Texto original: Al-Jumhuriya
Autor: Yassin al-Haj Saleh
Fecha: 09/12/2018
¡Cinco años! ¡Sesenta meses! ¡260 semanas! ¡1.826 días!
Diría que me ha pasado por la cabeza mil veces lo que haría
si me encontrara de frente con los cuervos del mal que te secuestraron e
hicieron desaparecer, Sammur. Les secuestraría el alma: esa es la respuesta más
directa. Las suyas son almas muertas que viven de destrozar la vida y que no
descansan hasta que han esparcido la muerte a su alrededor. ¿Sabes lo que dice
Al-Mutanabbi [1] de almas como las de ellos?
“La muerte no se lleva un alma nauseabunda de las suyas
si no puede cogerla con un palo”
Hace falta un
palo muy largo para alejar esas almas fétidas que provocan náuseas a la propia
muerte.
Pero, incluso si me los encontrara de frente y tuviera ese largo
palo, ¿sería el secuestro de las almas de semejantes seres el castigo justo por
un crimen de secuestro, desaparición forzosa y negación durante años? Quien
sufre por amor suele inclinarse a veces por algo más sencillo, menos violento y
quizá con un impacto más duradero: que permanezcan, desposeídos de toda fuerza,
seguidores y dinero, bajo su atenta mirada. Los quiero expuestos, al alcance de
nuestras miradas, la mía y la de los familiares de los desaparecidos. Pienso en
que no se les haga daño, que se les dé de comer y de beber y que se les vista, que los preserven como reliquias
vivas del crimen.
Sin embargo, ¿puede haber un castigo justo? ¿Es justo que nos preocupemos de tal manera por mantener con vida a esos insignificantes criminales y mostrárselos a los espectadores, en vez de ejecutarlos o encarcelados, como otros criminales de su misma calaña, asesinos o violadores? ¿O quizá deberían ser secuestrados y hechos desaparecer? Para mí, esta última opción debe descartarse porque hace sufrir a sus familias (esos rabiosos también tienen familia, ¡e hijos!), y porque eso supone producir nuevos secuestradores, algo que no debe suceder, ni experimentarse, ni existir.
Mi imaginación en ese sentido, Sammur, es modesta, y no sé si eso es bueno. Durante los primeros meses en que estuvimos presos, pensábamos qué haríamos con Hafez al-Asad si lo tuviéramos delante, y sin embargo, apenas recuerdo la propuesta que más gracia me hizo, y que fue idea de uno de mis compañeros: meterlo de pie en un hoyo de su estatura, enterrado hasta el cuello con excrementos humanos, y que un hombre portando una espada saltara sobre él continuamente gritando “¡La cabeza, la cabeza, la cabeza!” Eso le obligaría a meter su cabeza una y otra vez en los excrementos para protegerla. Con ello, los detenidos desarmados se vengaban imaginariamente de su verdugo rencoroso, de quien pensaban que todavía no había cometido el peor de sus crímenes: la matanza de Hama.
¿Cuál podría, entonces, ser el castigo más justo para Bashar y los fabricantes y administradores de muerte en su régimen? Tal vez ninguno, tal vez no haya un castigo justo para sus semejantes, como no lo hay para Ka’ka, Dirani, Shadhili y Buaydani ─algunos de los que os secuestraron a ti, a Razan, a Wael y a Nazem.
Sin embargo, ¿puede haber un castigo justo? ¿Es justo que nos preocupemos de tal manera por mantener con vida a esos insignificantes criminales y mostrárselos a los espectadores, en vez de ejecutarlos o encarcelados, como otros criminales de su misma calaña, asesinos o violadores? ¿O quizá deberían ser secuestrados y hechos desaparecer? Para mí, esta última opción debe descartarse porque hace sufrir a sus familias (esos rabiosos también tienen familia, ¡e hijos!), y porque eso supone producir nuevos secuestradores, algo que no debe suceder, ni experimentarse, ni existir.
Mi imaginación en ese sentido, Sammur, es modesta, y no sé si eso es bueno. Durante los primeros meses en que estuvimos presos, pensábamos qué haríamos con Hafez al-Asad si lo tuviéramos delante, y sin embargo, apenas recuerdo la propuesta que más gracia me hizo, y que fue idea de uno de mis compañeros: meterlo de pie en un hoyo de su estatura, enterrado hasta el cuello con excrementos humanos, y que un hombre portando una espada saltara sobre él continuamente gritando “¡La cabeza, la cabeza, la cabeza!” Eso le obligaría a meter su cabeza una y otra vez en los excrementos para protegerla. Con ello, los detenidos desarmados se vengaban imaginariamente de su verdugo rencoroso, de quien pensaban que todavía no había cometido el peor de sus crímenes: la matanza de Hama.
¿Cuál podría, entonces, ser el castigo más justo para Bashar y los fabricantes y administradores de muerte en su régimen? Tal vez ninguno, tal vez no haya un castigo justo para sus semejantes, como no lo hay para Ka’ka, Dirani, Shadhili y Buaydani ─algunos de los que os secuestraron a ti, a Razan, a Wael y a Nazem.
Izzat Abu Rab'iya
Poner a Bashar
al-Asad frente a los innumerables sirios a los que ha asesinado, condenado al
exilio y torturado, ante todos aquellos cuyas vidas ha destrozado y cuyos
corazones ha roto, mostrarlo ante ellos, para que las víctimas le hagan
escuchar los crímenes que ha cometido contra ellos, y condenarlo a permanecer
ante sus miradas… Quizá eso sea lo más cercano a la justicia.
La pregunta que
quizá cabe hacerse es: ¿Durante cuánto tiempo han de mantenerse expuestos los
criminales? ¿Deben ser castigados con el escrutinio de las miradas de sus
víctimas durante el resto de su vida? La verdad es que, aunque ellos lo
merezcan, nosotros no. Nuestros ojos merecen algo mejor, y también nuestras
almas.
Queremos que los
criminales reciban su castigo, y que desaparezcan de nuestras miradas, para que
en sus conciencias quede el recuerdo de las heridas que no queremos que se
repitan.
Pero, ¿por qué no recurrimos
al Talión? Que prueben exactamente lo mismo que han dado a probar a otros.
Habría que poner a Bashar, Maher [2], Jamil Hassan [3], Ali Mamlouk [4] y sus
cómplices en la matanza en celdas estrechas, escasamente ventiladas en
las que sintieran que se asfixian. Habría que tenerlos semanas y meses sin
ducharse, asustarlos y golpearlos de vez en cuando, aplicarles electricidad en
sus partes, sodomizarlos con una vara o botellas de cristal, y obligarlos
a violarse unos a otros, como ellos hicieron con sus víctimas en la cárcel de
Seidnaya, privándolos de la muerte durante un poco más de tiempo. Ka’ka, Dirani, Shadhili, Buaydani y Younes al-Nisrin
deberían ser encerrados en jaulas de hierro, para luego pasearlos ante la gente
por el barrio industrial de Adra [5] ¿Por qué no imponerles la lectura de los
discursos de Bashar al-Asad y su padre, y hacerles exámenes sobre ellos, como
solían hacer ellos con sus presos a los que obligaban a memorizar el Corán?
Quizá podrían enseñar ellos mismos a Bashar al-Asad y sus socios a rezar, examinarlos
de los diez pecados del islam, o del cuaderno del rabioso siervo del poder,
Samir al-Ka’ka, sobre la lealtad y la absolución [6], y golpearlos con el
látigo si no se lo saben.
¿Hay alguna forma
de lograr la justicia, Sammur, sin castigar a esos asesinos? Creo que no.
Castigarlos con una mirada escrutadora no es suficiente: tiene que haber una
forma material o corporal de castigo justo, sin que se convierta en una copia
del crimen cometido por el criminal al que se está castigando, y sin suponer
una aplicación literal de la ley de Talión. La justicia del ojo por ojo deja a
todos ciegos, como decía Ghandi. Sin embargo, la esencia del ojo por ojo contra
el ente criminal sigue siendo la base para un castigo justo. No se trata de
secuestrar a quien secuestra, ni de matar a quien mata, ni de cortar la mano de
quien la corta, sino de imitar la acción inicial despojando a los criminales de
toda posibilidad de torturar, proteger a la sociedad frente a ellos y
convencerla de que se ha hecho justicia.
En cualquier caso,
si la justicia tiene futuro en nuestra patria, o nuestra patria tiene futuro,
ello no va a depender de que los que han cometido delitos se libren del
castigo, sino que va más allá: el castigo ha de ser un acontecimiento nacional, público,
grande, fundacional y político. Me refiero a que los sirios han de saber lo que
está pasando, poder seguirlo, y conocer su justificación, los detalles de los
crímenes y los mecanismos utilizados para hacer justicia, y que se produzca de
tal forma que suponga una ruptura en la historia de nuestro país, que cierre
por fin el capítulo anterior.
¿Cabe la esperanza,
Sammur? Quizá eso nunca suceda, quizá no lo veamos, pero tal vez el hecho de
imaginarlo, pensar en ello y trabajar en ello ayude a que mentes y corazones
encuentren una forma justa de castigo que quizá sea más fácil de hacer
realidad.
Ahora bien, ¿no es
más importante el perdón que una justicia imposible, cuyo continuo retraso avisa
de su imposibilidad con el paso de los días, los meses y los años durante los
cuales vemos todo tipo de injusticias flagrantes con las que llevamos
conviviendo décadas? No lo creo. No porque no nos contentemos con un cuarto de
la justicia no vamos a conseguir nada. El problema es que ya nos hemos
contentado con ese cuarto, pero a dicho cuarto no le hemos bastado. ¿Recuerdas
la iniciativa que firmaron los ex presos, en 2003 o 2004, para derogar la
privación de derechos civiles y la compensación por los años de cárcel? Dicha
iniciativa no suponía ni el 10% de la justicia que merecíamos, y se hizo con
conocimiento y coordinación del aparato de seguridad e inteligencia: no dio
ningún resultado.
Antes de aquello, estoy
seguro de que recuerdas que algunos de los nuestros hablaron de una
reconciliación nacional y a la compensación de los agravios para cortar el
camino a los actos de venganza y las explosiones irracionales. También hubo
algunos ex prisioneros políticos que adoptaron el lema de Mandela: “Perdonamos
para no olvidar”. Yo mismo fui uno de ellos, pero en el lema estaba implícito
lo que se había logrado en el caso de Mandela: el cierre del capítulo de la
discriminación y el inicio de una nueva era. Teníamos la esperanza de que el
capítulo se cerrara y la reconciliación tuviera lugar, para entrar de veras en
el tiempo del perdón. No solo no sucedió nada de eso, ¡sino que se nos calificó
de rencorosos!
La justicia no
puede convalidarse con el perdón o las conciliaciones. Ese tipo de pactos son
traicioneros: Líbano se está pudriendo hoy por culpa de un pacto así. Queremos
justicia para poder perdonar.
Cuando vuelvas, sana y salva, cuando los criminales sean
puestos a disposición de un tribunal justo, cuando reciban el castigo merecido,
entonces, podremos pensar juntos en el perdón y la conciliación.
Pido menos de lo que pedía Heinrich Heine, el poeta alemán
de siglo XIX, que decía de sí mismo, con ironía, que era “de carácter muy
pacífico” y que sus deseos apenas eran “una cabaña modesta con el techo de paja,
pero con una buena cama y buena comida, leche y mantequilla frescas, flores en
la ventana y bellos árboles frente a la puerta”. Y por último añadía esta
modesta petición: “Y, si Dios quiere, completar mi felicidad viendo a seis o
siete de mis enemigos colgando ahorcados de dichos árboles. Antes de su muerte,
con el corazón acongojado, les perdonaré por todo lo que me hicieron en vida,
pues lo cierto es que uno debe perdonar a sus enemigos, pero no antes de ser
ahorcados”.
Yo quiero ver a mis enemigos privados de poder y dinero, sus
dioses a los que adoran. No quiero que pasen hambre, pero que se alimenten del
racionado, como hacían ellos con sus presos. No tengo esa gracia para el odio
que tenía Heine y no quiero que mis enemigos sean colgados antes de que les
muestre mi misericordia y los perdone, sino que quiero que vivan como pollos
sin alas, que es como en realidad se encuentran cuando carecen de poder asesino
y dinero robado.
Sammur, ni en nuestro idioma, ni probablemente en ningún otro,
existe una palabra para llamar a quien sufre la desaparición de un ser amado,
del que no sabe nada durante años. Por mi experiencia, creo que quienes están
pasando por algo similar no tienen una opinión clara sobre cuál es el castigo
justo para los que os han hecho desaparecer. Por mi parte, no puedo negar la
relevancia de pedir la ejecución de quienes han prometido a sus víctimas en los
sótanos asadianos de la muerte (o sus homólogos, los señores islamistas de la
tortura y la muerte) que desearan la muerte, pero que no la obtendrán. Pero
ello, la ejecución no ha de tener lugar hasta que los asesinos no sean privados
del poder y la influencia que poseen, no sin que hayan sido acusados y
culpados, y no sin que la justicia se configure como acontecimiento social
público que nos sirva de base para el futuro.
Creo que el crimen cometido por los torturadores y los
secuestradores no es como el que cometen otros, por lo que su castigo no ha de
ser el mismo tampoco. Debe suponer el fin de las desapariciones forzosas y las
torturas y no el fin de los secuestradores y torturadores como tal. Después,
deberá renovarse el pacto y celebrarse cada año, para que no se olvide. Ha de
ser una fiesta contra el mal, que recordemos cada año para no repetirlo.
[1] Famoso poeta árabe del siglo X.
[2] Hermano de Bashar al-Asad.
[3] Jefe de la Dirección de la Inteligencia Aérea siria.
[4] Hombre de confianza de Asad y jefe de la Oficina de Seguridad Nacional del Partido Baaz.
[5] Barrio en el Ejército del Islam tomó rehenes alauíes y los paseó en jaulas por la calle.
[6] Conceptos de la jurisprudencia islámica.
[2] Hermano de Bashar al-Asad.
[3] Jefe de la Dirección de la Inteligencia Aérea siria.
[4] Hombre de confianza de Asad y jefe de la Oficina de Seguridad Nacional del Partido Baaz.
[5] Barrio en el Ejército del Islam tomó rehenes alauíes y los paseó en jaulas por la calle.
[6] Conceptos de la jurisprudencia islámica.
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