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domingo, 10 de marzo de 2013

El cuerpo de la mujer entre la vergüenza, el honor y el velo: ¿cómo vive el ser humano en el cuerpo femenino?



Texto original: Souriatna 

Autora: Aya Atassi

Fecha: 10/03/2013


"Resiste y levántate
antes de que te extingas"
(Foto de Dana Baqdounis)


 Se trata de una cuestión que plantearon un grupo de hombres defensores de la libertad de la mujer que salieron a la calle con zapatos de tacón en una marcha en solidaridad con las mujeres en el Día Internacional de la Mujer. Sus cuerpos se balanceaban y sus pasos parecían pesados: no basta, hombres, con ponerse sus ropas y estrujar tus pies en sus zapatos para ver el mundo a través de los ojos de una mujer ni para que tu corazón reproduzca la ansiedad femenina y tu interior se redondee para dejar espacio a un feto, que comienza como un grano para convertirse en un mundo entero.

El excepcional viaje de la mujer en nuestros países comienza el día en el que su cuerpo se convierte en un problema y una vergüenza, que suele resolverse cuando ella lo cubre o se lo cubren. En ese momento, la mujer comienza a aprender que su cuerpo no le pertenece solo a ella, sino que quien lo posee es su padre, su hermano y después su marido y su hijo, llevándolo como una carga más que llevándolo él a ella. En él atraviesa países cuyas calles no pueden protegerla de la agresión física, verbal y visual. Se acostumbra a tragarse el roce de la mano en celo, la suciedad de un comentario vulgar y el guiño de una mirada indiscreta, como una especie de impuesto que ha de pagar en una sociedad machista en la que es un ciudadano de segunda categoría.

¿Hasta qué punto han tenido éxito los movimientos feministas en liberar a la mujer y en qué medida podemos hablar de la igualdad entre sexos?

Lejos de los lemas sonoros y la propaganda verbal, la realidad demuestra que hemos caído víctimas de una gran mentira llamada “igualdad”. Nos han inventado el modelo de la “superwoman” que puede trabajar dentro y fuera de casa codo a codo con el hombre, y que puede al mismo tiempo ser una madre ideal y una esposa completa. Esa mujer en realidad es un ser humano exhausto y desgastado, que intenta con torpeza sujetar cien bastones para mantenerse en equilibrio sobre una cuerda suspendida sobre las pérdidas. Deja que muchos bastones caigan en un profundo y estrecho valle para mantener su equilibrio y seguir el camino, a pesar de todas las frustraciones y desencantos, y se encuentra al final cercada por las obligaciones del hogar que suelen tocarle siempre. Se ve a sí misma recibiendo sueldos inferiores a los del hombre en el mercado de trabajo, y generalmente su feminidad queda en una estantería, sin encontrar el tiempo suficiente para dedicarse a sí misma. Finalmente descubre que el concepto de “superwoman” que puede con todo no es más que una ilusión y que no hay más opción que rendirse al estrecho margen que tiene dentro de una sociedad que gobiernan las costumbres, las tradiciones y la mentalidad machista. 

Tal vez la igualdad entre la mujer y el hombre en nuestra sociedad siria gobernada por la dictadura sea cierta en tanto que igualdad de represión y maltrato. Ni las cárceles del despotismo ni el látigo del torturador diferencian entre la mujer y el hombre, como si no hubiera identidad ni género para la tortura en Siria. 

Cuando se elevó el grito de la libertad para derribar las paredes de la gran cárcel, fue un grito de toda la sociedad: mujeres y hombres. La mujer no necesitó mucho para seguir el eco, pues entre la libertad y la mujer hay una relación secreta propia, hay una mutua comprensión, una connivencia y unos proyectos. La mujer salió a manifestarse codo a codo con el hombre y fue víctima de la detención y la tortura. Su espíritu fue violado, como también lo fue su cuerpo, para ensañarse en la humillación de la mujer, ya que el hombre en la sociedad ve en el cuerpo de la mujer un símbolo del honor de la familia y su dignidad. Así, no fue inocente que los activistas fueran humillados y su dignidad atacada por medio de los comentarios sexuales y vulgares que se hacían contra sus mujeres y madres, y todos recordamos al hombre que arrastraron los rebaños de shabbiha por las calles de una ciudad siria y que en el momento previo a la muerte pidió ver a sus hijos antes de entregar su espíritu. Cuando el shabbih le contestó diciendo que le dejara a su mujer para hacer con ella lo que quisiera a cambio de ver a sus hijos, el hombre le dijo la famosa frase, y quizá la última de su vida: “Por Dios, no: mi mujer es la corona de mi cabeza”. Fue el más bello anuncio de amor sirio que un hombre podía ofrecer a su esposa: un hombre en el umbral de la muerte, pero que tiene tiempo para proteger a la madre de sus hijos y la levanta por encima de sus ojos, la aleja de sus manos y la coloca como una corona sobre su cabeza.

A pesar de la crudeza y amargura de la experiencia de la prisión asadiana, las detenidas han salido con más fuerza y determinación para alcanzar la libertad. Se criticó duramente la campaña para proteger el honor de las presas que habían sido violadas en las cárceles sirias. Algunos activistas expresaron su deseo de casarse con ellas para protegerlas, y la respuesta de las ex detenidas fue que se rebelaron porque querían su libertad, no maridos y matrimonios falsos, pues el sueño de la mujer siria hoy ocupa toda una patria libre y no se reduce al hogar marital.

La revolución siria no solo ha desestabilizado la estructura de la dictadura política, sino que también ha desestabilizado la estructura del ser humano sirio al completo. ¿Cómo va a liberarse una sociedad de la dictadura política si no se libera de la dictadura cultural y social? La revolución ha abierto las ventanas que estaban cerradas y ha planteado todas las cuestiones pospuestas sobre la religión, el legado cultural y la posición de la mujer en la sociedad, cuestiones que tal vez nuestra sociedad exhausta por los largos años de represión necesite mucho tiempo para responder y mucha valentía y auto-confrontación -antes de confrontar al otro- para encontrar soluciones a dichas cuestiones.

Recuerdo aquí la polémica y el gran revuelo provocado por la activista Dana Baqdounis y el hecho de que se quitara el velo tras la revolución escribiendo una pancarta en la que anunciaba que estaba a favor del levantamiento de la mujer porque ella no se le permitía que el aire rozara su cuerpo y su cabello. Al margen de nuestro acuerdo o desacuerdo con la forma provocadora y polémica en que lo hizo, planteó un problema que viven muchas jóvenes en relación al velo y su derecho a ponérselo y quitárselo. Muchas jóvenes practican la hipocresía social y se ponen el velo como una máscara sin convicción, por lo que el velo se convierte en una cortina tras la cual se esconden para que puedan hacer muchas cosas a escondidas y bajo su protección. Por supuesto, no negamos que muchas mujeres llevan el velo por convicción y sienten su presencia y su libertad más cuando van veladas. Su elección ha de ser respetada y se debe ser leal a su convicción, pues la sociedad siria es la que permite a todos expresarse y expresar sus diferencias con toda libertad. Una sociedad en la que no nos hacen falta ciento una máscaras para enfrentarnos al resto.

A fin de cuentas debemos respetar nuestras diferencias y semejanzas y no emitir prejuicios sobre el ser humano según su apariencia exterior, pues ni toda mujer velada es una santa, ni toda mujer sin velar es promiscua. Debemos deshacernos de la relación establecida entre el honor y la moral de la mujer por un lado y la cantidad de carne que enseña por otro, y dejar de considerar que el cuerpo descubierto es una tarjeta de invitación al acoso. Lo que llama la atención verdaderamente es que la media de casos de acoso en Egipto ha aumentado en los últimos tiempos, cuando también ha aumentado la media de uso del velo, así ni las veladas ni las que llevan niqab (cubren el rostro y solo dejan ver los ojos) se han librado del acoso. Esto demuestra que el problema está en las cabezas y la educación errónea, no en el grado de cobertura o no cobertura de la mujer.

El despotismo político caerá al final y la revolución triunfará, pero comenzará entonces una nueva revolución, una revolución para derrocar todas las dictaduras plantadas en los cerebros, una revolución contra nosotros mismos y contra el otro, y solo cuando la mujer sea una ciudadana igual al hombre, en derechos y deberes, vencerá la revolución: sin la libertad de la mujer, nuestra libertad estará coja.

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