Autor: Elías Khoury
Fecha: 01/07/2013
Por segunda
vez, Egipto se sorprende a sí misma, pues la rebeldía que anunció el movimiento
“Tamarrud” (rebeldía) es un nuevo capítulo del camino de la revolución popular
democrática en Egipto, y ciertamente, no será el último.
Los que
bailaron por el derrumbe del sueño democrático a manos de las fuerzas del Islam
político que ganaron en las elecciones egipcias, están hoy perplejos, pues la
supuesta conspiración estadounidense que hizo estallar la primavera árabe para
llevar a la zona a un invierno fundamentalista, retrógrado y sangriento no era
más que un producto de su imaginación política enferma. La revolución la hizo
el pueblo y nadie puede encasillarla, como hacen algunos canales de televisión
que jadean desesperados tras las agrupaciones de Hermanos Musulmanes en la
mezquita de Rabi’at al-Adwiya mientras todo Egipto se reparte en calles que
exigen que se ponga fin al miserable gobierno de los Hermanos.
Se trata de
una escena tremendamente constructiva. La gente es más consciente y valiente
que sus líderes políticos, pues ellos son los dueños de la revolución que se
rebela contra la nueva dictadura que ha intentado robar dicha revolución de
manos de sus dueños. Dueños a quienes no les importan los juegos políticos
internacionales que intentan asignar la revolución a los Hermanos y que empujan
a Egipto a quedarse marginada y maniatada y así caer presa de la pobreza, la
represión y la humillación.
Está claro
que el Estado de los Hermanos ha comenzado a desintegrarse y que su ocaso se
acerca. Y los revolucionarios han aprendido cuál fue el error letal de la
revolución, que no es otro que considerar que esta había terminado cuando se
produjo la dimisión de Hosni Mubarak. Entonces no se dieron cuenta de la trampa
de entregar el poder a la Cúpula Militar: una contrarrevolución que se completaría
con la llegada de los Hermanos al poder.
La cuestión
hoy es distinta, lo que se pide no es solo la dimisión de Mursi, sino el
establecimiento de un nuevo horizonte democrático con un presidente transitorio,
que sea además el presidente del Tribunal Supremo Constitucional, y la
redacción de una nueva Constitución, como paso previo a la celebración de unas
elecciones presidenciales y parlamentarias.
Los jóvenes
y las jóvenes del movimiento “Tamarrud” han iniciado este ambiente de cambio
que ha empujado a millones de egipcios a salir a las calles para retomar la
revolución.
La
revolución es un proceso y no un suceso que termina con el logro de las
peticiones; es un ambiente político nuevo que pone las bases para un nuevo
significado de la política. El pueblo quiere y el pueblo puede, y el pueblo que
derribó los cimientos de la dictadura no permitirá que nadie la vuelva a
levantar, y eso es lo que hoy Egipto está haciendo
En el Egipto
revolucionario nuestros corazones se agrandan y recuperamos algo de la
esperanza que casi nos había hecho perder la cruenta y salvaje dictadura en
Siria. Desde Egipto hasta Siria la lucha de la libertad se presenta como una, a
pesar de las complicaciones, pues las revoluciones son procesos complejos en los
que intervienen elementos contradictorios. Así, las cosas parecen ambiguas en una
etapa en la que interfieren lo regional y lo nacional con las pugnas
internacionales en la lucha por la libertad, el pan, la dignidad y la justicia
social.
Digo que es
una sola revolución a pesar de que el régimen dictatorial en Siria ha abierto
su televisión a las escenas de las plazas egipcias, considerando que la caída
de los Hermanos prolongará la vida de su brutal dictadura. Un régimen que ha
cerrado las plazas sirias con sangre cree que puede vestirse de blanco en esta
gran boda popular egipcia.
“Magnífico”,
dijo Salah Jahin [1] una vez, y lo decimos de nuevo con él hoy, mientras vemos
cómo las revoluciones nos llevan por sus caminos y nos dan lecciones de
política y ética.
La lucha es
una sola en condiciones diferentes. En Egipto, las instituciones del Estado
siguen intentando defenderse a sí mismas como instituciones, conformando por
tanto una barrera contra el deseo de los Hermanos de provocar una guerra civil.
En Siria, el régimen mafioso ha destruido todas las instituciones del Estado,
convirtiendo al ejército en una milicia que se ve obligada a ayudarse de
milicias de Líbano e Iraq para no derrumbarse.
Igual que se
produjo una coalición sobre el terreno entre las fuerzas de la sociedad civil y
las corrientes del Islam político en Egipto para acabar con la pesadilla de
Mubarak, hoy se produce en Siria algo parecido, pero en el contexto de una
guerra que el régimen ha impuesto tras lograr destruir el Estado.
En Egipto la
revolución se ha producido por etapas, y los Hermanos, por distintas razones,
siendo la más importante la falta de mecanismos de la sociedad civil en el
nivel político, han podido robar la revolución de manos de aquellos que la
hicieron, antes de de que Egipto se levantara de nuevo el 30 de junio. En Siria
las cosas son muy distintas y la debilidad de las fuerzas de la sociedad civil
en cuanto a organización política parece adelantar que la próxima etapa de la
lucha en Siria será entre la dictadura y los islamistas.
Si no
podemos ver las complejidades y dificultades de la revolución, seremos
incapaces de comprender nada y caeremos en la trampa de la dictadura o en la
del Islam político.
En Egipto,
tras un larguísimo año de examen, aunque ha sido corto en la medida histórica,
la sociedad egipcia ha logrado rebelarse contra un gobierno que ha mezclado la
dictadura con la estupidez y con la palabrería sobre la democracia, y hoy Egipto
se niega a renunciar a su presencia y su historia, y no se rinde ante los
habitantes de las cuevas del pasado que han llegado para vengarse de su
historia, su presente y su futuro.
En Siria,
donde los sirios y las sirias se encuentran solos en su enfrentamiento con el
monstruo y sus aliados, lo que hace falta hoy es despojarse de las ilusiones y volver
a aferrarse a los principios de la
revolución, entendida como una revolución por la libertad que une y no divide,
y que se enfrenta a la dictadura y no se rinde ante los nuevos dictadores que
han venido de las cuevas del olvido.
Aquí se
encuentra el corazón del mundo árabe y su latido de vida. En Egipto y Siria se dibuja
el nuevo horizonte árabe y decimos no a la dictadura y no a los retrógrados que
se ocultan tras el velo de la religión.
La lucha es
larga, costosa y cruel. Pero Egipto nos devuelve la esperanza cuando carecemos
de ella. Los egipcios y las egipcias van a esta nueva etapa de su revolución
sin hacerse ilusiones.
Esperanza
y no ilusión, esa es la cuestión. Una esperanza que se mezcla con las lágrimas,
la sangre y los sacrificios y nos lleva por su largo y difícil camino.
[1] Poeta, cómico y actor egipcio. "Magnífico" (عحبي) es el título de uno de sus poemas
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