Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Subhi Hadidi
Fecha: 03/03/2013
No se calla durante más de un día o
dos, como mucho una semana, antes de volver a romper el silencio y venirnos con
declaraciones dramáticas, cóncavas, muy sonoras, pero con poco significado, además
de tener poca credibilidad, si tenemos en cuenta quién habla. Dice, por
ejemplo, que Bashar al-Asad “ha perdido la vista y la visión o que ha recibido
instrucciones iraníes que implementa hacia los sirios o la comunidad
internacional”. Por favor, fíjense en la conjunción “o”, que podría poner patas
arriba ambas partes de la declaración. Después dice, también a modo de ejemplo,
que “el asesino no tiene derecho a hablar del pueblo sirio: Bashar ha destruido
Siria y ha obligado a los sirios a irse”, y entonces uno imagina que ese que
habla es una de las víctimas del régimen, que ha sido perseguido, encarcelado o
torturado. Véase también cuando escribe a los presidentes de los países árabes
y de queja implícitamente de que lo hayan dejado de lado (lo que llama “apoyarse
en el método de descarte y discriminación de las fuerzas y personalidades
civiles o de las fuerzas militares que tienen presencia en la escena siria”), y
en cambio “hacen guiños a la Coalición Nacional, que ha provocado mayores
diferencias en la escena siria”.
Hablamos de Abd al-Halim Khaddam,
vicepresidente de Siria entre 1984 y 2005, que se convirtió en un “opositor” que
exigía un cambio democrático, pero que no se cansa –y es difícil, por cierto
que se aburra- de recordar que él, fue vicepresidente, y un baasista hasta la
muerte. Si no fuera porque el asunto conlleva una serie de paradojas amargas
que tienen que ver con los sufrimientos del pueblo sirio bajo la autoridad de
la dictadura hereditaria, la corrupción, el pillaje, la frivolidad, las
bravuconadas y la manipulación en todo el país, además de la destrucción actual
de Siria y el sometimiento de su pueblo a una guerra salvaje que no hace
excepciones con personas ni estructuras, tendríamos derecho a reírnos un buen
rato, cada vez que Khaddam hace una nueva declaración que se suma a una cada
vez más discordante melodía en el mismo vil tambor.
Es irrisorio, por ejemplo, que
Khaddam lance preguntas a sus compañeros baasistas que terminan eximiendo al
partido de toda responsabilidad de la situación en el país a la que lo ha
llevado un régimen que ha sobrepasado todos los tabúes y ha violado todos los
valores, y que decidió “eliminar la vida política y paralizar el papel de las
instituciones constitucionales, pasar por encima de las leyes porque su palabra
es la Ley, y cometer masacres para conservar su autoridad y su unidad absoluta,
expandiendo la corrupción y sembrando el miedo”. Khaddam pregunta: “¿Acaso el
partido es el que permitió al presidente del régimen Hafez al-Asad dar rienda
suelta a la mano de su familia en el país o permitirle practicar la corrupción?”
O: “¿Acaso el partido es quien ha permitido al presidente del régimen Bashar
al-Asad emitir leyes, decretos y órdenes para permitir a su familia imponer su
dominio sobre la economía nacional, las instituciones y las instalaciones
públicas?” O, por ejemplo: “¿Acaso el partido es quien ha permitido al
presidente del régimen confiscar las libertades, practicar la represión,
paralizar la vida política, desvirtuar las instituciones y gobernar sobre las
organizaciones populares y sindicales?” Por último: “¿Acaso el partido es quien
ha permitido al presidente del régimen ahogarse en el lodo de la corrupción en
un tiempo en que la mayoría de ciudadanos no encuentran un bocado para comer?”
Lo cierto es que uno, apoyándose en
simples verdades incontestables de la historia, puede responder a todas estas
preguntas con un “si” claro, suficiente y fiel a la realidad, incluso aunque
quisiera dejar a la discusión todos los márgenes legítimos que indican que el
partido Baaz no ha sido el único responsable de dichas desgracias.
¿Dónde estaban todos los valientes baasistas
cuando el mundo entero vio la comedia de la sesión del Parlamento sirio, con un
estilo carnavalesco más parecido a una función de circo que a una reunión de
seres humanos, para cambiar el artículo 83 de la constitución de modo que así
se facilitara la sucesión hereditaria por parte de Bashar al-Asad unas horas
después de la muerte de su padre? ¿Dónde estaban esos mismos compañeros cuando
su máximo líder, que era Khaddam en ese momento, hizo pública la ley número 9
con fecha 11 de junio de 2000, por la cual se modificaba el artículo 83 para
que la edad constitucional del presidente de la República fuera semejante a la
edad del heredero entonces (34 años), además de elevar a Asad hijo del rango de
teniente al de coronel, sin escalas, y nombrarlo Líder supremo de las Fuerzas
Armadas?
¿Dónde estaban los baasistas en el
IX Congreso Regional del Baaz que tuvo lugar unos días después de este
carnaval, para adoptar medidas que rápidamente quedó claro que no tenían más
valor que la tinta con la que se escribieron (como decretar, en la vida
política, la “necesidad de desarrollar los métodos democráticos actuales de
forma que se fortalezca el frente interior y se haga realidad una participación
más efectiva y seria de las masas, y activar la vida de los partidos y
garantizar las libertades generales que la Constitución y la Ley garantizan,
incluida la libertad de opinión y expresión”)? ¿Dónde estaban en esa reunión en
la que además se tomaron dos decisiones, las más importantes, como el propio
partido dice en su página oficial: “La elección del coronel, el Dr. Bashar
al-Asad, líder del destino del partido y el pueblo” y “la elección del coronel
Bashar al-Asad secretario regional del partido”?
A pesar de que algunos de los valientes de la
oposición siria hoy, en el Consejo Nacional, o en el Comité de Coordinación
Nacional, o ambos, siguieron la ola de Khaddam, la mayoría en secreto, cuando “desertó”
a finales de 2005, lo abandonaron rápidamente, y se convirtió en un modelo poco
común de una personalidad a la que el levantamiento no le reportó nada a cambio
de sus pecados anteriores, como sí ha hecho en cierta medida con algunos como
Riyad Hijab o Manaf Tlass. Es gracioso, no obstante, que sea el primero que se
da cuenta de la cuerda que se ha tensado alrededor de sus huesos y de los
pecados capitales de su historia pasada y reciente, pero aún así, no deja de
repetir que es vicepresidente, ayer, hoy y mañana.
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