Texto original: Al-Jumhuriyya
Autor: Muhammad al-Attar
Fecha: 18/03/2015
Cuando se habla de los primeros días de la revolución se
nota en general un sentimiento que la situación actual no contempla: cuatro
amargos años y nuestra realidad hoy es tremendamente cruel. El escenario de
guerra es el dominante y el mapa de combates es cada vez más complejo. “Una
guerra de todos contra todos”, como la describe un amigo inglés que fue incapaz
de comprender dicho mapa y sus continuos cambios. La verdad es que su reacción
refleja una opinión pública general entre los observadores occidentales, pero
también entre los sirios destrozados por el desplazamiento forzado y las
dificultades. Los medios occidentales dominantes y las organizaciones
internacionales se encuentran cercados por relatos de “lucha cruenta” a la que
no sabemos cómo se ha llegado, o de un “combate armado” en el que se ignora
quién tiene la responsabilidad principal, o bien del destino funesto que nos
espera en estos países, que hacen de los intentos de liberarnos del fascismo
militar holístico una mera trampa que nos lleva a caer en poder de Daesh y los
fascismos religiosos que se están desarrollando. Todas estas versiones sobre la
“crisis” siria vienen encabezadas por Daesh, sin tener en cuenta sus raíces ni
su contexto.
Sin embargo, entre los sirios y sus amigos que siguen llenos
de esperanza y convencidos de la justicia de esta revolución, a la que insisten
en llamar así, se escuchan otros relatos. Relatos que dicen que tras el mapa de
lucha de fascismos, nuestros países no han conocido antes algo parecido a estas
revoluciones. Y por eso, seguimos aferrándonos con fuerza a estas versiones, a
las historias que cuentan lo que sucede y hablan de un tiempo que se filtra y
cambia y al que estas revoluciones han liberado de la autoridad eterna.
A principios de 2011, junto a una mezquita del barrio del
Midan en Damasco, de la que salimos para manifestarnos, aunque tuvimos que
abortar por la amplia conglomeración de efectivos de seguridad, en casa de uno
de ellos, se encontraron un grupo de amigos que no se conocían desde hacía
mucho. A, el mayor de ellos y más activo, era un intelectual marxista que no
veía en la salida de las mezquitas el viernes para manifestarse problema alguno.
Cuando se formó el ESL, se afanó por coordinar con las brigadas de la zona
rural de Damasco, creyendo que era necesario iniciar una discusión política con
ellos. Sin embargo, pronto fue detenido y murió en la cárcel. Por el contrario,
U, hijo de una familia damascena conservadora, dudaba acerca de la
militarización de la revolución y la criticaba. Fue detenido hace dos años y
aún permanece en paradero desconocido. N, del barrio del Midan, que trabajaba
en el comercio de su familia, fue detenido y torturado, por lo que salió con la
firme determinación de tomar las armas. Tras la detención de su hermano
pequeño, no obstante, su destrozada madre lo presionó para que dejara el país.
Su ira tras salir de la cárcel lo había empujado hacia el salafismo yihadista;
sin embargo, hoy hace todo lo posible por disuadir a sus amigos atraídos por
dicho pensamiento.
Muhammad y Malek, de la zona rural de Damasco, no
participaban en las manifestaciones. Muhammad se unió posteriormente a las
labores humanitarias durante el bloqueo de Al-Ghoutta oriental, pero después se
centró en el trabajo mediático tras la masacre química. Malek, por su parte,
barbero de profesión, tomó las armas con un grupo local del ESL, antes de
unirse al Ejército del Islam, donde hoy lucha. Muhammad apenas tiene
comunicación con él porque cree que trabaja en una facción que impone un nuevo
despotismo en nombre de la religión. Ambos están cercados.
En la zona rural de Idleb, conocí a Abdallah, que había
participado en las primeras manifestaciones pacíficas en su pueblo antes de
tomar las armas durante las batallas contra el ejército del régimen, que
intentó aplastar las movilizaciones allí. Abdallah dejó las armas de verano de
2013, y desde entonces, se dedica a actividades civiles en las zonas liberadas.
No tiene reparo en criticar a los que están armados e, incluso, después de ser
detenido y puesto en libertad por Daesh, se negó a volver a tomar las armas. Su
hermano, que había sido un manifestante pacífico y posteriormente se había
unido al ESL, murió hace unos pocos meses en Wadi al-Dayf, tras haberse unido a Al-Nusra y
luchar a su lado. El doctor S también trabaja en la zona rural de Idleb. Es un
joven médico que fue detenido al inicio de las movilizaciones pacíficas. Cuando
lo conocí, estaba encantado con haberse unido a Ahrar al-Sham y después se
contrarió con ellos por no oponerse de forma clara a Daesh en las batallas que
tuvieron lugar desde las zonas rurales de Idleb y Alepo hasta Raqqa. Su hermano
era un soldado desertor del ejército regular, que se unió a Ahrar al-Sham
después de que su brigada del ESL se desintegrara en un entorno de facciones
islamistas. Finalmente murió en una batalla contra el régimen. El doctor S dejó
Ahrar al-Sham y ahora se dedica exclusivamente a la medicina.
Traer a colación estas historias, que son un pequeño grano
de arena de una gran montaña, no es por deseo de despertar la añoranza, sino
que lo que hacen estos relatos es recordarnos que la revolución son también
todos ellos: sirios de distintas zonas y contextos, que ya no están o han
desaparecido, o que aún trabajan con distintos grados de efectividad en
diversos ámbitos. En su deseo de deshacerse del dictador, difirieron en sus
visiones y métodos, pero todos ellos se liberaron de la cárcel del tiempo pétreo
de la dictadura, interactuando e intentando influir en aquello que les rodeaba
y rodea, aunque en general, han fracasado y no han logrado hasta ahora crear un
proyecto común de cambio. Ellos mismos cambian continuamente. Algunos tomaron
las armas y las dejaron; otros las tomarían después. Algunos dejaron el ESL
para unirse a movimientos islamistas cuyo poder aumenta en un mundo cada vez
más salvaje para los sirios. Otros se alejaron de dichos movimientos
posteriormente o lo acabarían haciendo. El cambio ahora define a los sirios, y
sobre todo los que creen en él. ¿Puede acaso negarse eso? Los relatos que se
limitan a recordar la revolución como una guerra lo hacen.
Asef Bayat, en su comentario sobre el aniversario de la
revolución de enero en Egipto, reconoce la fuerza de la contrarrevolución y la
hegemonía de su versión, pero nos recuerda que el nuevo régimen despótico “ha
de gobernar a un grupo de ciudadanos que han sufrido una gran transformación,
pues amplios sectores de la población rural y urbana, pobre y de clase media,
los jóvenes marginados y las mujeres han vivido escasos momentos de libertad,
aunque haya durado poco, siendo parte, sin constricciones de la conciencia
individual y el fervor colectivo; y como resultado de todo ello, algunas de las
jerarquías más sólidas del poder están amenazadas”. En Egipto, igual que en
Siria, seguimos resistiendo testarudos a la desesperación, primero
enfrentándonos a los relatos que eliminan la revolución como si esta nunca
hubiera existido. Dice Yassin Al-Haj Saleh que “Siria es el lugar más adecuado
para comprender hoy el mundo”, un elocuente argumento para responder a los que
identifican a Siria con Daesh o con binomios del tipo “militarización”-“extremismo
islámico”. Esos son los que quieren entender a Daesh insertándola en supuestas
características intrínsecas a nuestras sociedades, que les parecen ambiguas y
que aparentemente se basan en características inamovibles. Algunos de nosotros,
por desgracia, repetimos tales argumentos y los reformulamos al buscar las
raíces de Daesh en el texto religioso en exclusiva, obviando que es también
resultado del salvajismo de la modernidad y de un mundo en que ha desparecido
la justicia social. Un mundo en que el centro domina la periferia por medio de
élites dictatoriales, republicanas o monárquicas, militares o religiosas.
La
crueldad de nuestra lucha en Siria es también un reflejo de la crueldad del mundo
en que vivimos y el primer paso para comprender su terrible bajeza moral. Por
ello también es imposible rendirse a las versiones que hacen desaparecer a la
revolución y reducen la comprensión de nuestro país a la óptica de la guerra,
como si no hubiera habido nada antes ni fuera a haberlo después de ella.
Cuando comienza el quinto año de la revolución siria, hay
otro frente abierto para los sirios que creen en la necesidad de la revolución:
los relatos de la revolución frente a los de la contrarrevolución y contra los
que se basan exclusivamente en la guerra como única definición posible de
nuestra historia. Se trata de una guerra de documentación, de escritura y de
registro para proteger nuestra memoria, para recordar la justicia de la causa
de la libertad en Siria. Es aún pronto para anunciar la derrota de este
enfrentamiento y, si lo hacemos, será una enorme traición a todos aquellos que
murieron gritando por la libertad y la revolución.
Hay que intentar conservar quienes somos porque ante todo son nuestras raíces como bien dices, hay personas que constantemente en nuestra vida nos van a pisotear pero hay que saber levantarse y luchar contras las injusticias unidos y decididos
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