Fecha: 29/08/2011.
Autor: Elias Khoury.
A nadie le ha sorprendido el salvaje asalto contra el artista Ali Ferzat. El hombre que encarnó los sueños de la gente con libertad y valentía seguirá atemorizando al régimen con sus dedos rotos. El artista, con su delicado cuerpo que parece estar a punto de echar a volar mientras camina, y con su ironía mordaz, decidió situarse junto al pueblo y expresar (en sus dibujos) la libertad que están construyendo los sirios y las sirias con su sangre derramada. Con ello, ha dado una gran lección al colectivo intelectual sirio y árabe sobre el significado de ser artista e intelectual en tiempo de dictadura.
Los dibujos de Ali Ferzat le han conferido un lugar especial en los corazones sirios. Nunca temió por su fama porque esta le viene dada por su valía, su arte y su innovación, al contrario de lo que sucede con otras figuras fabricadas o promovidas por el régimen y sus vulgares fábricas de cultura. Por eso, Ali Ferzat nunca formó parte de la legión de insolentes dirigida por Duraid Lahham o del resto de héroes “de la ausencia” que se embriagan con la represión. Tampoco estuvo entre las filas de la legión de los ingenuos, que encabeza George Usuf, ni en la legión de los medio mudos que balbucean generalidades para evitar tomar una postura clara y verdadera.
Ali Ferzat pertenecía a su arte. Para ser fiel al arte de la caricatura, consideraba que la condición esencial era la fidelidad al ser humano y a la expresión de sus sentimientos. Eso es lo que el dictador, rodeado de mentirosos y aduladores, no termina de entender. El régimen no ha podido comprender cómo salió May Skaf a la calle a manifestarse, ni cómo Samar Yazbek escribió lo que escribió (y ello a pesar de que es una escritora), ni cómo Ibrahim Qashush pudo cantar, ni cómo escriben Yassin al-Hajj Saleh o Ali al-Atassi o Michel Kilo, ni cómo hablan Husein al-Awdat, Burhan Ghalioun o Fayz Sara.
De lo que no es consciente el régimen dictatorial es de que esos y muchos otros se manifestaron, dibujaron y escribieron por fidelidad a sus profesiones y en defensa de las mismas y de su honor. Ese es el verdadero equilibrio intelectual sin el cual no se puede hablar de cultura e intelectualidad. Por ende, todo lo que se diga acerca de la separación entra la producción artística y la moral (del artista) constituye una amenaza para la cultura y el arte y conlleva su destrucción.
En el tiempo en que la sangre corre por las calles, el intelectual no puede quedarse callado sin desentenderse primero de su profesión y mancillar el honor de la misma y el suyo propio bañándolo en el barro. Esto es algo que sólo pueden hacer los vagabundos y los oportunistas insolentes. Por el contrario, el artista o el escritor íntegro se sitúa a sí mismo sin dudar en las filas de los coercionados, los perseguidos y los oprimidos. No es que se identifique con ellos, sino que es parte integrante de los mismos a través de su producción e innovación.
¿Acaso piensan los dictadores y los líderes de la mafia en Siria que pueden callar la voz de la libertad destrozando los dedos de un dibujante? ¿O tal vez han perdido su capacidad de control sobre el torrente de sangre que los azota y han decidido dar una lección de miedo a los intelectuales sirios, a través del ejemplo de Ali Ferzat?
No creo que podamos ofrecer un análisis racional de la salvaje actuación del aparato de represión sirio. Algo de la histeria del final que se acerca llama, con sed, a la sangre de las víctimas, una sed que no se aplaca y que no conduce más que al derramamiento de más sangre y al aumento de las manifestaciones. Desde el inicio de la revuelta, con los niños de Deraa, el régimen se volvió loco y perdió su capacidad de controlar su instinto criminal. Sus actuaciones, que se han extendido por cada rincón de Siria, no han servido de nada, porque en vez de aterrorizar a la gente, han contribuido a derribar el muro del miedo.
Sí, en vez de haber servido la represión para atemorizar al pueblo, se ha convertido en la expresión del miedo que el pueblo provoca en el régimen. Esta confianza en uno mismo y en los zapatos y botas de los soldados, que pisotean los cuerpos y las cabezas y obligan a los detenidos a divinizar a los dirigentes del régimen, no es más que la expresión última del miedo, una forma salvaje de miedo, que la gente le provoca.
Lo que querían los matones del régimen con este asalto al artista Ali Ferzat no era asustarle a él como parece a primera vista, sino que fue una expresión del miedo que siente el dictador de los dedos que dibujan, del delirante escalofrío que le produce una voz que canta y del terror que en él provoca un bolígrafo que escribe. Esa es la encrucijada de la caída. El que tiene miedo pierde la capacidad de adoptar posturas racionales y de dirigir la batalla de tal manera que se asegure del éxito de sus métodos y su eficacia. Esto se debe a que no ve en el espejo de su país más que su propio miedo, dejándose llevar por sus instintos que le hacen caer en la dinámica de la acción-reacción. Eso es lo que sucedió con los niños cuyos cuerpos fueron deformados bajo la tortura, y con Ibrahim Qashush cuya garganta fue cortada para después ser arrojado al río Orontes, y con Ali Ferzat, que fue atacado en un acto de venganza ciego y temerario.
¿Qué le decimos a Ali Ferzat cuando sus amigos se encuentran entre los que escriben la gran epopeya de la resistencia en la historia de los árabes? Las palabras de solidaridad carecen de importancia y la postura de condena del atentado ya no tiene sentido. Por otro lado, la llamada a la opinión pública árabe y mundial se ha repetido tanto que ha perdido su validez. No tenemos nada que decirle excepto que aprendemos de ellos los valores de la valentía y la integridad y vemos en ellos la luz, la esperanza y la posibilidad de que los significados vuelvan a transmitir lo que transmitían.
Mientras Ali Ferzat recibía los golpes en sus manos, en su cabeza y en su cuerpo, vi allí a Naji al-Ali* y a su niño palestino agachándose sobre las heridas del artista, acogiendo su sangre que se derramaba en el flujo de su propia sangre que se derrama impunemente cada día y con la que ambos dibujan el signo de la libertad sobre Damasco y Palestina. Allí, cuando el artista se encontraba rodeado por los grupos criminales que humillan la dignidad del pueblo sirio a diario, sintió la fuerza del arte y la debilidad de los criminales. Les dijo que temieran, les dijo que todos esos tanques no les protegerían de la lluvia de la primavera damascena, les dijo que se marcharan antes de que fuera demasiado tarde. Cuando se despertó en el hospital y vio las vendas se rió de la cobardía de esos hombres. Cogió un papel y dibujó en él su propia mano diciéndoles adiós.
* Caricaturista palestino asesinado en Líbano a finales del siglo pasado, conocido por incluir en todos sus dibujos a un niño de espaldas llamado Handallah, del que decía que sólo se daría la vuelta cuando palestina fuera libre.
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