Texto original: Al-Quds al-Arabi
Autor: Elías Khoury
Fecha: 10/06/2013
La revolución siria, con su devenir y sus tragedias, fue una
excusa para volver a conocer a Siria. El país, oculto tras el burka del
despotismo, descubrió todos sus rostros de una sola vez y se reconfiguró a sí
mismo al ritmo del estallido de la dignidad creado por su revolución, una
revolución que se prolonga ya dos años y tres meses.
No he podido visitar Siria en estos dos largos años, pero
Siria estaba en todas nuestras casas, desde las imágenes de Hamza al-Khatib, engrandecida
por morir mártir, hasta las imágenes y vídeos de las manifestaciones populares,
donde se entremezclaban los bailes y canciones de los inicios con el sacrificio
y la valentía.
Pero las imágenes, a pesar de su importancia, no dejan ver más
que una pequeña parte de la realidad. La escena siria la crearon aquellos en
quienes estalló la libertad y abandonaron el miedo y la indiferencia para
enfrentarse al dictador con sus pechos y gargantas. No debemos olvidar -cuando
la revolución siria se encuentra ante el abismo de la guerra civil sectaria al
que la han empujado el dictador, sus secuaces y aliados-, que estábamos y
estamos ante un estallido popular sin precedentes y que el aparato de la
represión que se deleitaba sin freno quiere hoy culminar su deleite
convirtiendo Siria en cenizas.
No quiero hablar de la tristeza y la vergüenza que siento cuando
veo en la pequeña pantalla las imágenes de la ocupación de Quseir y las
celebraciones sectarias y confesionales que la acompañaron, como tampoco quiero
mostrar mi preocupación por el ataque total que ha emprendido el régimen gracias
a las milicias chiíes que han llegado de Líbano e Iraq. No quiero hacerlo
porque creo que el aparato de la muerte, por muchos logros que consiga, es
incapaz de aplastar la voluntad de un pueblo que ha iluminado su libertad con
la sangre de sus hijos.
No discutiré del mismo modo la locura sectaria, que lleva a
un aumento de la congestión que se extiende desde Irán hasta Líbano, pasando
por Iraq para apoyar al dictador hijo y su autoritarismo sobre el pueblo sirio.
Tal provocación es signo de la destrucción de la zona e indicio de su miseria, pues
convierte el presente en pasado y rinde el futuro a lo desconocido.
Quiero recuperar la escena siria a través de los ojos de los
sirios y las sirias con los que he podido hablar en Líbano: refugiados,
intelectuales, activistas, personas pobres y miembros de las clases medias se
han convertido en una parte cotidiana de nuestra vida libanesa. Son ellos quienes
se enfrentan aquí a la vergonzosa campaña racista y quienes viven la desgracia
del asilo y el exilio. Vienen a nosotros en Líbano con una imagen totalmente distinta
de la que nos impuso el régimen dictatorial durante su larga hegemonía sobre
Líbano.
El ejército sirio entró en Líbano en 1976 sobre los
escombros del Movimiento Nacional y en alianza clara con el Frente Libanés, que
dirigió la guerra contra la resistencia palestina. Pero rápidamente se
descubrió que no hay ningún aliado del poder despótico sirio más que aquel
agente que recibe las ordenes y las implementa. Ese no es nuestro tema hoy,
porque la guerra libanesa decretó la pena de muerte para Líbano después de que
el elemento sectario dominara sobre el elemento nacional democrático. El
sectarismo no es más que una receta para una larga agonía, y eso es lo que los
sirios ven con sus propios ojos hoy.
Siria fue empotrada en Líbano a través de Anjar y sus
horrores, y a través de sus celdas de lujo. El general de los servicios
secretos que vivía en Anjar parecía el gobernador absoluto y el país se llenó
de informadores. Incluso la imagen del trabajador sirio pobre, que levantó con
sus manos el bosque de cemento beirutí comenzó a cambiar y los trabajadores
pasaron a tener mediadores contratistas entre los servicios de seguridad. Así,
no perdieron solo sus únicas esperanzas de lograr sus derechos más básicos,
sino que se convirtieron también en parte explotada por el aparato de la
represión, aparato del que eran socios los hombres de negocios libaneses y los
recaudadores de impuestos entre los servicios de seguridad sirios.
Esta imagen permitió a algunos cerebros sectarios enfermos
libaneses levantar durante la intifada de la independencia (2005) lemas
racistas contra los trabajadores sirios y llevar a cabo vergonzosas prácticas
represoras que expresaban su larga abstención silenciosa. Hoy se revela la otra
Siria, la Siria de los que se parecen a nosotros y a quienes nos parecemos, la Siria
de los refugiados que viven en condiciones infrahumanas, y las Siria de los
activistas, que hacen visitas relámpago a Siria y siembran nuestros corazones
de esperanza.
Con ellos descubrimos que las versiones al estilo “shabbih”
de los canales árabes son diferentes de los que sucede sobre el terreno, pues
en Siria hoy hay una dura guerra, lo cual es cierto -y lo vemos cada día en la
televisión-, pero también hay una verdadera revolución popular y zonas
liberadas que dirigen los consejos locales, y hay un sueño que construyen los y
las activistas: el sueño de que nazca una nación en la que gocen del derecho de
ciudadanía.
Esa es la Siria que aún se eleva por encima de la ciega locura
sectaria avivada por la intervención exterior: milicias armadas provenientes de
fuera de las fronteras, con sus banderas y lemas confesionales por un lado y el
lema sectario de los canales del petróleo que incitan a la escisión (fitna)
por otro.
La revolución siria no es terreno de lucha entre Irán y
Arabia Saudí y Catar, que es una lucha que esconde una escisión doctrinal y
sectaria y que no hace más que echar leña sobre el fuego de la ocupación
israelí, sean cuales sean las posturas declaradas. La revolución siria es un
proyecto de libertad y dignidad, por ello se encuentra sola y sin un verdadero
apoyo de nadie.
Las opciones son la revolución o la guerra civil, y la
revolución está huérfana y sin apoyo exterior verdadero a pesar de todo lo que
se dice y repite, mientras que la guerra civil tiene todo el apoyo necesario en
luchadores y armas. Ese es el gran punto de inflexión sirio, y en él
encontramos las ascuas de la esperanza de la revolución que aún siguen ardiendo
en los ojos de los y las activistas a los que el cansancio ha agotado y a los
que el mundo ha abandonado. Se encuentran ante la necesidad de enfrentarse al
proyecto de la guerra sectaria que es la antesala para convertir Siria en un
campo en el que los países colonialistas recuperen su dominio bajo el lema de
la protección de las minorías.
A esos que siguen enfrentándose al aparato de la muerte con
su perseverancia, a ellos y a ellas nuestro agradecimiento porque nos han
llevado a la Siria que amamos.
Estamos con ellos en la esperanza y el dolor, esperando al
sol de la justicia, que ya es hora de que acabe con esta oscuridad.
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