Texto original: Al-Quds
al-Arabi
Autor: Elias Khoury
Fecha: 27/02/2018
Razan Zaitouneh, Samira Khalil,
Wael Hammada y Nazem Hamadi, dos mujeres y dos hombres secuestrados el 9 de
diciembre de 2013 en el Centro de Documentación de Violaciones, en la ciudad de
Duma, en la damascena Ghouta oriental, donde trabajaban como activistas en la
revolución siria.
En aquellos días, Duma estaba
sometida a la autoridad del “Ejército del Islam”, una milicia fundamentalista,
estrechamente relacionada con el Reino de Arabia Saudí. Hace cinco años que se
perdió su rastro. Todos los intentos de buscarlos o de saber qué ha sido de
ellos han fracasado.
La desaparición forzosa de esos cuatro
luchadores demócratas y laicos fue un indicio simbólico del funesto destino al
que estaba abocado el pueblo sirio en esta terrible masacre en la que
participan partes internacionales y regionales, pero de la que es el principal
responsable el régimen despótico que ha decidido destruir, y matar y abusar de
su pueblo, por negarse a adorarlo y decidir rebelarse contra la dictadura.
En Al-Ghouta oriental, estamos
presenciando hoy un nuevo capítulo de la matanza cuyos responsables se jactan
de perpetrar. Bashar al-Asad y sus acólitos bailan embriagados al son del ruido
de los barriles que rompen en pedazos los cuerpos de los niños. Putin y sus
soldados elevan muros para proteger a los asesinos porque son parte en el
crimen. Por su parte, el eje de la resistencia, liderado por Irán, afila feliz
los cuchillos, a la espera de una nueva matanza.
Finalmente, el “atroz” americano
se contenta con los restos de los cuerpos del pueblo sirio porque le asfaltan
el camino hacia Jerusalén, ahora que ha decidido trasladar su embajada a la
ciudad ocupada, el día del septuagésimo aniversario de la Nakba; los árabes del
petróleo se lanzan al regazo de Israel pidiendo protección; y el nuevo otomano
solo se preocupa de la guerra contra los kurdos.
Frente a esto, la población de
Al-Ghouta muere bajo los escombros, con la desesperación típica de la víctima. Sus
lágrimas se han convertido en sangre y sus gritos plantean un reto a esta
historia que se ha convertido en un matadero.
Que el camino a Jerusalén pasa
por las ciudades y pueblos sirios no era una mentira como algunos pensaban. Sí,
nuestras ciudades destruidas fueron el camino a Jerusalén, pero los de la
resistencia mintieron un poquito [1]. Dijeron que la destrucción y erradicación
de su pueblo a manos de Bashar al-Asad y sus aliados constituía el camino de
los árabes y palestinos a Jerusalén, sabiendo que lo contrario era lo correcto:
el asesinato del sueño democrático y la insistencia en hacer a los pueblos
esclavos es el camino de los sionistas y los estadounidenses a Jerusalén, un
camino asfaltado por los asesinos con la sangre del pueblo sirio.
Veo la Al-Ghouta sacrificada a
través de los ojos de nuestros cuatro compañeros, que fueron las primeras
víctimas. Los veo en la oscuridad de la desaparición, temblando de enfado y
pena. Miro sus palabras que cubren los cuerpos de los niños de Al-Ghouta para
protegerlos de la desintegración. Rozo sus dedos amputados por la represión,
cuando intentaban escribir una palabra que anunciara el derecho y la verdad en
mitad de la mentira.
Los veo en su oscuridad,
iluminada por la voluntad de libertad, mientras ven el golpe del tiempo con una
sonrisa de tristeza y se lamentan por sus estúpidos captores, que pensaron que
podrían robarla la revolución a sus dueños. Después veo en sus manos un paño
con el que borran los restos de las palabras de quienes se plegaron al
liderazgo de la revolución y a quienes los errores y pecados de dicho liderazgo
condujeron a los acantilados de los agresores. Los veo sacudiéndose por los
reyes del queroseno y el gas que quisieron aprovechar la revolución prostituyéndola y
terminaron como ecos pálidos del proyecto sionista.
Pero también sienten náuseas y vergüenza
ante un discurso que se dice antiimperialista y se convierte en un instrumento
para dividir pueblos religiosa y confesionalmente, un instrumento que ya
intentaron utilizar los colonos a lo largo de su historia, pero hoy vemos cómo
esos colonos se sorprenden por la capacidad de los radicales de la resistencia,
y su otra cara, representada por los takfiríes, para hacer realidad lo
que la cultura del orientalismo y los líderes del ejército de ocupación, fueron
incapaces de lograr con semejante ingenio durante todo un siglo.
Imagino cuatro pares de ojos
escudriñando el horror del despotismo ocupante desde hace cinco décadas de mano
de un oficial golpista, que aplacó su sed con la sangre libanesa y palestina
como entrenamiento previo al inicio de la matanza de Hama de 1982. Un
despotismo que convirtió en una gran cárcel en cuyo centro estaba la temible
cárcel de Tadmor, antes de entregar el poder a su hijo, el oftalmólogo, que
entendió que debía destruirla entera y entregarla a las potencias coloniales
antes de enviar al infierno a cuatro pares de ojos cuyos espejos rotos
reflejaban todo el dolor sirio y árabe. Ojos que ven en la oscuridad alumbrados
por el amor y la voluntad aquello que nuestros ojos, contaminados por la muerte,
no son capaces de ver.
Recurrimos a sus ojos para que la
oscuridad no nos invada y vemos, tras toda esta destrucción, la perseverancia
de un gran pueblo, cuyo dolor dibuja el camino a la resistencia contra los
estúpidos dictadores, racistas y sectarios, que se alzaron a comienzos de este
nuevo siglo.
Esos ojos son el horizonte de la
vida a pesar de la muerte.
Razan, Samira, Wael y Nazem están
en el lugar que el poeta Mohammed El Fitory imagina mientras describe la
ejecución del secretario del Partido Comunista sudanés Abdel Khaliq Mahjub, a
manos del dictador Yaafar al-Numeiri la mañana del jueves 28 de julio de 1971
en la cárcel de Cooper.
Abd al-Khaliq quedó fuera del
tiempo tras su ejecución en la horca, pero su corazón latía con amor:
“Me mataron y mi asesino me negó.
Lo siento frío en mi hombro.
¿Quién soy yo
sino un hombre fuera del tiempo?
Cada vez que deforman una nación,
digo: Mi corazón está sobre mi
patria”.
[1] Se refiere a unas
declaraciones de Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah en Líbano, en julio de
2015, en las que dijo que el camino a Jerusalén pasaba por Damasco.
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