Texto original: Syria
Untold
Autor: Rateb Sha’bo
Fecha: 29/03/2015
"No a los takfiríes.
Volved a Afganistán.
Habéis destrozado la revolución"
Desde que las armas tomaron el control de la resistencia
pacífica de la revolución siria, no han dejado de sucederse las predicciones
desde ambos bandos de la lucha sobre la proximidad del final; cada uno
afirmando que este sería a su favor. Dichas predicciones se vienen repitiendo
desde hace tres años, pero siempre acaban siendo frustradas, y así seguirá
siendo lo más probable, porque la situación en Siria ya no permite un final
decisivo, pues ninguna parte tiene un control real sobre la lucha, y el contexto
político y militar no se desarrolla a favor de uno u otro.
Las fuerzas islamistas extremistas encabezan el
enfrentamiento contra el régimen gracias a su potencial militar, unas fuerzas
que se encuentran en la misma situación de bancarrota política que el régimen.
Si el horizonte político del régimen no se sitúa más que en el retorno de los
sirios a la situación contra la que se levantaron (algo que no puede hacer), el
de las fuerzas militares activas sobre el terreno no supera la promesa de un
despotismo islámico que no tendrá razón de ser en Siria. Ambos bandos activos e
influyentes sobre el terreno se apoyan en su “legitimidad” militar y no
política. Ambos apoyan su delgadez política en un fuerte brazo militar, el
mismo que ha desterrado y aplastado a los revolucionarios sirios que tenían
legitimidad política y que se han desperdigado por el mundo. Las fuerzas con
legitimidad política no se reunieron en Siria más que al principio de la
revolución, y por eso su revolución tropezó después, a la par que tropezaron
los que la portaban.
Más allá de eso, el volumen del capital político exterior
que ha sido invertido en esta lucha tampoco permite que termine, aunque se
interviniera directamente para apoyar a un bando retrógrado como sucede hoy en
Yemen.
Con la evaporación de la energía revolucionaria y la caída
del pueblo sirio a un fondo que se ha convertido en el eco de la “continuación
de la ola de la primavera árabe” para el resto de pueblos árabes, la lucha
siria toma su energía hoy del exterior. Con ello me refiero a los que han seguido
en otros Estados o regiones del mundo intentando lograr sus intereses en este
país que se ha convertido en un mercado abierto a las políticas de todo Estado
que tenga alguna aspiración.
Esto no es nuevo, y era lógico presumirlo con la
militarización de la revolución y la entrada de las fuerzas de organizaciones
islamistas extremistas en escena. Lo nuevo, no obstante, es llamar
revolucionarios a quienes tienen la misma relación con la revolución que los
leñadores con la botánica, como dice un amigo inteligentemente. Eso es lo que
ha deformado en la realidad y en la conciencia el concepto de revolución, y ha reforzado
la extrema y estéril polarización de la sociedad.
Cuando uno observa hoy el cuadro sirio, a la luz de las
transformaciones regionales e internacionales, busca un horizonte liberador en
que dejar descansar a su optimismo; pero no lo encuentra. Las fuerzas
opositoras no islamistas están entre la espada y la pared: el régimen y las
fuerzas islamistas extremistas. Algunos ven en Irán una fuerza de liberación, y
otros esperan que algo bueno venga del despertar saudí. Lo triste y llamativo
es que esta situación es la misma que vimos en Siria en los ochenta del siglo
pasado, con el estallido del enfrentamiento entre el régimen sirio y los
Hermanos Musulmanes, sin que la realidad política haya registrado ningún
progreso de la izquierda o los laicos no despóticos. Siempre han sido incapaces
de crear una fuerza independiente y activa, por lo que no tienen otra opción,
cuando la lucha se encarniza, que ponerse de parte de uno de la espada o de la
pared, ninguna de las cuales valora en absoluto los objetivos políticos
liberadores.
En realidad, la polarización de la izquierda siria hacia uno
u otro no entra en el mapa de alianzas, pues una alianza exige una capacidad mínima
de mantener la propia independencia; en caso contrario, la parte débil de la alianza
acaba siendo un apéndice y no un aliado. Así, vemos que el sector de izquierdas
sirio que ha elegido, por la razón que sea, ponerse de parte de este u aquel,
no puede independizarse o hacer una crítica seria a su “aliado”, así como
participar en el diseño y delimitación de sus políticas. En consecuencia, cada
sector queda a expensas de las políticas de su “aliado” fuerte, sin poder
desmarcarse. Esto significa que la política de “alianzas” (que no es más que
una mera anexión, repito) anula la independencia de la izquierda, y la
responsabiliza de sus actos y políticas del bando con el que han elegido “aliarse”,
sin conseguir ningún logro político. El único cambio posible, que ya tuvo lugar
hace décadas, durante los sucesos de los ochenta del siglo pasado en Siria fue
el aumento de teorías que buscaban justificar la “anexión” a la espada o la
pared, como si estuviera prohibido que los laicos demócratas sirios formaran
una fuerza independiente.
Si la victoria de la revolución en Siria, y en otros países árabes, depende de las
fuerzas de la izquierda laica y demócrata, la política de “alianzas”
izquierdistas con el régimen o los islamistas supone asesinar a la revolución.
Y la pregunta sigue siendo: ¿dónde radican las razones que hacen que la
izquierda siria esté siempre dividida y, por tanto, algunos consideren que “la
espada” les es más afín que la pared?
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