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miércoles, 3 de octubre de 2012

La represión muda



Texto original: Al-Quds al-Arabi

Autor: Elias Khoury

Fecha:01/10/2012



“En cada alminar
prestidigitadores y violadores,
lloran por Al-Ándalus
mientras Alepo es cercado” [1]

Esta estrofa la escribió Mahmud Darwish para contar la tragedia de Beirut durante el largo bloqueo israelí que arrasó varias partes de la ciudad en 1982.
Alepo era en el poema un símbolo que volvía al pasado para hablar en el presente de aquel terrible sentimiento de soledad durante el cerco, cuando los palestinos y libaneses sentían que el haberse desentendido de ellos y haberlos dejado a su suerte era un signo de la impotencia árabe en connivencia con el ocupante israelí.

Alepo, que fue recuperada por Mahmud Darwiah más de una vez en sus poemas, era la ciudad de Al-Mutanabbi [2], el poeta que se enfrentó a una decadencia cuyos primeros síntomas percibió, en una épica que fue la última antes de la dominación de la oscuridad cruzada y mogol sobre la tierra de los árabes.

“Cada vez que nos recibía el jardín decíamos
Alepo es nuestro destino y tú el camino,
Mires donde mires hay cruzados
¿Por dónde vas a tirar?” [3]

La épica del poeta Al-Mutanabbi llegó antes de la gran depresión y era una especia de ordenación final de la lengua y la poesía que protegió la lengua y los significados de la total destrucción que sufrió todo a manos de las salvajes hordas cruzadas y tátaras. Los cruzados destruyeron las ciudades de la costa, desde Trípoli a Acre, pasando por Beirut, Sidón y Tiro, los mogoles llegaron al  corazón de Bagdad y llenaron el Tigris con la sangre de la gente y la tinta de los libros.

Mahmud Darwish, también mientras escribía las grandes épicas de los árabes en nuestro tiempo, miraba desde el balcón de la poesía y la desgracia a la destrucción que venía: desde la destrucción de Bagdad a manos de los bárbaros de la ocupación estadounidense hasta la destrucción de Jerusalén a manos de los aliados cruzados de los bárbaros israelíes.

Pero Darwish, que se inspiró en la poesía del gran poeta árabe, hizo de Alepo un símbolo de las ciudades, y de su poeta, un nombre para la poesía que vivía en permanente nerviosismo.

“Siento una preocupación como si el viento soplara bajo mis pies
que paseo de derecha a izquierda”

Nosotros los que probamos las amarguras de la soledad en Beirut, especialmente tras la ocupación israelí, cuando nuestra sangre fue exterminada y derramada, y gritamos en nuestra oscuridad resquebrajada con la sangre, que nos habíamos quedado solos para soportar nuestros errores y los pecados de los árabes, a ninguno se nos ocurrió que nuestra soledad en el aislamiento de la muerte, la perseverancia y la voluntad se trasladaría a la ciudad de nuestra memoria poética en forma de tan salvaje destrucción y de incendios en la más bella ciudad de la Siria histórica.

Este carnicero quema Alepo y la destroza en medio de lo que parece el silencio y la connivencia que hoy quema al hombre y la memoria, el presente y la historia, para dejar tras su marcha inevitable una memoria de maldición y tristeza.

No hablo hoy de política, ni creo que sea útil hacerlo a la luz del cierre y encogimiento de los significados, pues la política en la Siria asadiana quedó fuera de juego.

La política es una lucha multilateral. Incluso en mitad de las más duras, mortales e intensas guerras, ha habido un margen para la lucha intelectual entre las opciones sociales, culturales y las visiones. Pero en esta lucha salvaje que dirige el régimen dictatorial en Siria contra su pueblo, el régimen ha derrocado todos los significados en sus consideraciones y ha descubierto que toda la ideología baasista no era más que un velo que impedía ver el fascismo escondido tras los lemas y declaraciones. No hay posibilidad de que el régimen y el pueblo se adhieran a una referencia ética compartida, porque el régimen dictatorial no tiene sensibilidad ética alguna, ni siquiera un sentimiento de pertenencia a la patria. Su única patria es su poder y su poder es el saqueo, y dicho saqueo se basa en la humillación y degradación de la gente, una humillación que nace del miedo, y el que aterra tiene miedo de todos.

Se trata de un círculo vicioso de demencia y crimen que impide toda búsqueda racional de una salida de la destrucción y la sangre. No habíamos visto nunca antes un salvajismo equivalente a este, que escapa a nuestra razón, más que en las invasiones bárbaras. Incluso la brutal guerra de Bosnia encontraba su justificación en el racismo nacionalista repugnante y estúpido. Pero esta guerra que los Asad han iniciado, para la que es imposible buscar justificación por mucho que se intente y que no se apoya en ninguna ley o pensamiento, es el asesinato por el asesinato y la destrucción por la destrucción; es la locura del dictador, su entorno y su séquito cuando ve el final y se comporta como si su inevitable final debiera significar el final del país y los que en él viven.

La escena de Alepo, tras las escenas de Homs, Hama, Deir Ezzor, los alrededores de Damasco y otras tantas ciudades, pueblos y aldeas que los aviones han dejado a ras de suelo resumen todo y hacen del discurso político justificativo del régimen una mera cobertura del crimen y una participación en él. Cuando la respuesta a las manifestaciones pacíficas fue pisotear y matar a la gente y cuando la respuesta a la negativa del pueblo a someterse y  deificar al dictador fueron los bombardeos con barriles cargados de explosivos desde los aviones, el régimen entro en la mudez del crimen.

Este crimen mudo carece de lengua y por eso carece de justificación para perder el tiempo en los corredores de diversión en los que se ha convertido su lengua. En cuanto a los aliados del régimen desde Rusia, que ha vuelto a despertar su pasado colonial difunto, pasando por Irán, que quiere que Siria sea el puente de un sistema que la convierta en una gran potencia aislada de su pueblo e inmerso en su discurso sectario; hasta Hezbollah, que parece olvidar tanto que la resistencia es un calificativo y no un nombre propio que se puede monopolizar, como que el uso de un calificativo en un contexto de alineaciones de las sectas libanesas en su lucha por repartirse un poder sin poder, es un suicidio.  Esos aliados se montan en el régimen sirio, que en su retroceso ha llegado al precipicio, para lograr sus pequeños objetivos por medio de la inversión en la sangre.

Hablar sobre el bloqueo de Alepo ya no es simbólico: el fuego incendia todo y estáis solos, sin ningún apoyo real de nadie. Estáis solos contra todo el Antiguo Régimen árabe. Solos en Alepo, Homs y Damasco creáis una revolución que nace de lo más profundo del rechazo a la humillación para llegar a un cambio que supere la desesperación y llegar más allá, donde se esconde la obscura esperanza, tejida con la aguja del dolor.

[1] Crítica a los hombres de religión que en realidad no sirven a dicha religión que se dedican a llorar el pasado cuando el presente es igual o peor.
[2] Epítome de la poesía árabe del siglo X.
[3] Se refiere a que, además de los peligros externos, los hay internos y que, por tanto, hay que elegir una estrategia efectiva.

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