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domingo, 2 de octubre de 2011

Viaje desde Damasco a mi Idleb “ocupada” pasando por el Alepo de “la fidelidad”.

Texto original y fotografías: Blog de Zaina Erhaim
Fecha: 24/09/2011
Autora: Zaina Erhaim

Queremos agradecer a la autora por su colaboración con su explicación de algunas de las imágenes del texto.





"Las fronteras son una cosa y los controles militares en la carretera son otra" me contestó mi tío cuando le dije, ingenuamente, que iba a ir a Idleb. Los nombres de los buscados se reparten por zonas y si la suerte me había acompañado al entrar en Siria, podría abandonarme al intentar cruzar los controles de Idleb.

Sin embargo, los controles no serían el único obstáculo en mi camino hacia Idleb sino que la hoja de ruta que guiaría el camino hacia mi ciudad insurrecta necesitó dos verdaderas asambelas: una interior entre los miembros de mi familia en Idleb y otra exterior con mis seres queridos en el resto de provincias. El resultado de ambas conferencias fue la creación de varios comités: uno para "distender el ambiente", otro para "mediar" y un tercero para supervisar la presencia del aparato de seguridadla en los controles.

Tras una larga espera, llegó el sábado. Mi amigo Amer Matar y yo habíamos acordado ir juntos al “Estado de Idleb” independiente donde podríamos movernos con libertad e ir donde quisiéramos.

La estación de autobuses de Damasco sigue tan fea como siempre, tal vez esté algo más ennegrecida y haya más capas de suciedad acumuladas sobre las paredes y el suelo. Han abierto un puesto de shawarma[1] de esos de “Come y despídete”. Estaba aún grabando en mi memoria la imagen cuando un trabajador de una de las empresas de transporte gritó: “Deir Ezzor, señorita”. Y con un movimiento involuntario respondí: “Sí”. Comencé a seguirle hasta que otro gritó: “Homs”. Volví a asentir con la cabeza y le seguí. Entonces, otro gritó: “Hama” y yo dejé a los dos anteriores para seguirle. Finalmente, volví a la realidad y me dije: “Yo voy a Alepo”.

El autobús partió sin contratiempos mientras un flujo de chismorreos, noticias y sentimientos rodeaba nuestro asiento. Entonces recordé dónde estaba y pedí a Amer que bajara la voz mientras fijaba mi mirada en los ojos de la persona que estaba sentada a nuestro lado haciéndose el dormido tras unas gafas negras. También me fijé en el hombre que había recostado su cabeza en el asiento de Amer. La sospecha, esa enfermedad siria de la que mi estancia de un año en Londres no me había curado.

El camino de Damasco a Homs estaba, como de costumbre, seco y amarillento; mas, en cuanto empezaron a aparecer los árboles de Homs, pudimos vislumbrar ese otro verdor. Mi primer encuentro con los tanques de los “protectores de la tierra”[2] fue chocante y doloroso. Lo primero que pensé fue “¡Qué horribles son los tanques, Dios mío!”, hasta que apareció la bandera siria ondeando sobre ellos. Entonces entré en un estado de shock seguido por la histeria. En ese momento, Amer y yo intercambiamos nuestros papeles y fue él quien me tapó la boca con fuerza para que me callara.

Texto de la imagen: "Abajo el traidor Bashar al-Asad, que ha perdido su legitimidad"

Ver a los coches pasar a su lado, pitándoles y adelantándoles como si nada, totalmente acostumbrados a ese invitado que compartían todas las calles en Siria, ahogó mi grito.

Amer miraba al lado derecho de la carretera y yo al izquierdo y nos avisábamos uno al otro cada vez que aparecía un tanque, un coche militar, un francotirador, un soldado escondido entre los árboles o incluso un porta-tanques. Hasta el cruce de Alepo, no pudimos terminar una sola conversación porque cada poco me avisaba y mirábamos a la la derecha o le avisaba yo y mirábamos a la izquierda. Y es que el valeroso ejército había desplegado todos sus efectivos y equipamiento a lo largo de la carretera desde Homs hasta el cruce de Idleb pasando por Hama.

Algunos estaban apostados sin hacer amago de esconderse sobre los edificios gubernamentales,apuntando con sus armas hacia el interior de la ciudad y detrás de sacos de arena que daban a la calle principal. Otros ocupaban los tejados de los edificios sobre los que la ropa tendida se había secado y decolorado sin que la señora de la casa la hubiera recogido. Bajo los francotiradores, la vida continuaba con su ritmo habitual en los talleres de coches.

Junto al hospital al-Shifa, en Jan Shayjun había tres tanques con cuya sombra se refugiaban soldados débiles y cansados, mientras otros, adolescentes, caminaban entre ellos con la espalda doblada por el peso de las armas que llevaban.

En la entrada de Al-Rastan y junto a su puente había cuatro tanques y un coche militar cargado de soldados. Lo mismo sucedía en Talbisa, donde los bombardeos habían dejado marcas de hollín negro en algunos edificios habiendo resultado otros destruidos parcialmente y eso solo en la calle principal.

Una idea me estuvo acosando durante todo el viaje. De ahora en adelante diré, con total sinceridad, a todo palestino que viva en una tierra ocupada que “Sé perfectamente lo que sientes”.

Mientras la visión del despliegue militar me encogía violentamente el corazón tal vez por el miedo, por el terror o por la violencia (lo cierto es que no lo sé con seguridad),las viejas casas, apartamentos y fachadas de tiendas borraron de mis ojos la confusión y me abrieron sus muros para leer en el cuaderno de la libertad los lemas escritos a mano. Algunos se borraban y se alteraban para que la expresión “Te queremos”, grabada con precisión en tinta negra, se mostrara precedida por un “No” escrito a mano con tinta roja. También se borró el nombre del presidente de la frase “El pueblo quiere a Bashar al-Asad” para convertirse en “El pueblo quiere derrocar al régimen”.

En el puente de Saraqib, que acostumbraba a presenciar la bulliciosa actividad de los autobuses y los microbuses sobre todo en ese momento del año “antes de la fiesta de fin de Ramadán”, imperaba la soledad. Estuvimos dos horas observando los lemas de la libertad reprimidos por los tanques a derecha y a izquierda de la calzada. Por fin, llegamos al cruce de Alepo.

El teléfono, que había perdido la cobertura total o parcialmente varias veces a lo largo del camino, recuperó toda la señal; y los tanques y los soldados fueron sustituidos por una gran fotografía de Al-Asad al lado de la carretera a cuyo pie podía leerse “El Alepo de la fidelidad”. Junto a la foto, podian verse anuncios de restaurantes y de fiestas y el programa de un club nocturno.



Se me cortó el habla y Amer y yo entramos en un estado de enmudecimiento ante la visión de fotos y consignas que de fomar clara, con su elocuencia, habían plasmado los escritores del nacionalismo. Mientras calculaba cuál era la foto más grade, llegamos al primer control militar, después al segundo y, finalmente, llegamos al "Alepo de los Asad".

Las calles estaban llenas de conductores y no había ni un hueco para dejar el coche delante de los establecimientos de comida rápida ni las cafeterías. Los restaurantes estaban también a rebosar. Nada había cambiado en la ciudad tal y como yo la recordaba excepto las hiperbólicas demostraciones de “fidelidad” y los lemas grabados en las paredes y los caminos como si alguien los estuviera desmintiendo y ellos respondieran asegurando que “Te queremos, te juro por Dios que te queremos”.

Amaer y yo nos separamos, pero él me llamaba cada diez minutos: “Zaina llévame contigo a Idleb, esto es horrible”. Yo me sentía igual y a las dos horas, estaba de camino a Idleb. Cuando comencé a respirar el aire libre de Idleb, mi corazón sufrió un arrebato de tristeza y de empatía con aquellas personas libres que se quedaban en la ciudad “de la fidelidad”. Ser libre en Alepo significa estar a merced de la tortura de miles de presos, cada uno con sus instrumentos y sus celdas propias, desde el simple vendedor de verdura en la llanura hasta el autobús de la ciudad o el ayuntamiento. “¡Qué difícil lo tienen!”.

Ahora me encontraba cerca de Idleb. Había sacado a Alepo de mi pensamiento para poner en su lugar a Sarmin. Cuando leí la primera noticia de que había sido atacada y de que el ejército y los shabbiha habían entrado en ella, se dibujó en mi memoria la entrada a la ciudad, con el gran arco en el que se leía en letras negras "Sarmin, el hogar de Al-Asad". Sobre ello, se alzaban las fotografías de Hafez al-Asad y Bashar al-Asad. Me preguntaba qué habría pasado con el arco.

No me sorprendió que “El hogar de Al-Asad” fuera renombrado "Sarmin la libre". Por el contrario, el ingente número de frases pidiendo libertad grabadas en los muros de la escuela de Sarmin a lo largo de la calle principal me dejaron atónita: “Morimos y Siria vive”, “Viva Siria y abajo Bashar al-Asad”, “Siria quiere libertad”, “Venceremos o moriremos”, “No te queremos. Iros tú y tu partido”, “La eternidad para las víctimas”.

Sarmin quedó atrás y me acerqué un poco más. Un solo control más y estaría en mi bello capullo revolucionario. Me despedí de mi rostro mientras la brisa del viento movía mi cabello y me vestí con mis nuevos rasgos: un hiyab bien sujeto en la frente, una abaya, gafas de sol por el día y un velo cubriendo mi tez por la noche.




Mis seres queridos tenían miedo de ese villano que conoce a los hijos de la ciudad y los caza en los controles. Pero no estaba allí, lo que significa que mi Idleb me quería allí. Caminé sin problemas y sin que me pidieran la documentación y eso que estaba en Idleb: la plaza del Mihrab, el mercado de verduras... Cuando tocó la hora en punto, pestañeé varias veces para creer y no creer.

Idelb se había despojado de la oscura y raída abaya del Baaz, de las vanguardias, de las juventudes y de la fama de la "policía" y se había puesto un vestido verde luminoso decorado con un collar de seis piedras preciosas de ágatas oscuras.

Los caídos te dan la bienvenida, caminan junto a ti en el mercado y atraen hacia ti las miradas a través de las paredes de la delegación de turismo. Sus almas vibran en Al-Dabit y el barrio norte, y con sus nombres se han decorado las plazas, las rotondas y las calles. La escuela del Baaz se ha convertido en la escuela de "La libertad", La escuela de Muhammad Zakaria al-Bitar se llama ahora escuela del caído Muhammad al-Sayyid Issa. Además, están las nuevas rotondas de Muhammad Garib, Hawwan Awd e Ibrahim Shahud.

No hay imágenes de Al-Asad excepto en las delegaciones de gobierno , las cárceles y la zona de los castillos, donde están el edificio del gobierno provincial, la oficina de los servicios de seguridad y la casa del gobernador provincia. Allí cerca están los restos de la estatua de Hafez al-Asad que destrozaron los participantes en el funeral de una víctima y cuyos pedazos recogió al día siguiente el ayuntamiento como si fueran piedras estorbando en el camino.

En la plaza de Los Siete Mares y bajo la mirada de Ibrahim Hanatu[3] hay dos grandes fotos de Al-Asad. La que está entre las banderas del Baaz y Siria sobre el teatro Al-Afrah "ha sido purificada" y mientras bajo ella se lee “Que Dios proteja a Siria de la que Al-Asad es el dirigente”, un esmalte rojo cae de su cara sonriente mientras que el olivo ha dejado en su cuello un agujero de su vivo verdor.
 
El verdor de mi Idleb es más intenso que el de antes y le van muy bien las ropas de la libertad de las que me agarré por un lado, como si fuera una niña inocente por la tarde para seguir a los héroes en sus manifestaciones diarias tras la oración de Ramadán. Grabaré en lo más profundo de mi memoria el 26 de agosto: primera manifestación en mi Idleb y primera manifestación en la que mi voz dirigió los lemas y cánticos. Mi pequeña ciudad, una vez más, me guardó un sitio especial.

[1]Comida rápida muy común en Siria. Se trata de carne de pollo o cordero asada enrollada en pan parecido al de las fajitas mexicanas.
[2] Nombre que se da al ejército sirio
[3] Uno de los líderes de la revuelta contra los franceses, originario de Alepo (1869-1935).

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