali Dandoush, había salido de
la sede de la radio para prepararse para las manifestaciones que habían vuelto a celebrarse en la ciudad desde hacía unos meses. El sonido de una metralleta alertó a
quienes rezaban en la mezquita cercana, mientras realizaban su segunda prosternación. Sin embargo, terminaron
su rezo, pues ninguno pensó que “la ciudad había caído de nuevo”. El ruido del
asesinato fue más alto que el sonido de la llamada a la oración, ya que, esta vez,
los asesinos siguieron a Raed y sus compañeros hasta una calle secundaria al
este de la ciudad. Salieron del coche para asesinar a los dos hombres, sin
contar con que Ali Dandoush estaba en el asiento trasero y que se salvaría de la
muerte. Decenas de balas atravesaron el coche de Raed y los cuerpos de ambos.
La ciudad los despidió en silencio.
Dos hombres perseguidos que se
negaron a dejar la ciudad, fueron asesinados por una mano traidora, porque
alguien debía “silenciarlos”. Sus voces y sus sonrisas provocaron a los
asesinos, las pancartas de la libertad, su crítica valiente contra todo aquel
que perjudicara a la revolución siria y su lucha por medio de la palabra y la
letra engendraron ese rencor contra ellos: eran los artífices de las
pancartas y carteles encargados de corregir el devenir de la revolución que
había sido robada. Quizá el esfuerzo por redireccionar el camino sea la
acusación de la que no se librarán nunca los habitantes de Kafranbel.
[1] Accesible desde aquí.
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