Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 05/08/2013
¿Cuál es la diferencia entre la detención y el secuestro?
Esa es la pregunta que Yusuf Abdelaki nos devuelve desde el
lugar en que se encuentra en Siria. No podemos decir que Yusuf sea un preso,
porque no sabemos dónde está retenido ni la acusación dirigida contra él. Lo
único que sabemos es que los servicios de seguridad sirios lo han secuestrado
junto con dos amigos, y que el destino del gran artista sirio sigue siendo
desconocido. ¿Acaso lo han detenido por firmar manifiestos contrarios al régimen
despótico de su país y por ser un activista del movimiento pacífico contra la
dictadura? ¿O tal vez ha sido por ser un dibujante cuyos cuadros pintaban
elocuentemente el dolor volviéndose cada pintura un grito que sale de lo más
profundo y convirtiéndose la pintura en blanco y negro en un signo del absurdo
de la dictadura?
Todo lo que sabemos es que es un artista que ha
desaparecido, y que el régimen que lleva dos años y cinco meses librando su
salvaje lucha contra el pueblo sirio, ha decidido romper el pincel del artista,
del mismo modo que intentó romper los dedos del caricaturista Ali Ferzat y
arrancó la garganta de Ibrahim Qashoush antes.
Hablamos del secuestrador como si fuera un régimen político
con el que los llamamientos sirven de algo, cuando eso no es cierto. Siria
lleva cuatro décadas gobernada por una tropa semejante a la mafia. Esta tropa
ha dirigido el país por medio del asesinato, el secuestro y la siembra del
terror, echando por tierra todas las leyes y colocándose sobre la cumbre de la
masacre. Se ha dedicado a asesinar, exiliar y arrasar con el objetivo de
adoctrinar al pueblo sirio y domesticarlo para convivir con la humillación y el
miedo. Desde la masacre de Hama en 1982, hasta la terrible cárcel de Tadmor,
creó jaulas para el pueblo teñidas con la sangre de las víctimas. Y cuando
estalló la revolución siria en marzo de 2011, esta banda se convirtió en una
máquina de matar insaciable.
Esta máquina ha secuestrado al gran artista Yusuf Abdelaki,
y lo ha puesto en alguna cárcel, en
algún lugar, para encadenar el cuadro. Yusuf Abdelaki, en su celda -o algo
parecido-, sonríe con dolor y altanería, mientras continúa su relación con la
luz y la oscuridad, y dibuja con el negro con que cubrieron sus ojos la negrura
de la represión moteada por la blancura del lienzo.
Me encontré con Yusuf como historia antes que como pintor.
Iba al taller del artista Émile Monem en Beirut, donde preparábamos la maqueta
de la revista “Carmel”. La puerta estaba cerrada porque Émile no estaba, pero
vi a una chica siria llamada Hala Abdallah sentada en el umbral visiblemente
entristecida. Dijo que había venido de Damasco porque había detenido a Yusuf.
Así me encontré con Yusuf, a través de esa chica que se
convirtió en su compañera de camino. Nuestro primer encuentro fue debido a la
cárcel y después me encontré con él otras veces en su exilio en París. Empezó a
publicar en “Al-Mulhaq” (El apéndice), donde yo trabajaba, sus grandes dibujos
caricaturescos. Y hoy me encuentro de nuevo con él, mientras recupera la
historia de cárcel con su patria, y sigue su lucha por medio del pincel,
manteniendo su postura contra la oscuridad de la dictadura. Lo raro es que ni
un solo día me he preguntado por su arte, ni por la escuela artística a la que
pertenece. Sus dibujos nos llegaban listos a modo de piezas artísticas
sorprendentes, como si siempre estuvieran ahí, sin necesidad de preguntarles
nada. Ellos eran la cuestión que nos sorprendía con su sencillez, profundidad y
capacidad de filtrarse en lo más profundo de nuestro corazón y nuestra
existencia.
Sus peces muertos con las cabezas cortadas, el clavo que se
hunde en la madera, el cuchillo tras degollar
un pájaro, una lata de sardinas o esos cerebros desnudos conformaban una
extraña mezcla de realidad que llevaba su realismo al extremo, librándose de la
prisión de la realidad y convirtiéndose en una llamamiento de posibilidades
inagotables. Se metían en nosotros y se levantaban como espejos ante nuestras
almas que permanecían en un estado entre el shock y el dolor.
Nada se parece a ese dolor sirio que la pluma de Yusuf
Abdelaki dibujó más que al dolor mismo. Nada se eleva por encima de esta
frialdad dibujada en blanco y negro… Una frialdad salida del hielo de la represión,
y que ofrece el testimonio más elocuente del poder de la vista de convertir la
pesadilla siria en cuadros dibujados con carbón.
Los colores no están ausentes en la pintura de Abdelaki,
pero se difuminan en la coloración del negro y el gris, quedando el color
insertado en el no-color, igual que la vida nace de la muerte.
Nunca le pregunté por el arte que producía, pues esta nació en
un lugar oculto conformado por el silencio, y brotó de pronto como si hubiera
nacido así, completa, y no necesitara explicación.
Un arte que no necesita explicación
porque nos ofrece múltiples posibilidades de interpretación. Ahora he
comprendido que Yusuf Abdelaki no dibujó más que para convertir el dolor en un
grito desnudo que no pide que nadie le rescate.
¿Preguntamos por qué secuestraron a
Yusuf Abdelaki o preguntamos a Siria hasta cuándo van a seguir muriendo y
siendo secuestrados sus hijos e hijas? ¿Hasta cuándo podrá seguir la dictadura deleitándose?
Cuando me encontré por primera vez con
Yusuf era un luchador por la libertad en su país y en el mundo árabe. Cuando
nos encontramos en el momento de su secuestro seguía siendo un luchador por el
mismo objetivo. Y mañana, cuando Yusuf y su pueblo se liberen de los ogros, nos
encontraremos de nuevo con él y será como acostumbra un luchador, un artista y
un ser humano. Y entonces, veremos a Siria dibujada en blanco y negro, mientras
nos descubre sus colores, y veremos en las pequeñas diferencias del color único
posibilidades incontables de color.
Libertad para Yusuf Abdelaki, porque es
hijo y creador de esa libertad.
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