Texto original: NOW
Autora: Razzan Zaytoune
Fecha: 07/07/2013
Autora: Razzan Zaytoune
Fecha: 07/07/2013
A Fida al-Ba'li…
No suele pasar que uno se despierte y vea que ha perdido,
por ejemplo, un ojo. Su ojo que estaba parpadeando apenas unos segundos antes
de cerrarse, no suele desaparecer de pronto para que ocupe su lugar una piel
suave, como si nunca hubiera estado ahí.
Si eso sucediera, provocaría un terror y una tristeza inmensurables.
La mera posibilidad de que ello sucediera haría que la vida se tornase
histérica debido a las preocupaciones y a la futilidad de la misma. Uno
desearía perder su ojo y que sus miembros se cayeran uno a otro, con la mayor
brevedad posible y en ese preciso instante, para no vivir la angustia de
esperar que se fueran cayendo parte por parte durante días, meses y años.
Quizá por eso Abd Allah se ofreció voluntario para acostarse
en la tumba de su amigo, con el pretexto de asegurarse de que era suficientemente
amplia para su cuerpo mártir. “Me preguntaron si era suficientemente amplia la
tumba, y me tumbé en ella, me moví y dije que sí era suficiente”. “Entonces me
eché a llorar: Hermano mío, Yihad Shihabi, me he equivocado. Si el cielo no es
suficientemente amplio para ti, ¿cómo va a serlo una tumba?”.
Quizá por eso me sobreviene un deseo terrible de ir donde
cae el proyectil para recibirlo en mi cuerpo y terminar.
¿Cuál es si no la manera de tratar con la inesperada desaparición
de personas a nuestro alrededor? ¿Qué magia negra hace que cada día un amigo
que estaba sentado ante nosotros unas horas antes esté ahora tumbado en una
tumba, con el cuerpo destrozado, y con todas sus historias, risas y palabras
cubiertas de tierra? Nuestras citas son incontables y esperarlo no tiene
sentido ni valor
La cuestión no se limita solo a los amigos, sino que se
extiende incluso a aquellos que han pasado momentáneamente por nuestra vida y
no esperan que los recordemos. El vecino torpe, el niño de la calle de al lado
que solía molestarnos con su juego, el vendedor de gasolina que pedía el doble
del precio, la mujer desconocida al final del barrio, cualquiera puede
desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Y antes de que nos demos cuenta de
que ha desaparecido, incluso antes de que lo creamos, nos encontramos mirando
con ojos escrutadores su frío rostro en un vídeo absurdo y neutral
En vez de lamentarnos por quien se ha ido, llorándole como
debe ser, en vez de penarlo, guardar un minuto de silencio o de shock, nos
ahogamos pensando en quién caerá después, en dónde, cuándo y cómo. ¿En una
hora? ¿Antes de comer? ¿Mientras tomamos el café? ¿O durante una reunión que muestre
cómo de perseverantes, valientes y pacientes somos que permaneceremos hasta que
caiga el último párpado, y cómo de feo e hipócrita es el mundo que recoge lo
que se nos va cayendo para enterrarlo y enterrarnos?
¿Cómo se puede llevar esta pérdida y la angustia generada por
una nueva pérdida sin caer en la locura o acostumbrarse a la idea de que todos
mueren y de que es cuestión de tiempo? No hay por qué angustiarse: él morirá, y
ella morirá también. Es el ciclo de la vida, pero a mayor velocidad, como si se
sirviera de un generador gigante con la energía de la muerte absoluta.
No te angusties, Fida. Como te dijo tu madre mientras
acariciaba tu frío rostro: “Duerme, cariño, duerme… Acuéstate tranquilo”.
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