Texto original: Al-Modon
Autora: Farah Qubaysi
Fecha: 28/07/2013
Bajo el puente de “Cola” (Beirut), varias familias sirias duermen
en el suelo, mientras las instituciones de Seguridad, los ministerios y algunos
medios dicen que la mayoría de las familias son “beduinos” y “gitanos” que “se
aprovechan de la situación de asilo de los sirios”, como si eso justificara el hecho
de no responsabilizarse de ellos. Entre las familias, hay quien ha venido de
Latakia, de Alepo, e incluso de Bab al-Tabbane en Trípoli (Líbano), personas que
abandonaron sus aldeas a la fuerza para
buscarse un espacio en esta zona. Familias, conformadas por ancianos y jóvenes,
niños y mujeres, que trajeron consigo en la maleta historias de una enorme desgracia
humana para repartírselas bajo un mismo puente.
Hace apenas dos semanas, eran centenares los que dormían
sobre la acera bajo el puente. Gracias a los “esfuerzos” del ayuntamiento de
Beirut, y la coordinación con las fuerzas de seguridad, la zona fue desalojada,
exceptuando a algunos recién llegados y alguna familia, que se afanan en eludir
las rondas de los agentes de seguridad para conseguir unas pocas horas de
descanso bajo el puente antes de que se les eche, para volver de nuevo a
instalarse.
El fenómeno de los desplazados bajo el puente de “Cola” no
es nuevo, pues algunos de los que acostumbran a pasar por la zona recuerdan
bien al hombre de cincuenta años que utilizó durante años el puente como casa,
y que se negaba a mudarse a una residencia por orgullo propio, como solía
decir. Hoy, el puente se ha convertido en refugio de decenas de personas y
familias sirias ante el incesante flujo de refugiados a Líbano. Las cifras
oficiales del Alto Comisionado para los Refugiados de la segunda semana de este
mes, indican que el total de desplazaos sirios que reciben ayuda de dicho
organismo y sus socios es de 604.000 (más de 517.000 registrados y 87.000 que
esperan serlo). Los que están registrados se reparten actualmente por el norte
de Líbano (35%), la Bekaa (34%), Beirut centro y sur (18%) y el sur de Líbano (13%),
pero los que viven bajo el puente de Cola no son registrados por el Alto
Comisionado para los Refugiados, ni han visto del Estado libanés más que sus
brazos de seguridad que se dedican a echarlos del lugar.
“Lo más barato son $40 en un hotel por noche, ¿de dónde los
voy a sacar? Los policías nos persiguen como si fuéramos criminales. ¿Dónde
vamos a ir?, pregunta Ahmad, uno de los refugiados bajo el puente de Cola. A su
lado, está sentado Nassuh, que vino con once de sus hijos desde Latakia a Cola
hace dos días, tras perder su fuente de ingresos. Trabajaba fabricando prótesis
dentales “de cromo y platino”- dice-, profesión que heredó de su padre. “Tuve
que marcharme de Siria, no voy a dar tierra para comer a mis hijos”, dice el
que ha venido por primera vez a Líbano. Nassuh no puede pagar una habitación
donde alojarse. Buscó en la zona de Awza’i, y se encontró con que por una “habitación
en la que solo entraba un retrete” debía pagar $300 de alquiler mensual. Así,
se fue con su familia a refugiarse en la acera. “Si hubiera tenido trabajo en
Siria, me habría quedado: hoy me cuesta no afeitarme la barba, cuando antes lo
hacía a diario”. Nassuh se pasa el día sentado bajo el puente, no pide nada a
nadie, solo que las partes a quienes les concierne el asunto en las
instituciones, el gobierno y la ONU se preocupen por sus hijos. Esas familias
se quejan en su mayoría de la
negligencia y repiten, y al contrario de lo que dijo el ministro de Asuntos
Sociales, Wael Abu Faour sobre que las familias supuestamente se niegan de
entrada a recibir ninguna ayuda, que nadie les ha visitado, ni asociaciones ni
organismos de ayuda.
Sabah, por ejemplo, una mujer que vino de Damasco hace siete
meses y que se refugia bajo el puente desde hace tres semanas, no tiene más que
un trozo de cartón sobre el que sentarse y dormir. No puede moverse debido a
que sufre una parálisis en las piernas y su mano izquierda. Entre las familias
sirias exiliadas, ha encontrado quien le haga compañía, reduzca su dolor y se
encargue de su enfermedad. Muhammad, su vecino, se la ayuda a ir al baño del
aparcamiento cercano. Sabah no quiere más que poder caminar de nuevo, lo que
exige 50 sesiones de terapia, según le dijo un médico de un hospital de Beirut,
que no puede pagar: “No quiero que me curen la mano, solo quiero caminar, para
no ser una carga para la sociedad”, dice.
Pero de la enfermedad es de lo que menos se quejan. De más
de una boca hemos oído cómo han sido víctimas de ataques de “delincuentes” y de
cómo les han robado a punta de cuchillo lo que habían reunido a lo largo del
día, unas mil libras (50 céntimos de euro), o la comida que alguien solidario les
había repartido. “¿A quién nos vamos a quejar?”, pregunta Muhammad. “Estamos atrapados
entre los criminales y la persecución de las fuerzas de seguridad”, añade.
Una fuente en el ayuntamiento de Beirut ha declarado a Al-Modon
que las fuerzas de seguridad han comenzado a llevar a los sirios que están bajo
el puente que se extiende desde Cola hasta Salim Salam, a un centro que reúne a
los refugiados sirios en Alia, sin dar más explicaciones. La misma fuente ha
informado de que las rondas de los servicios de seguridad tienen como objetivo
que no se formen más aglomeraciones en la zona. Hasta el polvo y la tierra de
las aceras bajo el puente cierran el cerco a los sirios en Líbano.
Nada raro en un país fascista...entre la injerencia occidental y los fascistas islámicos (neoliberales), toda mi solidaridad con la resistencia laica en Oriente Medio.
ResponderEliminar¡Viva la República Socialista Árabe de Síria!
Nota: paso ya de explicar mi posición respecto al conflicto sírio a estas alturas...con tanto bicho sectario suelto que hay por allí(aquí).