Texto original: Damascus Bureau
Autora: Mariam Abd Allah (nombre ficticio de una periodista que vive en Siria)
Fecha: 08/03/2014
Damasco, Siria.
Nawal (35 años) dirigía una guardería en Dariya en los
suburbios de Damasco antes de que los bombardeos la destruyeran y la cosecha de
toda una vida quedara reducida a escombros. Nawal vivió el asedio durante el
cual sufrió el hambre, la enfermedad, el terror y el dolor, hasta que pudo
salir con otros hacia un lugar más seguro en un barrio de la periferia de
Damasco. En este jardín en el que vivía, Nawal se reunió con un ingente número
de niños que habían padecido el mismo terror, miedo y enfermedades psicológicas
que sus hijos. Tal situación la impulsó a retomar su trabajo, levantando una
nueva guardería. Ahora se afana en convencer a las madres de que envíen a sus
hijos.
“Reuní a niños que no superaban los seis años de edad,
apunté sus nombres, edades, estado de salud y situación psicológica y social.
Gracias a mi experiencia con los niños, decidí que por difíciles que fueran las
circunstancias económicas, haría algo maravilloso de la nada”.
No hay estadísticas precisas sobre el número de mujeres que
han engrosado el ámbito laboral, porque la mayoría de actividades que realizan
lo están registradas en la seguridad social y son parte de la economía
sumergida. Por ello, se pueden ver sometidas a la explotación, pero está
clarísimo que se ha producido una entrada de la mujer en el ámbito laboral y
que su papel en el cuidado de su familia en condiciones de guerra ha quedado
bien patente.
Nawal comenzó a llevar a cabo su proyecto, pintando de
colores una de las habitaciones con ayuda de los niños, con pintura plástica y
tizas, y con las hojas caídas en el suelo, crearon formas de colores. Por fin,
reunió a los niños y comenzó a trabajar en esta escuela con su marido, en la
cual reciben a niños a cambio de un pago simbólico de 130 libras sirias –un dólar-
por semana, para no ser del todo gratuita. Ello comporta una dimensión
psicológica: “El hecho de contribuir les empuja a seguir viniendo”. De esta
manera, esta mujer ha devuelto la alegría a los corazones de esos niños que los
combates habían dejado exhaustos. Juega con ellos y les enseña junto con
algunas universitarias que huyeron también de sus casas para crear la escuela
de la alegría y la esperanza en un día más bello. Así, la cruel guerra fue el
factor que impulsó a estas mujeres a trabajar de nuevo, a aplastar a la muerte
y a buscar una vida mejor.
Galia (50 años) tiene también una historia que contar sobre
cómo se adaptó a la guerra dirigiendo un taller de contratación de servicios de
limpieza. Galia no desesperó cuando mataron a su hijo con una bala opositora,
ni cuando su casa fue bombardeada por las fuerzas del régimen. Salió a buscar
trabajo para dar de comer a sus cinco hijos a los que cría sola desde la muerte
de su marido hace años. Las ayudas del Estado no bastan, pues los niños están
en la escuela y sacan buenas notas, y ella teme que acaben en la miseria.
Empezó a recorrer escuelas y casas buscando un trabajo, y encontró que más de
una escuela necesitaba a alguien que se encargara de la limpieza. Comenzó a
trabajar y con la ayuda de su hija acabó orientando a otras mujeres hacia el
trabajo, convirtiéndose en el punto de conexión entre ellas y los que precisan
de mujeres que limpien en casa, escuelas y edificios. Por tanto, formó un
pequeño taller del que salen mujeres todos los días a trabajar según las
necesidades. Dirige todo por teléfono y distribuye a las mujeres por los
lugares que las necesitan. Lo supervisa todo y planea minuciosamente. Así ha logrado ir recaudando algo de dinero que
le ha ayudado a prepararse para que sus dos hijas vayan a la universidad. “Salgo
por la mañana y vuelvo por la tarde, distribuyo a las mujeres y yo también
trabajo, para reunirnos después y juntar el dinero obtenido, que repartimos
entre todas”. Tengo una buena relación con mi entorno y con las mujeres que
trabajan conmigo, así que respetan las horas a las que quedamos y hacemos un
trabajo excelente. “No nos conformamos con un servicio normal, y no nos
preocupa el tiempo”. Galia añade que quiere fundar una pequeña empresa: “Así
ayudaré a mi casa y a las mujeres que, por las circunstancias actuales,
trabajan en empleos domésticos. Trabajaremos para que nuestro trabajo sea legal
y para que nuestros derechos no dependan de los clientes”.
La experta en estadística social sobre distintas cuestiones,
Majd Khoury, dice que “la mujer de ámbito rural ha tenido que salir a trabajar
debido a la lucha entre dos bandos que se libra en Siria”.
La guerra ha obligado a la mujer siria a trabajar para dar
de comer a su familia. “Ahora” –comenta Galia sobre los cambios en el entorno
familiar-, “la mujer es la que se encarga de proveer a la familia en los no
pocos casos en que quien antes lo hacía ya no está, y da constancia de su
capacidad en la dirección de varios trabajos. Ahora eleva su voz para dar su
opinión en todo lo que sucede en el país, y busca un organismo al que
pertenecer y gracias al cual conocer sus derechos”.
Las guerras originan una serie de cambios que llegan a todos
y entre ellos, el elemento femenino. Sin olvidar los cambios negativos, Khoury
pasa a comentar los positivos, pues “se basan en primera instancia en el deseo
de la mujer y su capacidad de enfrentarse a la sociedad que no puede aceptar
este cambio con facilidad. Pero de lo que no cabe duda es de la capacidad de la
mujer de adaptarse a los cambios y ello le permite estar por encima del hombre
en situación de guerra, sobre todo en lo referente a la familia”.
Taqqíya en su forma más pura.
ResponderEliminarEl equipo de traductores se ha superado con éste post.
Convertir en heroínas feministas de la libertad a unas mujeres veladas, esclavas de sus marham, que aceptan agradecidas y con alegría la esclavitud de ser tan sólo una de las cuatro esposas, y el parir en cantidades interminables, todo para jactarse que "sus vientres son un arma, y que constituyen una bomba demográfica", como dice la frase absurda de tantas islamistas. Mujeres que ven los matrimonios misyar/muttá, las palizas, la prohibición de casarse fuera de la religión, y el matrimonio forzoso e impuesto, como prerrogativas de sus machos, dadas por Alá .
Mujeres que no se merecen la libertad, es muy correcto que tengan que vivir permanentemente bajo la guerra y bajo la tiranía militar, la única manera de contener la amenaza que ellas y sus hombres representan.
Es consolador, saber que fuera del mundo árabe, hay mujeres islámicas (kurdas, persas, azeríes, etc.) que se quitan el velo, y que de verdad desafían la guerra, que en serio confrontan a la tiranía, por medio de retar al patriarcado y al clero.