Texto original: Al-Jumhuriyya
Autor: Yassin Swehat
Fecha: 17/04/2015
Tres imágenes
A finales del pasado mes de marzo, las redes sociales,
y después los medios árabes y occidentales, compartieron con profusión la
imagen de la niña siria refugiada en el campamento de Atmeh que levantó sus
manos asustada y en señal de rendición al ver el objetivo de una cámara, que
pensó que era un arma, apuntándole. La imagen no era nueva –teniendo en cuenta
los tiempos de internet y la velocidad con que se transmiten las noticias e
imágenes- pues el fotógrafo turco Osman Sağırlı la había tomado unos cinco meses antes [1]. Sin
embargo, se hizo viral hace unos días, después de que la fotógrafa y periodista
palestina Nadia Abu Shaban la compartiera en su cuenta de Twitter [2].
Unos días después de que se difundiera la imagen de Osman
Sağırlı, Rene Schulthoff, que trabaja en la Cruz Roja Internacional, publicó
otra imagen tomada el pasado otoño [3], en el campamento de refugiados de
Zatari en Jordania. En ella se ve también una niña que levanta las manos,
rindiéndose ante la cámara. La imagen de Schulthoff se une a la anterior,
convirtiéndose ambas en anexos visuales de un gran número de textos y tuits
solidarios con los niños de Siria, y que llaman a que se les salve de la
desgracia de la guerra en su país.
La
semana pasada, el periódico británico The Guardian, escogió una imagen
de Siria para su sección “Fotos de la semana” [4]. Esta imagen, tomada por
Abdalrhman Ismail en Alepo para Reuters, muestra dos niñas con la cara y el
pelo cubiertos de polvo, que se cogen de la mano, después de ser rescatadas de los escombros provocados
por los bombardeos de la aviación siria sobre los barrios liberados de Alepo.
El rostro de una de ellas deja ver con claridad la estupefacción ante lo que
sucede y la incapacidad de comprenderlo; la otra parece que se ha empezado a
dar cuenta, relativamente, de lo que les ha sucedido, y lagrimas de terror
comienzan a caer por su rostro lleno de polvo.
Las
tres imágenes se han usado con profusión en los últimos días en los textos y tuits
que piden que se proteja a los niños sirios de la tragedia de la guerra que se
desarrolla en su país, aunque no se trata de las primeras imágenes de niños
sirios que se publican, ni se trata de una excepción que se utilicen en las
llamadas a la protección de los niños. También se observa que las fotografías
más difundidas en los medios y redes sociales no son las más crueles que se
toman en Siria, sino que las más mediáticas son las que no tienen sangre ni
restos humanos. De hecho, se muestran aquellas que indican un “final feliz”
(teniendo en cuenta las limitaciones del contexto), como niños rescatados vivos
bajo los escombros, o niños que ya no están en peligro de muerte directo, como
en los campamentos de refugiados.
La
guerra civil
Hace
un año o más, era habitual encontrar en los textos escritos por sirios dudas
acerca de si lo que vivía Siria era una guerra civil o no, dando lugar a una
amplia gama de posturas. Había quien rechazaba el término rotundamente; también
había quien reconocía el término, pero insistía en que esta guerra civil era la
respuesta del régimen a la revolución popular en su contra; por otra parte,
estaba quien se aferraba a la palabra revolución a pesar de existir rasgos
claros de guerra civil en el país; y finalmente, había quien consideraba que
Siria vivía una guerra sin más, y que esta guerra había abortado la revolución.
Hoy
apenas quedan vestigios de esa discusión, y no queda claro si se llegó a un
acuerdo antes de que se extinguiera. Quizá, ya no había necesidad de detenerse
en los términos y cundía una especie de desesperación al intentar llamar a las
cosas por su nombre, quizá porque lo que vivimos se escapa de los términos y
denominaciones que manejamos.
En
otro orden de cosas, sigue notándose una cierta alergia al uso del concepto de
guerra civil para referirse a lo que sucede en Siria. Este término apenas es
usado por los sirios, no solo por los que se aferran a la denominación de
“revolución siria”, sino también en los sectores menos politizados, o incluso
entre los partidarios del régimen. Es raro escuchar el concepto de “guerra
civil”, y es más habitual el recurso a términos como “la crisis”, “los
sucesos”, o incluso “la guerra” sin adjetivos.
Existe
una especie de consenso en no querer utilizar el término “guerra civil” para
referirse a Siria, cerca del cual me sitúo.
Esta falta de voluntad no nace del hecho de que de veras no se piense
que haya una guerra civil en Siria, pues los sirios se enfrentan a otros sirios
en distintas organizaciones combatientes que además tienen claras diferencias
en torno a los conceptos e ideas que se refieren a Siria, sino que nace, tal
vez, del hecho de que se ha superado esa división tan clara y nos encontramos
en una dispersión irresoluble. Aquí, lejos de los parlamentos en relación a la
“guerra civil”, hay una resistencia a la lógica de algunos sectores políticos e
intelectuales (locales, regionales e internacionales) que se posicionaron
demasiado rápido a favor de la versión de la guerra civil, al considerarla la
opción fácil para salir de la “no postura”, bien equiparando a las partes, o bien,
desentendiéndose verbalmente de ellos. En efecto, existe una posición implícita
en la “no postura” verbal, pues equiparar a dos partes desiguales en fuerza o
capacidad en una guerra supone ponerse de parte del más fuerte.
En
el nivel de la política internacional, la adopción total del término guerra
civil supuso traspasar la línea de la provocación, para llegar a un elevado
grado de mezquindad. Es cierto que el uso de “guerra civil siria” comenzó a
estar presente con el inicio de la acción armada contraria al régimen, pero la
adopción definitiva por parte de la comunidad internacional del término “guerra
civil” para aproximarse a la crisis siria, estuvo ligado a la masacre química
en Al-Ghoutta, Damasco. En ese momento, el acuerdo ruso-estadounidense de
retirada del arsenal químico del régimen sirio fue camuflado con la cortina de
humo de una “conferencia de paz” entre las partes sirias, una conferencia que
se supone que tuvo lugar en Ginebra a principios de 2014. Ya no existía un régimen
dictatorial y criminal que hacía la guerra contra los sectores populares
alzados en su contra, y por tanto, posicionarse en su contra era un tema ético
antes que político. Más aún, había una “guerra civil” con varias “partes”
implicadas y el papel de la comunidad internacional era lograr un “compromiso”
haciendo que dichas “partes” se sentaran a la “mesa de negociación”, lo que
significaba que estas “partes” eran iguales en representación y responsabilidad
política. Es decir, que Asad había pasado de ser un criminal contra el pueblo
sirio, que no merecía otro futuro que un enjuiciamiento, internacional o local,
a una parte en la guerra civil, igual de malo que sus “rivales políticos”, y
por tanto, había que presionar a aquel y a estos para lograr un compromiso.
La
consagración de esta versión no solo ha llevado a que lo que sucede deje de
llamarse levantamiento de los sirios empobrecidos, marginados y oprimidos
contra el régimen criminal y responsable de su empobrecimiento para pasar a
llamarse enfrentamiento armado entre el régimen y “la oposición”, sino que
además se ha reescrito la historia de los últimos cinco años con una
perspectiva reduccionista. Esto último se ha visto con especial claridad desde
el pasado mes, cuando las piezas periodísticas [5] y los comunicados de las
asociaciones humanitarias y de derechos humanos repitieron con profusión que
“la guerra civil siria entra en su quinto año”.
En
Siria hay una guerra civil, o quizá algo peor, pero esta guerra no comenzó a
mediados de marzo de 2011. Ni siquiera quien nunca ha reconocido que hubiera
una revolución puede decir eso. Tal vez tengamos que esperar a que vengan los
historiadores a preguntarse por el momento en que empezó la guerra civil en
Siria, con la esperanza de que sean más fidedignos que los escritores de
comunicados de los órganos de la ONU.
Cabe
decir, tras aclarar de forma implícita mi preferencia por no utilizar el
término “guerra civil”, que este concepto es más fidedigno con diferencia, que
otros como “guerra por delegación o proxy war”, o “la guerra de otros en
nuestro territorio”. En la historia moderna y contemporánea, ninguna guerra
civil se ha librado de polarizaciones regionales e internacionales en relación
a ella, y de la influencia exterior en las dinámicas de la lucha y sus
resultados. En toda guerra civil hay una “guerra por delegación” implícita.
Pero hablar de una “guerra por delegación” o “guerra de otros en nuestro
territorio” supone deshacerse falsamente de toda responsabilidad, además de
menospreciar los factores internos que llevaron a la lucha. Por último, supone
alejar la responsabilidad más allá de unas fronteras que ya ni siquiera están
en pie.
La
guerra
La
guerra es, sin duda, algo terrible, y esa es la esencia de la lógica pacifista
y el pensamiento antibélico. Esta idea goza del consenso humano y se asemeja
una tautología, hasta el punto de que muchos portadores de armas en distintas
partes del mundo podrían estar de acuerdo con ella. Es lógico y sano que el
discurso antibelicista sea fuerte, y se pide, de hecho, que sea el más fuerte:
la humanidad ha sufrido suficiente a lo largo de la historia las miserias de la
guerra, como para hacerse convencido de que este camino para lograr los
objetivos debe cerrarse para siempre, y que las diferencias y rivalidades han
de dirimirse por medios políticos pacíficos. No hay divergencia en estos
conceptos, como es natural.
Es
común encontrar, en el discurso antibelicista, intentos de búsqueda de un
camino fácil o directo para condenar la guerra; es decir, deshaciéndose de y
rechazando toda forma de pensamiento lógico sobre la misma, y absteniéndose de
analizarla e investigar sus causas, sus perspectivas y la naturaleza de los que
se enfrentan, sus razones y sus medios, así como las diferencias cuantitativas
y cualitativas entre la responsabilidad que cada uno tiene en la lucha y sus
resultados. La guerra es un concepto abstracto, no lógico, reducido a una
imagen caricaturesca, superficial y miserable. La guerra tiene una entidad propia,
no pertenece al mundo en que vivimos, y no nace de sus condiciones ni trata con
ellas, sino que posee voluntad, siente deseos y aparece y actúa según sus
maléficos caprichos: mata aquí, destruye allí y desplaza aquí y allá.
La
guerra, según este discurso, es una desgracia, como los huracanes, los
terremotos o las inundaciones, pero no es resultado de factores naturales
terrestres como un terremoto. Al contrario, la guerra proviene de la naturaleza
malvada del ser humano: el ser humano es un malvado belicista, que deja salir
su maldad llevando armas y matando, y tanto mal conlleva desgracias para los
humanos que no son malos.
La guerra es igual
de clara que malvada y no tiene complicación alguna que merezca ser analizada.
No hay política en la guerra, sino que la política se rechaza como se rechaza la
guerra. No se buscan las causas de la guerra ni la sucesión de eventos, ni sus
líneas gráficas, como –por supuesto- no se discute el grado de responsabilidad,
ni las diferencias cualitativas y cuantitativas entre los beligerantes. Todos
los que luchan, como la guerra, son malos. No me interesa quién empezó, todos
han de ser castigados, como dice la madre enfadada a sus hijos que se pelean
por un trozo de pastel o por un juego.
Apartarse de un
pensamiento más complejo que el juicio de valor abstracto tiene una ventaja para
un importante sector de los pacifistas: reconocer que la complejidad de la
guerra puede llevar a comprenderla, o justificar algunos aspectos de la misma,
o incluso hacer temblar la firmeza con que se rechaza el uso de la violencia
como una solución a las diferencias. En la abstracción y descripción absoluta
de la guerra como algo malvado, y en el alejamiento de todo análisis de sus
detalles, se trasluce un sentimiento de firmeza y solidez innegociables en
relación a lo que se considera una postura ética. Siendo realistas, se trata
también de una pereza ética y de pensamiento entre los que, con buenas
intenciones, defienden este discurso, además de una disolución de
responsabilidades y una licuefacción de la realidad en la maldad.
Las víctimas
La guerra es “demente”,
de la misma manera que sus víctimas son “inocentes”. A veces parece que no
basta con decir “víctima”, con la injusticia sufrida que conlleva la palabra,
sino que es preciso añadirle el calificativo de inocente.
La víctima inocente
de la guerra malvada abstracta es la víctima negativa. Las víctimas de la
guerra son totalmente independientes de la misma en pensamiento, linaje,
identidad y juicio, pues la guerra y los que luchan vienen de otro planeta, y
poseen una naturaleza diferente, y lo que hacen es traer su desgracia a las
víctimas inocentes. Debe de quedar claro que la víctima no ha participado en la
“espiral de violencia” y que no está de parte de ninguna de las partes
enfrentadas. Así, es difícil, por ejemplo, hablar de los adultos como víctimas
inocentes, si no es como padres de niños que sufren las desgracias de la
demente guerra. También sucede que, cuando se bombardea una zona residencial, todas
las víctimas son “civiles”, como si la presencia de los no civiles justificara
el bombardeo, o los objetivos del bombardeo fueran responsables del mismo.
Estas palabras no se
aplican solo a quienes han muerto en la guerra, sino también a quienes se han
visto obligados a refugiarse lejos de sus casas. El pensamiento y el discurso
sobre ellos se reducen, en la mayoría de casos, al hecho de que se mantienen
vivos; es decir, a términos meramente humanitarios. No se puede pensar, por
ejemplo, que la sociedad de los refugiados es la misma que la de los
combatientes, con todo lo que conlleva dicha realidad. Abstraer la guerra lleva
a considerar a los refugiados como un bloque sordo, mudo y negativo, homogéneo
en su aislamiento de lo que sucede en su país. En esta perspectiva humanitaria,
hay un importante componente de alienación.
Las víctimas de
Daesh
Se observa, en la
forma en que los medios occidentales siguen los hechos, que las víctimas de
Daesh no se incluyen entre las víctimas de la “espiral de violencia” en Siria.
Puede parecer, a primera vista, que esto se debe a que la opinión pública
occidental ve en Daesh un enemigo, mientras que “las partes beligerantes” en
Siria son partes de personas malas que se matan entre sí como locos. No cabe
duda de que esta razón no es la única.
Daesh no acepta que
sus víctimas sean meras “víctimas de guerra”, porque es muy celoso de sus “víctimas”…
Deben morir, o ser insultados, o ser desplazados, pero deben morir, y ser
insultados y desplazados como quiere Daesh, y que el mundo las vea como quiere
que las vea. La cuestión aquí no solo tiene que ver con el salvajismo,
pues el régimen ha matado solo con barriles explosivos -que han reducido a polvo
barrios, ciudades y municipios- más del doble de los que ha matado Daesh. Sin
embargo, la cabeza del régimen niega en los medios, con desfachatez, que se hayan
usado barriles explosivos. Da igual si uno se cree lo que dice o no, o si uno
cree que alguien lo cree o no. Su negación implica que no trae a colación su
uso en el discurso ni se jacta de ello. Frente a ello, Daesh graba las
ejecuciones desde tres, cuatro, o hasta cinco ángulos, y pone en marcha toda su
técnica para evitar que se borren sus producciones “mediáticas” en las redes
sociales o servidores de vídeo en internet.
Salvando eso, al
hablar de las “víctimas de guerra” dentro de la lógica de la guerra abstracta,
hay un gran componente de rechazo a la política, al adoptarse la pura y simple valoración
moralista como único método de discurso. Daesh se rebela contra la política
hasta el punto de que incluso la lógica contraria a la política no sirve con
él.
Los niños como
víctimas ejemplares
En el hecho de
centrarse en los niños como víctimas ejemplares de la guerra abstracta, se
trasluce un cierto descanso resultado de la certeza de que los niños son
víctimas indiscutibles. Por el contrario, si se habla de adultos, especialmente
los varones, puede caerse en la duda de si son víctimas totalmente “inocentes”
o no. El niño es “una realidad absoluta” en este ámbito, en el sentido de que los
niños no pueden ser parte de la lucha, ya sea política o militar. Un niño con
la cara cubierta de polvo que se ha salvado de milagro del bombardeo aéreo es
una víctima inocente, pero alguien que muere bajo tortura, por ejemplo, no es
igual, porque no está clara su “inocencia”. La imagen de ese niño puede dar la
vuelta al mundo en unos minutos, mientras que los mismos medios ignorarán la
noticia de más de diez mil mártires bajo tortura solo en Damasco. El niño es
una víctima de la “espiral de violencia”, mientras que no puede asegurarse que
quien ha muerto bajo tortura no fuera parte de dicha “espiral” de un modo u
otro.
Puede que mis
palabras parezcan prejuiciosas o faltas de la empatía obligada con los niños,
como víctimas más débiles, o poco comprensivas con el estrés emocional –legítimo-
que conlleva la imagen de un niño sufriendo, en comparación con el sufrimiento
de un adulto. El hecho de existir una compenetración mayor con el sufrimiento
del niño no tiene nada de malo, obviamente, pero que la imagen del niño
monopolice los sentimientos no sirve de nada, ni a los niños ni a los demás:
toda solución parcial procurará la salvación de los niños sirios sin “salvar” a
sus familias, y ¿cómo se “salva” a la familia de los niños sin “salvar” sus
sociedades en conjunto? ¿Cómo se puede pensar en ello sin desgranar los
problemas? ¿Cómo se analiza el problema si no se abandona la abstracción del
concepto de guerra mala, que ocupa una gran parte del discurso antibelicista,
ese que se abstiene de investigar el desarrollo gráfico de la guerra y repartir
responsabilidades cualitativa y cuantitativamente?
[1] Véase el link.
[2] Véase en este enlace.
[3] Disponible aquí.
[4] Aquí puede verse toda la galería.
[5] Véase
un ejemplo.
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