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viernes, 1 de marzo de 2019

Hijo de puta


Texto original: Al-Jumhuriya 

Autora: Muna Rafei

Fecha: 01/03/2019 




Ahí está el sonido de las golondrinas repicando en las ventanas anunciando que se acerca la primavera 

Suena el despertador. Son las siete de la mañana. Insomnio que se deriva del sueño del que me ha privado durante horas. Aparto la oscuridad de mis ojos y veo la luz. La aparto también de mis oídos, y escucho a la golondrina que me recuerda que, hace unos dos años, el régimen inició la etapa de “purificación” final de mi ciudad; que, desde que llegué aquí, después de vivir en un barrio “liberado”, todo es diferente; y que, hasta ahora, no he podido asumir del todo que en algún momento estuve en la ciudad denominada “cuna de la revolución”, para terminar siendo una mera testigo muda que lucha contra su muerte. 

Y mi día comenzó con el deprimente camino al trabajo 

Más o menos a las ocho de la mañana, o después, o quizá antes, pasa cada día el coche de la cárcel, que es más bien como un camión de color gris, escoltado por delante y por detrás por vehículos militares, y con un claxon horrible cuyo sonido seré incapaz de olvidar mientras viva. Al principio, no sabía que era el coche de la cárcel. La mujer que esperaba a mi lado al service  [1] se apresuró y dijo que era el coche de la cárcel. El hombre que también estaba esperando suspiró y dijo que era el coche de la cárcel, y dijo que quizá iban de camino a Damasco para ser juzgados. El conductor del service nos dijo con amargura: “¿Habéis visto sus manos?” Elevó la voz buscando nuestra complicidad, y volvió a repetir, una vez nos hubimos apretujado dentro del service: “¿Habéis visto cómo agitaban sus manos hacia nosotros?” Todos nos quedamos callados y solo yo respondí que no los había visto: “Ojalá los hubiera visto”. El conductor del service nos explicó con amargura contenida que el coche de la cárcel era muy grande y se dividía en dos mitades ‒una para hombres y otra para mujeres‒ y que algunas manos solían hacer aspavientos desde la parte de arriba. Intenté seguir conversando con él, pero los ojos escrutadores, los oídos bien grandes y las narices apretujadas en el service nos obligaron a mantener silencio. El conductor siguió murmurando y subió el volumen de la radio, por lo que ya no pudimos seguir escuchando lo que decía. 

Y los ojos vigilantes nos acompañan al trabajo 

Un hombre moreno, esbelto, con un hoyuelo en el mentón, ayudaba a algunos funcionarios a llevar pesados bultos al interior, mientras sonreía a todos con un afecto que los demás le devolvían con profusión. Pensé si sería un nuevo trabajador, o amigo de alguno de ellos.

Al final del turno, encontré una hoja sobre mi mesa:

-Rellena todos los datos.

-Son muchos detalles.

-Rellena todos los datos.

Por ejemplo: ¡¿¿hay alguien en tu familia condenado??! ¿A qué colegio fuiste en primaria? ¿Y secundaria? ¿Has participado en algún pacto [2] antes?

-Rellena todos los datos.

¿Has viajado fuera del país?

-Rellena todos los datos.

¿Ha huido alguno de tus familiares del ejército? ¿Alguien de tu familia ha participado en este tipo de pactos?

-Todos los datos.

El hombre moreno y esbelto espera mientras nos recogen las hojas a los funcionarios, que debemos rellenar todos los datos. 

Y los niños crecen muy rápido 

Una mujer viuda, muy orgullosa de su hija de trece años, me contó que su hija tenía un don para dibujar y que se pasaba largas horas diseñando decoración. Le dije: “Inscríbela en Diseño Interior cuando crezca”. Sin embargo, tras retirarse una parte del velo negro que le cubría la cara, y dándome golpecitos con la mano, respondió: “Shh… La niña me ha dicho que no quiere estudiar, sino que quiere ir a la escuela militar y ser oficial como su tío”.

Después, llegó un silencio que se prolongó un año, hasta que le dije, sintiendo que los dientes se me rompían en la boca: “Que Dios la proteja”. “Que así sea, si Dios quiere”. 

Y la lluvia caía a mares, como si el cielo estuviera culpando a alguien que ni se inmutaba 

El service se retrasó a la vuelta y la lluvia no cesaba. Me detuve en el bordillo roto de la acera a esperar, y la lluvia seguía cayendo a mares. Las hojas que llevaba en la mano se empaparon, y la lluvia seguía cayendo.

Cogí un taxi.

A los pocos metros, nos paró un agente de tráfico, que reprendió al conductor por haberse parado en una zona prohibida; sin embargo, este sonrió con confianza, lo saludó y le entregó unos papeles. El agente los recogió y se los devolvió. Seguimos el camino. El conductor, que claramente no era taxista, me dijo que había trabajado en la inteligencia política, pero que se había pasado a labores administrativas en el ejército y que, por tanto, nadie podía, por imperativo legal, oponerse a él o ponerle una multa. También comentó que su tío paterno era subdirector de una de las sedes de seguridad e inteligencia, y su cuñado, oficial de la Guardia Republicana, así que conducía por diversión. Entonces me preguntó dónde trabajaba. Le contesté servicial: “En una organización local que se llama X”. “Perros, cab…nes: todos los que trabajan en ella son unos diablos islamizados. Merecen ser pisoteados y machacados. Son todos unos traidores. Si yo te contara.

No quise que me contara. Me mantuve callada.

-¿Dónde vives? ¿Cuántos hermanos tienes? ¿Dónde están? ¿Fuera? Pero, ¿de forma legal o…? ¿En qué trabaja tu padre? ¿Y tu madre? ¿La casa es alquilada o en propiedad? ¿Estás casada o soltera? Dame tu número.

Me negué, pero insistió. Me dijo: “Simplemente dame un toque”. Le dije que no tenía saldo, pero que me diera su número, que yo le llamaría. Accedió a regañadientes. Guardé su número con el nombre de “Hijo de puta”.

-Esta tarde me llamas, ¿me lo prometes?

-Te lo prometo.

-Los libres siempre cumplen su promesa. Espero tu llamada.

-…

Y, en efecto, alguien “libre” siempre cumple sus promesas. 

Y la noche del largo invierno no termina 

A veces pienso que, si la llama de la vela pudiera hablar, nos culparía por haberla abandonado y sustituido por luces de led, que funcionan con electricidad.

Mi hermana me ha dicho que cortaron la luz a las cuatro. Son las siete, las ocho, ya las nueve y nos acercamos a las diez. Los led están tan apagados que apenas iluminan. La oscuridad nos come las cabezas enterradas en los teléfonos móviles. Una amiga me escribe que en su edificio se sienten movimientos extraños, que “ellos” han irrumpido en la casa de sus vecinos por la fuerza, rompiendo la puerta, que hay toda una patrulla repartida por la parte de abajo y que ha visto a través de la mirilla (¿mirilla?) a un joven con los ojos tapados bajar acompañado con los efectivos, algunos vestidos de militares y otros, de civiles.

Dice que su familia está temblando. Miro a la mía, que también tiembla, pero de frío. Yo también, pero no solo de frío, sino también de miedo. 

Y me digo que el ayer se fue, y que hoy es un nuevo día en el que el sol luce de forma poco habitual 

Alguien me dijo que quería abrir un nuevo negocio y me ofreció trabajar con él. Dado que mi trabajo era temporal y se me acababa pronto, me pareció una idea perfecta, pero después de seducirme con castillos de naipes, me dijo que tenía que hacer una pequeña entrevista con un agente de la seguridad, que vendría a hablar con los interesados en el proyecto, para realizar los trámites para la autorización que debía emitirse en Damasco.

Me dijo que era algo rutinario para todo el que quiere empezar un nuevo trabajo y me informó de lo que debía y no debía decir, insistiendo en que Abu Majd, el hombre de la seguridad, me llamaría porque le había dado todos mis datos. Me aseguró que era muy “humano y adorable” y que era un trámite sencillo del que nada había que temer.

Se me quitaron todas las ganas de conseguir el trabajo y me arrepentí de haberlo aceptado.

Y apareció Abu Majd.

Abrió su gran cuaderno y empezó a escribir:

-¿Tu nombre?

-Muna.

-¿Miembro activo o simpatizante del partido? (Había olvidado el significado de ambas palabras [3]).

-Responde: ¿miembro activo o simpatizante?

-Miembro activo.

-Muy bien. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una reunión del partido? ¿Pagas cuotas?

-… No… No recuerdo… En el instituto… No sé.

-Por Dios, entonces eres simpatizante.

-Como usted diga.

-¿Ha estado tu padre alguna vez en la cárcel? ¿Tu hermano? ¿Tus tíos? ¿Y sus hijos? Bueno, ¿y el resto de la familia? ¿En qué trabajan tus hermanos y tíos que viven en el extranjero? ¿Desde cuándo? ¿Y cómo… por qué… dónde…?

El empresario me llamó de pronto, interrumpiendo el “interrogatorio”, para recordarme que le diera a Abu Majd “un detallito”. ¡En la vida se me habría ocurrido!

-Tome.

-No, no, por Dios.

-No es mucho: usted merece más.

-Por favor.

-Por la molestia.

-No puedo aceptarlo.

-Usted lo merece: no hay más que hablar.

-Bueno, vale.

Palpa el dinero y, antes de salir, se acerca un poco y me susurra: “Cualquier cosa que necesites en relación al trabajo, me llamas. Si no te dan la autorización, yo mismo hablaré con otros empresarios aquí, que son todos amigos míos. Puedo ayudarte para que te den trabajo”. 

Salgo para respirar y el camino se alarga 

Me subo al service y opto por el camino más largo. Los conductores ya me conocen. Al pasar por una rotonda recién renovada, vi a un hombre tirado en el suelo en la otra parte de la calzada, que parecía víctima de un accidente y estaba medio muerto. Los coches que venían en la dirección contraria pasaban sin inmutarse. El service se detuvo junto a él un instante y una mujer asustada dijo: “Salvadlo, está sufriendo”. Un hombre dijo con tono dubitativo que no nos incumbía, otra mujer comentó que llegaba tarde a su cita y el conductor del service dijo que ojalá lo pudiera salvar, pero que, si lo hiciera, el asunto lo salpicaría y la policía lo interrogaría, y que él no quería problemas. La mujer asustada gritó de nuevo: “¿Cómo vais a dejarlo ahí? ¡Salvadlo!” Nadie contestó y el conductor prosiguió su camino en la misma dirección, aunque a mí me pareció que íbamos “para atrás”, puesto que los ojos, las narices y las orejas aplastadas se giraban para ver el cadáver del hombre medio muerto tirado en la esquina de la calle.

Sentimos por un instante que era el cadáver de todos nosotros y que lo habíamos dejado tirado en el suelo agonizando.

[1] Medio de transporte colectivo urbano e interurbano que consiste en una pequeña furgoneta con sitio para unas 15 personas.

[2] Pactos entre la oposición y el ejército mediante los cuales algunas personas pueden retornar a zonas bajo control del régimen, con garantías teóricas de no sufrir represalias.

[3] En la etapa escolar, prácticamente se obliga a los alumnos a ser simpatizantes. Para ser miembro activo, ha de asistirse a reuniones semanales y pagar cuotas y es requisito para ser funcionario.

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