Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 29/10/2013
A quien
visita la fortaleza de San Gil y baja desde ella a la parte antigua de Trípoli
se le para el corazón. Es la ciudad más bella sobre la costa levantina que se
extiende desde Latakia a Gaza, la ciudad de la memoria que se mantiene desde
que se expulsó a los ejércitos cruzados de las ciudades de la costa. Aquí
resplandecen los edificios mamelucos, en construcciones que parecen collares, y
también aquí nace la memoria del perfume de las naranjas que dieron a la ciudad
su nombre, convirtiéndose su apodo en un segundo nombre que su gente prefiere
al primero: Al-Fiha’ [1] (la explanada).
Aquí, en Al-Fiha’,
pasado y presente se encuentran en perfecta armonía, y los invasores que quedan
no son más que algunos vestigios, que la ciudad ha logrado convertir en parte
de sí misma. Incluso entre quienes quedan de aquellos que vinieron en época
medieval, que han mantenido los nombres originales de sus familias, la mayoría
se han convertido al islam, y forman parte del tejido de la ciudad que se
erigió alrededor de la fortaleza.
En cuanto a
la Trípoli moderna, esta fue la ciudad del movimiento nacional, que rechazó
Sykes-Picot con la testarudez de un lugar que se niega a abandonar su lugar, y
cuando aceptó el juego libanés, metió en él su aroma nacionalista. Fue ciudad
siria con el Reino de Faysal, egipcia con la República Árabe Unida, palestina
con los fedayines… Además de que sus dos ciudades -Trípoli y el puerto (Al-Mina)-,
fue uno de los baluartes de la izquierda libanesa. Y en la guerra civil, dio
lugar a un fenómeno revolucionario distinguido, a cuyo cénit llevó Jalil Akawi[2]
con su trágico asesinato a manos del aparato de seguridad sirio.
Sus barrios
populares, especialmente Bab al-Tabbane, eran su ventana al levantamiento de
los agricultores de Akkar a principios de los setenta, preludio de su
experiencia en la resistencia palestina. Esta ciudad que sigue manteniendo su
dialecto tendente a los sonidos vocálicos oclusivos al estilo de los asirios, era
el lugar en que sentías tus raíces como ciudadano hundirse: no es nueva como
Beirut, ni pequeña como Sidón, sino que es una ciudad enriquecida con toda la pluralidad
cultural que conlleva su tejido, y con los olores de su gastronomía que le vienen
de su carácter sirio.
Además, es
la puerta al bosque de de Arz al-rabb (Cedros del Señor), como llaman los
libaneses al pequeño bosque de cedros en Bsharre. Allí, en medio de los árboles
milenarios cuyo interior data de la epopeya del Gilgamés, el cedro insufla el
olor del tiempo y el perfume de la tierra.
La ciudad
llena de vestigios arquitectónicos mágicos, que hicieron de Trípoli el único modelo
de edificación mameluca, está siendo convertida hoy en una línea divisoria
entre Siria y Siria. La Siria del régimen dictatorial y la Siria de la
revolución popular. Pero, por desgracia, esta línea ha perdido su virginidad, lo
mismo que la revolución siria perdió la suya o le hicieron perderla. Y hoy se
convierte en una línea incandescente entre saudíes e iraníes, y los
instrumentos del crimen fabricados por el régimen dictatorial en Siria se
asoman de nuevo a través de las dos terribles explosiones que han sacudido la
ciudad.
La pobreza
que recorre los barrios interiores de Trípoli y se extiende a la costa de
Akkar, haciendo del norte libanés la zona más hastiada de Líbano, es resultado
de la política de negligencia que los políticos tripolitanos han seguido,
políticos que no quieren de su ciudad más que los votos de sus electores, y no
han trabajado en las décadas pasadas para crear proyectos productivos, que
salven al puerto de la ciudad de la recesión, y a
sus habitantes del paro.
Cuando paseas por la ciudad antigua, te
sorprende tanta negligencia, como si los millonarios de la ciudad odiaran su ciudad
histórica, y aspiraran al modelo del Golfo, donde hicieron acopio de sus fortunas.
En ello, se parecen en el fondo, al proyecto inmobiliario de Beirut, que borró
la memoria de la ciudad. En Trípoli hoy todo se mezcla: pobres que matan a
pobres, mientras los ricos –los verdaderos asesinos- miran a la ciudad como una
ventana a la muerte.
Esto no significa que los crímenes que se
cometen en Al-Fiha’ no deban ser castigados, pero esa es otra cuestión, ligada
a la muerte clínica de las autoridades libanesas. Tampoco significa que debamos
cerrar nuestros ojos a la dimensión trágica que ha hecho de la geografía el
destino de esta ciudad.
Trípoli se desangra como todas las ciudades en
Siria, y su sangrado lleva el olor de la guerra sectaria a la que está siendo
dirigida Siria, debido a la intervención exterior que quiere matar a la
revolución y sustituirla por la guerra civil. El lenguaje sectario se muestra
desnudo aquí, y ello no es responsabilidad exclusiva de los tripolitanos, sino
que es de todos los libaneses, en primer lugar, por la política de aislamiento
y el envío de milicianos de Hezbollah a Siria junto a los batallones chiíes iraquíes
de Abu Fadl al-Abbas, para salvar a un régimen dictatorial. Todo ello
justificado con un sectarismo ejemplificado en el lema “Zainab no será
capturada de nuevo”, que se extiende por Beirut, junto a las fotografías de los
soldados de Hezbollah caídos en Siria.
Lo que Hezbollah ha hecho no es solo un error
provocado por su relación con el aparato iraní, sino que ha informado
claramente de que las fronteras libanesas ya no están presentes, pues cuando se
eliminan las fronteras de Siria desde Líbano, ello significa también que Líbano
se queda sin fronteras. Las sectas armadas han introducido un nuevo concepto de
fronteras geográficas, las fronteras sectarias, fronteras fluidas y porosas, cuyo
significado es que las guerras sectarias no tienen reglas ni límites.
¿Es que los que llaman al “rechazo” al
imperialismo no han pensado que el silencio estadounidense e israelí ante la
entrada de milicianos de Hezbollah en Siria es curioso e indica se ha decidido
convertir Siria en un campo de muerte y asesinatos?
La Trípoli libanesa se desangra por ser la
Trípoli siria, y la Trípoli siria se siente ajena a una lengua sectaria que la
domina. Dos nostalgias que vive la ciudad, en medio de la guerra abierta cuyas
armas son las bombas y las balas de los francotiradores. La tragedia de Trípoli
no está en esta guerra que se está librando, sino también en la decisión de convertirla
en una ciudad suspendida sobre las puertas de la destrucción. Y en este sentido
recupera la historia de todas las guerras libanesas sectarias, guerras en que
quien lucha se convierte en mandatario, porque la lógica de la guerra sectaria
es convertir el lugar en una plaza y a las partes locales beligerantes en
partes que trabajan según una lógica exterior en la que dominan fuerzas
regionales.
La tragedia de Siria es convertirla en un
campo de este tipo, pues en ellos está todo permitido.
La tragedia de Trípoli es un indicio de que
todo Líbano está amenazado de convertirse en Trípoli.
[1] Nombre
que también se da a Damasco y Bagdad
[2] El Robin Hood de Bab al-Tabbane, barrio
tripolitano, en los setenta.
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