Texto original: Al-Hayat
Autora Bisan al-Sheij
Fecha: 12/10/2013
En el metro londinense, así como en las fachadas de algunas
calles de la capital británica, vemos pintadas y anuncios que obligan a los
viandantes y conductores a reconsiderar sus posturas y actitudes sobre lo que
sucede en Siria. ¨¿Crees que eres
incapaz de hacer nada ante tal desgracia? Una pequeña ayuda tuya salva la vida
de un niño necesitado¨ o ¨Compre aquí el pan y nosotros haremos que llegue
allí¨. Son intentos de atraer la simpatía y llamar la atención sobre aquello
que ya se conoce por el nombre que se le ha dado en los medios e informes
oficiales: ¨la mayor tragedia humana en la historia contemporánea¨.
Los garabatos en las paredes y esas u otras campañas de
donación pueden ser pequeños detalles que no logran salir en las noticias ni en
los titulares de los periódicos más que bajo el nombre de ¨artes callejeras¨ o
¨logros de las donaciones¨, pero en realidad indican un sentir general de la
base social y de aquellos que deciden las políticas a un tiempo. Es un sentir
que necesita un esfuerzo doble para mover montes, esfuerzo que no se hace. Y si
se hace, no es para acabar con la dictadura, sino para dar alimentar a los
pobres.
Ha habido una transformación radical en la aproximación a la
revolución siria, que la ha afectado en lo más profundo, y la ha trasladado por
completo del ámbito de la política al de la ayuda humanitaria.
Esa es la gran victoria aunque haya cambiado la imagen que
se tiene de Bashar al-Asad. Es una victoria que se ha logrado con paciencia y
habilidad, y que le ha permitido convertir una cuestión de pleno derecho y
justa según todos los parámetros –político, ético y legal- en una mera
¨necesidad imperiosa de pan, cobijo y medicinas¨, con la importancia que eso
tiene.
Así, cuando la gente piensa hoy en Siria, ve la imagen de
una mujer desplazada o de un niño huérfano o de un anciano enfermo, y no la
imagen de un régimen que ha gobernado a un pueblo durante cincuenta años
prohibiéndole los más básicos derechos, y que hoy lo asesina con armamento
tradicional y prohibido, lo lanza a sus cárceles y lo condena al hambre y al
desplazamiento.
La realidad es que tal victoria velada ha venido por partida
doble, en el sentido de que se ha logrado en dos niveles. El primero es
exterior, pues Asad ha logrado hacer que las miradas dejen de centrarse en él
para hacerlo en las víctimas del refugio, el frío, la carencia y el terrorismo,
haciendo que las organizaciones humanitarias y de derechos internacionales
eleven la urgente catástrofe humanitaria por encima de un derecho político adquirido.
El segundo es interior-sirio, pues muchos son los que se
identifican con el papel de la víctima, mientras los activistas se desangran en
esfuerzos también para sacar adelante las labores humanitarias en vez de
conformar lobbies que ejerzan presión sobre sus representantes políticos en la
oposición por un lado (el Consejo Nacional, la Coalición, u otros) y, por otro,
sobre quienes toman las decisiones en los países en los que ellos actúan, para
aglutinar el apoyo para su revolución, dejando todas las ayudas y donaciones a sus
señores. Estas donaciones serán un importante logro en caso de que se llegue a
un compromiso político claro de cara a la revolución siria, que no se traduzca
exclusivamente en pan y medicinas, sino en posturas determinantes y sanciones
duras contra Asad y su régimen.
Pero, ¿qué hacer cuando tienes el ejemplo de una capital
como Londres que te devuelve en cuestión de segundos a las políticas de hechos
consumados? Sabiendo que es una capital no neutral políticamente (como Ginebra,
por ejemplo) a la que conciernen directamente asuntos del mundo más allá de sus
fronteras y que acoge a una gran comunidad árabe y musulmana.
Además de eso, Londres, la que logró organizar la mayor
manifestación desde la Segunda Guerra Civil en protesta por la guerra de Iraq
de 2003, con lemas puramente políticos, es hoy incapaz de mostrar la cuestión
siria fuera del marco de la ayuda humanitaria. En política, no existe una
convicción clara de que Bashar al-Asad, con su máquina de guerra, es el que
está detrás de dicha catástrofe y que debe ser juzgado por ella.
Así esta primera victoria, lenta y fría, que ha desplazado a
millones y ha matado a miles, ha sido el preludio de la rápida segunda victoria
actual. Asad utilizó gas sarín químico, cometiendo una masacre, y se libró del
castigo. No solo eso, sino que en apenas 48 horas pasó de ser un Satanás que
debía sufrir el bombardeo de sus arsenales y ser enviado a un juicio internacional
urgente, a ser el mejor interlocutor internacional y el garante de la
estabilidad de la zona, mereciendo la felicitación del Secretario de Estado estadounidense,
John Kerry.
Asad está ganando… Aunque la revolución no haya perdido del
todo, él está ganando. Y si ha caído éticamente como bromean algunos con
convicción, en política está ganando, pues incluso los que desertaron
recientemente no se han pasado aún a la otra trinchera, sino que se han quedado
en una zona gris. Zona que se sigue ampliando debido a la adhesión de algunos
desertores del lado de la revolución, que han pasado a ver a los partidarios y
los detractores del régimen desde una perspectiva humana y no política.
Se trata de un precedente histórico que ningún instrumento
académico, político o ético puede igualar en gravedad y absurdo más que quizá el
hecho de que se haya otorgado a la Organización para la Prohibición de Armas
Químicas el premio Nobel de la Paz de 2013. La revolución, por su parte, es
como la imagen de ese niño huérfano en el metro londinense… Espera un mendrugo
de pan o algo que lo cobije de la lluvia.
"La revolución, por su parte, es como la imagen de ese niño huérfano en el metro londinense… Espera un mendrugo de pan o algo que lo cobije de la lluvia."
ResponderEliminarBueno, en realidad seria la primera vez que una revolución pudiera representarse con esa imagen, que por otro lado, también es factible de convertirse en revolucionaria.
Pero en pocas palabras, siempre es malo emplear pocas palabras para nombrar la vida, la revolución siria si fracasa no es tanto por el poder de Asad, como por la invisibilidad de ella misma.
Ahora se ve protagonizada por fuerzas islamicas, que en Occidente, se ven como entidades confusas, de naturaleza terrorista, naturaleza que les ha insuflado el propio Occidente, y la revolución propiamente dicha (?) aparece mediada por claves que sobre todo se entienden desde Occidente, cosa que la debilita de entrada: cualquier revolución hoy día no solo debe cuestionar el poder establecido allí en donde se desarrolla sino que debe poner en su punto de mira a este Occidente, implicado hasta la coronilla en lo que sucede en esta parte del Mundo.